La aviación es, por norma, el medio de transportación más seguro en todo el mundo. ¿Por qué perdió altura la nave en la que viajaba el Secretario de Gobernación y se desplomó en una de las zonas más pobladas y transitadas a esa hora, cuando además transportaba a funcionarios de primerísimo nivel?

Por el momento en que ocurre el accidente, por la forma en que se presenta, y por otras circunstancias, como el antecedente de que ese avión Learjet 45 XC-VMC ya había presentado problemas desde el 2005 que obligaron al secretario de Gobernación en aquel entonces, Carlos Abascal, a suspender un viaje a Mérida, la investigación sobre la caída de esta aeronave anoche, a menos de 200 metros de la Fuente de Petróleos en las Lomas de Chapultepec, que causó la muerte de Juan Camilo Mouriño y de José Luis Santiago Vasconcelos, entre muchas otras personas, debe arrojar resultados claros, precisos y urgentes.

La opción primera, la evidente, es que realmente ocurrió un trágico accidente. Y es trágico no sólo por la cantidad de muertos o la alcurnia de algunos de los fallecidos. Lo es también por las implicaciones del momento político en que sucede.

Estas máquinas no fallan nada más porque sí. De hecho se sabe que en más del ochenta por ciento de los accidentes el factor determinante es humano. El quince o veinte por ciento restante se relaciona con el clima o con la posibilidad de fallas mecánicas más o menos previsibles. Por eso, la cuestión es, ¿cómo puede el número dos de la política nacional abordar una nave con mantenimiento deficiente, o con un piloto que no sería del todo confiable? El clima queda descartado porque la noche era clara. No había ni lluvia, ni viento.

Por eso urge una investigación muy competente, eficiente, y que aleje toda sombra de duda posible. Y es que, con todo esto a bordo, sería posiblemente preferible la opción del error, técnico o humano. La otra opción, debe quedarnos muy claro, sería mucho peor.

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