CORONA01062020

Violencia y Covid-19
Luis Miguel Rionda

Guanajuato.- Me entero con asombro que la epidemia ha cobrado ya más de once mil vidas a nivel nacional, luego de diez semanas de emergencia y encierro. México llegó tarde a las etapas álgidas de los contagios, pero lo está haciendo con fuerza inusitada que plantea escenarios terribles en el futuro inmediato. Lejos quedaron las previsiones oficiales de que no nos iría tan mal, porque el pueblo mexicano es solidario y obediente de la autoridad, y que a lo más la emergencia cobraría seis u ocho mil decesos. La petición de aislarse, mantenerse en casa y aplicar medidas sanitarias fue cumplida sólo parcialmente, y amplios sectores de la población han continuado con sus rutinas económicas y sociales habituales, en particular en el sector informal de las actividades económicas, que representa el 56% de la población económicamente activa, según el INEGI.

     Una característica de las actividades informales es su inestabilidad y ausencia de seguridad social, lo que propicia una dinámica del “día con día”: si no trabajo hoy, no como mañana, y junto conmigo, mi familia. El volumen de ahorro es mínimo, y nunca se está preparado para una emergencia. Por eso miles de familias que trabajosamente han logrado cierto bienestar, pueden perderlo en caso de no mantener sus ingresos, o bien cuando deben enfrentar una situación catastrófica, como lo es cuando enferma uno o varios de sus miembros productivos. Eso las lleva de regreso a la pobreza y la desesperación.

     La cifras de la pandemia desplegadas en mapas de la república reflejan con crudeza la realidad socioeconómica de la población: los municipios más urbanizados y con mejores comunicaciones concentran los casos formales de este padecimiento. Las áreas marginales y de difícil acceso, que conforman la mayoría de los “municipios de la esperanza” se han librado por su propio aislamiento, no por alguna previsión. Nuestro desequilibrio regional y la contrastante distribución del ingreso añaden el ingrediente de la injusticia: la peste se ceba en los más pobres. Los privilegiados podemos aislarnos y tomar previsiones, acudir a los ahorros, a la seguridad social y a los derechos laborales.

     Para colmo, la violencia social no ha hecho más que incrementarse a la par de la pandemia. Un indicador extremo son los homicidios dolosos, que siguen al alza. Según MéxicoSocial.org el promedio diario en mayo pasado fue de 78.2 frente a 76.9 de mayo anterior (https://bit.ly/30anQ2Y). Una suma de 12 mil 228 asesinatos en los primeros cinco meses del año; un incremento anualizado del 4.8% respecto a 2019. La violencia le sigue ganado a la epidemia en su saldo mortal, y ambas van en carrera ascendente.

     Fernando Ávila González hizo notar en una publicación en Facebook el pasado 2 de junio que en el periodo COVID-19 –marzo a mayo– hubo 10 mil 167 decesos. Una cifra mayor a los 7 mil 500 homicidios dolosos en el país en el mismo periodo y más que los 3 mil 692 decesos registrados en el terremoto de 1985. “Guanajuato es otra historia”, dice. Hubo 153 fallecidos por el virus contra los 683 homicidios dolosos en el mismo periodo. Según las cifras de abril pasado del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Guanajuato sigue siendo el foco de la violencia criminal en México, con 371 homicidios en ese mes, 12.6% del total nacional, con 4.9% de la población del país. Seis personas fueron asesinadas en esta entidad por cada cien mil habitantes (https://bit.ly/2A2bIpV).

     Triste situación es la que vivimos hoy en México y en Guanajuato: epidemia mortal, violencia homicida y feminicida, crisis económica y liderazgos políticos rebasados. El peor de los mundos. Sólo nos queda ayudarnos entre nosotros mismos…

(*) Antropólogo social. Consejero electoral del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato. Profesor ad honorem de la Universidad de Guanajuato. luis@rionda.net – www.luis.rionda.net - rionda.blogspot.com – Twitter: @riondal