Monterrey.- Resulta maravillosa su vialidad. Sin congestionamiento. Sin pérdida de tiempo. Sus calles principales y secundarias se cruzan con verticalidad abrumadora. Inexistentes los claxonazos. La indecencia en el manejo de muchos de los chóferes. Sin prisas por llegar a un sitio con la mayor premura de los locos.
Monterrey es ahora, gracias a la pandemia, una señorita de los años cincuenta. Funcional, hermosa y serena. Con algunos lunares, como la voracidad de malos servidores públicos, quienes aprovechan para obtener ventaja con actos de corrupción.
Esos filtros de revisión o antialcohólicas no se justifican en ningún horario. Mucho menos en el nocturno. Al amparo de la noche, en el área conurbada.
Vicios de antaño, de siempre y de nunca.
Imposible pasar de alto también las estaciones de monitoreo ambiental. En ellas los índices de contaminación demuestran alta concentración de partículas suspendidas.
Ese es el verdadero rostro industrial de la urbe. Donde nos han vendido la falacia de la necesidad de verificación automotriz e incluso de prohibir un día a la semana, por contingencia ambiental, el uso de los vehículos particulares.
Es momento para aprovechar auditando a las empresas más contaminantes. Las de siempre. El óxido de nuestros pulmones, el cáncer en la piel y la metástasis de malos funcionarios.