Sería el año 1956 o 1957, cuando a un rancho vecino llegó la familia de Ángel Bravo; y en esa temporada de pizca de algodón iban también a trabajar en el levantamiento de la cosecha del rancho de mi tío. También coincidíamos en la misma escuela primaria, ya que éramos de la misma edad; y junto a mi primo Juvenal, de nuestra misma edad, formábamos un grupo que además de estudiar y trabajar en los descansos de los trabajos de la pizca de algodón, nos la pasábamos jugando. A esa edad todos somos incansables, y aprovechábamos que mi primo tenía un par de guantes de boxeo, y entonces cada uno hacíamos pelea con un solo guante nada más. Aunque nos tirábamos muchos golpes, no nos hacíamos daño; y luego nos íbamos a dar un chapuzón en un canal y a subirnos en un terraplén, como resbaladilla con todo y bicicleta; era divertidísimo, fue una temporada feliz de disfrutar la vida, el compañerismo. Ángel estuvo unas semanas fuera de circulación, porque le dio apendicitis; era muy inquieto y pronto volvió a jugar.
Ángel tenía una hermana, era un poco más grande que yo. Fue mi amor platónico, y creo que se llamaba Yolanda; era muy seria y no compartía los desmanes que hacíamos Ángel, mis primos, mis hermanos y yo. La familia de Ángel terminó por regresar a su terruño, allá por Michoacán y no lo volví a ver; hasta que apareció su nombre en los periódicos como militante del MAR. Hace muchos años supe que había muerto, y eso me dolió mucho
Las vueltas extrañas que da la vida.
* Texto presentado para su lectura en el V Proceso de Reflexión Raúl Ramos Zavala, realizado en Morelia, Michoacán, 15 de octubre de 2022.