Ciudad Victoria.- A pesar de la reducida cantidad de habitantes en la capital tamaulipeca, entre las décadas de los veinte y cuarenta del siglo pasado, las páginas policiacas de la prensa local, reportaron numerosos casos de violencia en calles y burdeles de la localidad. Los principales motivos de los pleitos, se relacionaban con asuntos de carácter amoroso, celos, insultos al calor del consumo de bebidas alcohólicas y venganzas entre mujeres.
Por ejemplo, El Gallito de abril 6 de 1934, narra la riña entre dos parroquianos trasnochadores, quienes en estado “sincronizado”, protagonizaron una fenomenal riña por una mujer galante en uno de los antros del 13 Allende. Otro caso aparece en el mismo periódico –julio 20 de 1938– bajo el encabezado en primera plana: “Mujeres Galantes que Riñen”. Se trata de un par de féminas que se agarraron de las trenzas: “…pues ambas se disputaban de un cierto sujeto que según ellas sienten pelota por él”. Durante varios años, los casos de féminas alborotadoras por asuntos de pantalones, estuvieron presentes en las páginas rojas del periódico El Gallito.
Dentro del repaso de este tipo de acontecimientos, donde la autoridad policial hacía acto de presencia, destacan los hechos sangrientos en la zona roja, que estaban a la orden del día y por cualquier circunstancia. Más allá del entretenimiento sano en los antros nocturnos, las riñas campales y escándalos eran protagonizadas por hombres y mujeres. El Heraldo de Victoria –enero de 1946–, documenta un pleito sin motivo aparente de tres hombres y una mujer, cuando se encontraban en “perfecto estado de ebriedad.”
No Hay Gonorrea que Resista un Tratamiento
De cualquier manera, la intervención de las autoridades sanitarias era fundamental para evitar el contagio de chancros, gonorrea, sífilis y otras enfermedades venéreas o secretas, propias del ámbito de la prostitución. Por ello, acudían mensualmente en un transporte especial al consultorio de las oficinas de salud del 16 Juárez. Para combatir a algunas de ellas, por ejemplo a los chancros, los médicos recomendaban usar la Venerina, pero en casos más graves el tratamiento podía prolongarse varios meses hasta convertirse en crónicas, que ponían en peligro la vida del paciente. Vale decir que probablemente uno de los primeros laboratorios de análisis químicos, surgió a finales de los años veinte, cuando el profesor y Químico Bacteriólogo, James A. Durham, ofrecía en la calle Ocampo “Análisis Químicos y Exámenes Bacteriológicos, Orina, Heces, Esputos, etc… etc…”
En cuanto a la gonorrea, el bisemanario El Gallito –julio 24/1937–, anunciaba el tratamiento de José Rodríguez, Cuarto del 22 Doblado, bajo el lema: “No hay gonorrea que resista un tratamiento.” Ese mismo año, el doctor A. Cantú –Morelos 9 y 10– aplicaba tratamientos especiales contra enfermedades de transmisión sexual: “Venéreo-Sífilis… interiores y de la sangre”, que generaban un verdadero pavor, porque el invento de la penicilina estaba en proceso y únicamente se utilizaban sulfas.
Para mediados de 1945 eran comunes los abortos clandestinos, mientras las enfermedades secretas dejaron de serlo. Así lo confirmó el periódico Atalaya, el 8 de julio de ese año, en sus páginas interiores: “Todas las Mujeres de los Prostíbulos Victorenses, Enfermas.” Por lo cual el doctor Gustavo A. Rovirosa, al realizarles un estudio a las mujeres de la vida galante, las consideró un peligro público: “encontrando con que absolutamente todas, padecen enfermedades venéreas por lo que fueron confinadas en un departamento especial del Hospital Civil.”
Bajo estas circunstancias y ante el honroso primer lugar nacional en este rubro, se les aplicó penicilina por cuenta de las regenteadoras para un rápido alivio. “Como consecuencia de lo anterior durante la semana pasada, no hubo ni una sola mariposilla en los centros de vicio.” Vale decir que las explotadoras de este centro de vicio, atendieron de inmediato discriminatoriamente a las más agraciadas, atractivas o guapas, “dejando abandonadas a su suerte a las humildes y menos agraciadas, a las que ni siquiera se les envían alimentos especiales.” Al mismo tiempo se exhorta a las autoridades municipales que una vez librado este problema, se proceda a levantar un censo para instalar un centro de alfabetización para que estas mujeres aprendieran a leer y escribir.
