Mazatlán.- Grosso modo, el programa de la izquierda en 1988 y 2018, tuvo como objetivo estratégico la lucha contra el neoliberalismo y la corrupción para desde ese imperativo ético y político impulsar un cambio de régimen que llevara a la institucionalización democrática.
Un eje programático que inmediatamente concitó a las distintas fuerzas de la izquierda mexicana. Desde los pepino-socialistas hasta los comunistas de los distintos ismos; de los nacionalistas revolucionarios, a los socialdemócratas; y de los socialistas a los exguerrilleros, con su amplio espectro de anagramas.
Fue una convocatoria generosa de la mejor izquierda que obligaba a quitarse telarañas y mitos ideológicos para mostrar bondad con un proyecto de confluencia que no tenía precedentes en nuestro país.
Así se demostró con la constitución del Frente Democrático Nacional (FDN) y, más tarde, la formación del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
A finales de los años ochenta, en el país se vivía un aire esperanzador, que inmediatamente provocó la reacción de los grupos conservadores. Los cientos de asesinatos de militantes de esta izquierda variopinta era el peor mensaje de que los actores del viejo régimen iban a resistir contra ese intento de relevo político que había tenido como candidato presidencial a Cuauhtémoc Cárdenas y que para muchos, ayer y hoy, le robaron la silla presidencial cuando se “cayó el sistema de cómputo” de votos.
A Cárdenas muchos lo vimos como la personificación de esa aspiración de cambio, hasta que le ganó la idea mezquina de que “si no era su candidato eterno, no sería ningún otro”.
No obstante, con aquel liderazgo moral empezaría la andadura electoral del PRD, liderada por la expresión del llamado nacionalismo revolucionario priista.
No era la izquierda histórica que nos narra José Revueltas en su novelística, pero tampoco la que había dejado el movimiento del 68 y el 71; y menos, la izquierda social surgida de los escombros del sismo de 1985, o la de los sucesivos fraudes electorales y los nuevos vientos socialdemócratas que impulsaron personajes como Gilberto Rincón Gallardo.
Se trataba de la búsqueda de un líder que encabezara esas pulsaciones de descontento que había en la sociedad mexicana a favor de la justicia social y política. Ese liderazgo se fue perfilando en López Obrador, después de que como dirigente llevó al PRD a un lugar privilegiado en las preferencias electorales y esa izquierda que se fue volviendo pragmática obtuvo triunfos en otro tiempo impensables; y luego lo reforzó cuando por primera vez se convirtió en candidato presidencial en 2006, donde se muestra nuevamente la resistencia violenta del establishment político.
Pero en ese trayecto de acumulación de fuerzas, paradójicamente se fueron desprendiendo personajes y sectores de la izquierda que habían estado en la constitución de FDN y la fundación del PRD, incluidas las del obradorismo.
Las razones de esos desprendimientos fueron diversas: iban desde las programáticas, hasta quienes veían que el partido había sido capturado por personajes del priismo.
Es decir, personajes del viejo régimen que habían sido parte los fraudes contra el PRD y que al llegar se les rehabilitaba relegando a los viejos militantes de la izquierda. Esto no hay que olvidarlo. Esta en la naturaleza del obradorismo y Morena.
Vamos, sigue sucediendo, ante el desconcierto de aquella izquierda que soñó con proyectos de izquierda más moderno, menos personalizados, más colectivos e institucionalizados.
O sea, no todo se puede achacar a ese relato de que los conservadores buscan dinamitar el “proyecto de izquierda”, las “bases de la 4T”, también está ese amasijo de intereses que es Morena y que, si bien está ganando elecciones, y va a ganar más, no significa que se consolida la izquierda; se consolida otra cosa que está por determinar.
Vamos, está claro que se consolida un partido que la ciencia política denomina “catch all party”; esto es, un partido “atrapalotodo”, que está consolidando un sistema de alianzas a nivel local y no precisamente con el eje de “pueblo” de la narrativa obradorista sino, frecuentemente, con los que han sido los dueños de la política regional y que no tienen prurito alguno en ponerse hoy la camiseta de Morena.
Brincaron antes del PRI al PAN, porque no se iban a brincar a Morena; incluso hay indicios de que en las pasadas elecciones pudieron estar detrás de las acciones violentas para favorecer a unos candidatos, sus candidatos en Morena.
Entonces, hay una suerte de mitificación del obradorismo en una nueva generación de intelectuales, y que pasa por el periodismo crítico, donde se sigue hablando de la izquierda como si estuviéramos en aquellas jornadas de lucha de finales de los años ochenta, o antes, en los tiempos de los presos políticos de Lecumberri.
No, aquello ya no existe, y menos la izquierda ideológica que retrató José Revueltas; ahora es una izquierda de otro tipo, con sus excepciones, pero amalgamada con un lenguaje ad hoc, y llegado el momento muchos quizá no van a tener ningún prurito para ir con Sheinbaum, Ebrard o Monreal, con quien se perfile como ganador. La mayoría son pragmáticos y desean estar en el círculo del poder, para seguir disfrutando de sus privilegios.
La ideología, recordemos, se ha vuelto líquida, como lo reveló acertadamente el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman; y lo grave del discurso de los nuevos intelectuales, es que les gana la idea de la conspiración que amenaza a esa izquierda que ellos siguen viendo con anteojeras del pasado. Y por la que muchos, miles, perdieron la vida, o fueron a parar a las cárceles, el exilio, la proscripción, el desempleo, la marginalidad.
No aceptan que, así como antes, un segmento de las pulsaciones de cambio estaba en contra de los gobiernos priistas y panistas, hoy existe otro, que está contra ese obradorismo que gira alrededor del líder y combate las instituciones de la democracia; que protege a los suyos aun cuando a todas luces incurren en delitos.
La resistencia a no dar un paso atrás en su narrativa vanguardista de “estas conmigo o en contra de mí”, la que vapulea todos los días a quien juzga como conservadores y apátridas, el que golpea a las mujeres con su misoginia, a los periodistas que se les asesina, ahora, hasta a los parlamentarios europeos a los que califica de “borregos”, para todos tiene y en esa tensión que violenta valores de la propia izquierda, se le busca dar la vuelta para encontrar su lado amable.
O sea, acompañar, en sentido inverso de una operación odio, donde exime al poder, al máximo poder, como si el poder estuviera en otro lado y no con todos los micrófonos encima.
En definitiva, creo que hay que revisar la historia de los últimos 40 años con sus luchas, personajes, mitos e ideología, pues quizá, entonces, entenderemos lo que estamos viviendo y así podríamos plantearnos un nuevo horizonte, menos personalizado, más tolerante y la verdad, más democrático y eficaz en gobernar.
Al tiempo.