Durante los últimos 20 años, se estima que cada año murieron nueve millones de habitantes a causa de diversas fuentes de contaminación, a pesar de que sus efectos a corto, mediano y largo plazo se pueden prevenir y están contemplados en las agendas de ayuda internacional y de salud mundial.
De los nueve millones de muertes a nivel global, más de seis millones 500 mil fallecimientos son atribuibles a la contaminación del aire debido al envenenamiento por plomo y a la contaminación química generada por la industrialización, la urbanización descontrolada, el crecimiento demográfico, la quema de combustibles fósiles, los incendios forestales, etcétera.
Lo más grave de esta siniestra realidad dada a conocer en 2021 por la Comisión Lancet sobre Contaminación y Salud, es que cerca del 92 por ciento de las defunciones por contaminación se registran en países de ingreso bajo y medio.
La situación se agrava para países como el nuestro, donde las políticas neoliberales impuestas desde hace más de tres décadas han facilitado el descontrol sobre la contaminación y la degradación de los ecosistemas.
Y la gravedad resulta todavía mayor en Entidades como Nuevo León, donde enfermedades y muertes han ido en aumento año tras año por la exposición a las partículas PM2.5 y PM10 disueltas en la atmósfera, según el Observatorio Ciudadano de la Calidad del Aire de Monterrey.
No por nada, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), desde hace más de 15 años mantiene catalogada a nuestra metrópoli como la ciudad más contaminada de América Latina.
A la situación de enfermedades y de muertes por contaminación, esta semana debemos agregar la llegada, de nueva cuenta, de las nubes de polvos del desierto del Sahara, que impactarán negativamente a los altos niveles de contaminación del aire en los municipios metropolitanos.
Si bien la mezcla de polvo y arena trasladada por las corrientes de viento a través del Océano Atlántico ayuda como fertilizantes para la tierra, afecta a la población en general, especialmente a personas sensibles a dichas partículas y con enfermedades pulmonares preexistentes.
Sin embargo, de acuerdo con meteorólogos, los efectos negativos serán la reducción temporal de la visibilidad y las modificaciones en los pronósticos de lluvias, pues podrían ser menores a las estimadas para este seco 2022.
La recomendación es continuar con el cubre nariz y boca, evitar salir de casa o realizar actividades al aire libre, sobre todo si se padecen problemas respiratorios de asma, bronquitis, rinitis o conjuntivitis. Además, proteger a embarazadas, a niñas y a niños, así como a personas mayores de 60 años.
Es justo reconocer que, en medio de esta difícil situación, la Secretaría de Medio Ambiente del Gobierno del Estado ya emitió la Alerta Ambiental –la séptima en lo que va del año–, con base en los lineamientos establecidos en el Programa de Respuesta a Contingencias y en el Índice de Aire y Salud.
La concentración de partículas PM10 durante la mayor parte de los días en las últimas semanas, aunado a las elevadas temperaturas, ha provocado que en la zona metropolitana se registre una calidad del aire extremadamente mala, alcanzando el nivel alerta atmosférica.
Para cumplir el derecho constitucional de todo habitante a disfrutar de un medio ambiente sano para su desarrollo y mejorar su calidad de vida, es deber de los tres Poderes del Estado, en forma coordinada con la ciudadanía, que la prevención de la contaminación sea un objetivo de orden superior.
Es decir, que combatir la contaminación tenga alta prioridad y, por ello, aumentar el financiamiento, movilizar los apoyos técnicos para su control, hacer efectivos los sistemas para vigilar sus efectos sobre la salud y llevar a cabo las acciones planeadas para mitigarla y restaurar el medio ambiente.
Los ‘Polvos del Sahara’ nos obligan a abatir el déficit histórico de áreas verdes y arbolarlas profusamente, ya que la densidad que tiene el Estado es de 1.9%, cuando deberíamos tener una densidad mínima de 10%.