En esa época y mismos lugares pecaminosos, el poeta y escritor norteamericano Jack Kerouac, de la Generación Beat o Perdida, aficionada a las drogas y libertinaje sexual, recuerda en su novela En el Camino, cuando en 1949 estuvo de tránsito en Victoria en compañía de Neal Cassady: “Ellos cruzaron a México por el puente de Río Grande en Laredo [...] Ambos quedaron cautivados por los polvorientos caminos primitivos, los adobes sucios, destartalados y lo que ellos percibían como la ‘calma’ de los mexicanos. […] En Ciudad Victoria los tres hombres despeinados, campesinos descalzos, no estaban acostumbrados a ver a los viajeros estadounidenses de apariencia tan desaliñada [siendo éste el primer contacto que tuvieron al llegar a la ciudad]. En una gasolinera, se les acercó un joven mexicano que los enroló para que se juntaran y se ofreció a llevarlos a conocer chicas. Después de compartir su marihuana de cosecha propia con ellos, su nuevo amigo mexicano los llevó a un burdel local, equipado con sofás, música de mambo, un bar y una pista de baile donde las mujeres podían ser contratadas por $ 3.50. Se fueron después de tres horas, sudados y bebidos; Neal [Cassady] les dio dinero a los policías de aspecto aburrido que estaban merodeando en la acera.” (Steve Turner, Jack Kerouac. Angelheaded Hipster, London, Bloomsbury Publishing Plc., 1996.)
Desde tiempo atrás, la complicidad de las autoridades en el ejercicio de la prostitución y presencia de giros mixtos era evidente, porque conocían perfectamente la operación del negocio. De manera eventual hacían detenciones de mujeres bajo el argumento de talonear fuera del área permitida. Todo esto generaba ingresos por multa de 34 pesos al municipio, o en su caso los policías recibían extorsiones al no detenerlas en cafés, hoteles y vía pública. Uno de los casos más sonados fue cuando dos damiselas de la ciudad perdida, cuando fueron apresadas al regresar de “un viaje místico” a la Virgen del Chorrito. Al pisar tierra victorense, las obligaron a liquidar la multa, o seis días de calabozo. A pesar de que le explicaron al Juez Calificador que se trataba de un viaje religioso y no de placer. (El Heraldo/10/1952).
¡Salven a las Almas Descarriadas!
En 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, llegó a la capital tamaulipeca la señorita Gloria Elizondo, una empresaria regiomontana que asumió el control de cierta fábrica “enlatadora” de alimentos de la Escuela Normal Rural de Tamatán. No sólo se dedicó a envasar sardinas, frutas y jamón endiablado que exportaba a Estados Unidos, sino también fiel a sus convicciones religiosas, decidió realizar entre la población de aquel sector alejado del núcleo urbano de Ciudad Victoria, una serie de actividades apostólicas y catequesis. Además de generar empleos en dicha empacadora, la obra material más importante resultó ser la construcción del nuevo edificio de la Iglesia de San Isidro de Tamatán, enfrente de la Penitenciaría del Estado.
Una década después, Gloria, la monja laica, quien terminó por tomar los hábitos en una congregación de religiosas en Monterrey, observó con tristeza la realidad social y peligros que vivían numerosas mujeres dedicadas a la prostitución. Principalmente las hijas de ellas, quienes se desarrollaban en un ambiente de peligro, pobreza y enfermedades. Bajo esas circunstancias, puso en práctica sus cualidades humanísticas y dedicó parte de su tiempo a protegerlas y aconsejarlas para que reflexionaran sobre la vida infausta que llevaban.
Este tipo de acciones tan audaces, llamaron la atención de algunos victorenses, quienes no podían creer que una joven y guapa dama de la aristocracia interactuara con aquellas mujeres de la vida galante, obligadas a practicar la prostitución: “…obligadas muchas veces por la extrema pobreza en que vivían o por la falta de amor y comprensión en sus hogares.” Según el libro Todo Para la Gloria de Dios (2020), sobre la vida de esta sierva de Dios, siempre les tendió la mano con alimentos, escuela y medicinas, incluso las apartaba de aquel medio consiguiéndoles trabajo de sirvientas en casas particulares. “O enviándolas a Monterrey a una Casa-Hogar atendida por religiosas para que las orientaran… A muchas de esas jóvenes las llevó a la casa de su mamá en Monterrey, mientras buscaba la mejor manera para ayudarlas a solucionar sus problemas…”
Realizar este tipo de esfuerzos no era tarea fácil, sobre todo en un ambiente donde imperaban los tratantes de blancas, padrotes, delincuentes y cinturitas explotadores de mujeres. Sus acciones no fueron en vano; sin embargo, la vida nocturna en Victoria continuó su marcha y los tugurios, burdeles y centros nocturnos de la periferia operaron durante varios años más. Al calor de la necesidad económica y lucha por la supervivencia de aquellas mujeres, surgieron leyendas negras y algunas historias que trascendieron. Después de todo, fue una época cuando los bailes y encuentros sexuales en estos lugares, eran considerados como actos reñidos contra la moral. Aunque por otro lado fueran tolerados por las autoridades, mientras las buenas conciencias los señalaban con índice de fuego.
* Cronista de Ciudad Victoria.