La verdad, por mucha falsedad que contenga siempre, tiene algo cierto.
Ahora discutimos sobre la verdad histórica de Iguala, donde hay muchas víctimas; en primer lugar, los 43 jóvenes desaparecidos, siguiendo por sus familiares; y en última instancia la nación completa, porque en el mundo se enteran que la barbarie campea sobre México, con la bendición y protección del Estado. Que nadie se llame a engaño: el ejército es el Estado; y en efecto, es un crimen de Estado si un coronel ordenó el asesinato y desaparición de varios jóvenes; porque es posible que sean más que los que ha descubierto el gobierno, y ya entrados en gastos, convendría investigar sobre las acciones en contra de la sociedad en esas zona de Guerrero, o por donde haya andado el militar criminal.
Muchas verdades históricas ensucian la historia de la humanidad y con mucho esfuerzo y tesón los agraviados tienen que ir desenterrando lo que se oculta tras esa imposición del poder.
Ahí están los esfuerzos en España para conocer a detalle los crímenes del franquismo, empezando por los asesinados y donde fueron enterrados; aunque ahora vemos que hay cierta predilección por desaparecer los cuerpos, para eliminar las evidencias.
Se descubre en Estados Unidos que protegieron a Franco, porque era su trinchera contra los comunistas, pero de paso Franco facilitó la importación de una buena cantidad de nazis, para que apoyaran sus esfuerzos bélicos; la operación Paper clip se diseñó para ocultar a esos nazis; tal vez no deba sorprender la furia de la ultra derecha neo nazi estadounidense, cuya raíz puede estar ahí. La broma de que los estadounidenses le decían a los rusos (“los dos tenemos nazis, pero los nuestros son mejores que los suyos”), rebela cómo la verdad de haber derrotado a un régimen racista y exterminador era falsa; fue derrotado militar y políticamente, pero se dejó vivo el componente ideológico más nefasto de la historia, como excusa en la batida contra el comunismo; y bien dice Xóchitl Patricia Campos, para emprender un anti-comunismo sin comunistas.
Hablando de verdades históricas, no debemos dejar de lado el genocidio estadunidense contra los pueblos naturales u originarios, para despojarlos de su mundo, sus tierras, sus recursos; y lo justifican celebrando un día de acción de gracias; y ni hablar del dios del dólar, también sanguinario.
El gobierno mexicano no ha bloqueado el poder a un segmento de la sociedad para que indague sobre la guerra sucia y el asesinato de los 43; y el primer resultado es desmontar la verdad histórica y poner frente a la ley a los que la urdieron. El crimen autorizado se vio en pleno con los militares funcionando con los criminales, pero queda por responderse la cuestión central: ¿por qué los mataron?, ¿quién los mandó matar? Y, ¿por qué el Estado se dio a la tarea de ocultar esa infamia?
Hay que aplaudir la investigación y la maniobra para desnudar a las huestes que han pasado de culpar a los familiares, a acusar al gobierno de linchar a los culpables, y casi diríamos, de censurarlo por investigar lo que la Razón de Estado había enterrado. Solo falta que al estilo de las autoridades de Jalisco, que culpan a una víctima de ser el móvil de su asesinato, sostengan que los 43 son culpables de su asesinato y desaparición.
Poco se puede agregar a la condición de la derecha mexicana; sus voceros e intelectuales orgánicos, que bien dice el Monero Hernández son biodegradables, su infamia es enorme y su odio lo es todavía más.
Limpiar las verdades históricas es tarea de los historiadores y los analistas; pero mientras que dilucidar las del pasado sirve para restañar heridas, las del presente, como la de Iguala, deben ser descartadas como una necesidad política fundamental para tratar de corregir esos rumbos echados a perder; lo que sirve para reparar, aunque sea un poco el daño causado, y asegurar como lo establece la ley de víctimas, que ese tipo de hecho no vuelva a suceder.