* Cuán presto se va el plazer; cómo después de acordado da dolor “Al final de la vida terrestre, el ser humano deja atrás de sí un cadáver. Es como el capullo que hizo posible el emerger luminoso de la crisálida y de la mariposa, libre ya en el horizonte infinito de Dios. ¿A qué está destinado el ser humano? A realizar plenamente las innumerables posibilidades escondidas en su realidad corpo-espiritual. La plena concretización de esas semillas depositadas en su ser se llama resurrección. Pero está llamado especialmente a acoger a Dios dentro de él de forma que se vuelva Dios por participación, como dicen todos los místicos cristianos. Entonces no habrá más distancia, porque la criatura, sin dejar de ser criatura, se sumerge definitivamente en el corazón del Creador. Y serán dos en una sola misteriosa Realidad.” (mi amigo y maestro Leonardo Boff, dixit). Este texto está dedicado, con fortaleza y ternura, a la esposa, los hijos, los padres de Juan Camilo Mouriño, de José Luis Santiago Vasconcelos, de Miguel Monterrubio, de Arcadio Echeverría, de Norma Díaz, del capitán Julio César Ramírez Dávalos, del copiloto Álvaro Sánchez y de la sobrecargo Gisel Carrillo, todos fallecidos la tarde de este martes en el espantoso y aterrador accidente aéreo en plena ciudad de México, cuando regresaban de San Luis Potosí, que todo el mundo conoce ya por los medios electrónicos y por la prensa escrita. La Vida sin la Muerte, amigos, no tiene sentido. La Muerte es sólo el parto, la pascua, el paso. Yo le llamo “el santo cuántico” del mundo material al Reino del Espíritu. Somos los seres humanos como cosmonautas que vamos viajando en una maravillosa astronave, llamada cuerpo corporal y estamos precisados a actuar magistralmente en nuestro diario vivir, dentro de esa cabina inteligente, aceptando las cosas que no podemos cambiar y cambiando las que sí podemos, porque este viaje cósmico tiene que llegar, inevitablemente, a su destino, que es la Muerte de cuerpo corporal. Cuándo, cómo y dónde, no lo sabemos, como era el saludo de unos monjes de la edad media que cuando se encontraban en los corredores del convento se saludaban de la siguiente manera: “Hermano, hermano, morir tenemos”. Y el interlocutor respondía: “Cuándo y cómo, no lo sabemos”. La única certidumbre que tenemos del futuro es que hemos de morir, dar ese paso hacia la Eternidad, dejar la cabina de la nave cósmica para volvernos hacia el Todo, y confundirnos con él, sin perder la individualidad, un misterio que nadie es capaz de comprender y que inclusive es negado por muchos agnósticos y ateos, quienes por supuesto merecen todo mi respeto. Dice José Saramago que sería muy aburrido ser eternos. Y lo dice un viejo espléndido que casi alcanza los 90 años de edad con una lucidez de espasmo. Y para la muerte no hay día ni hora, no hay edad, no hay condición social, política o económica. A todos, a ricos y pobres, a pobres y miserables, a miserables e indigentes, a todos nos iguala. Y de nuevo, para los familiares de los desaparecidos, reproduzco aquí -se impone en momentos de profundo dolor y tristeza por la partida de los seres queridos-, algunas de las hermosísimas Coplas de Jorge Manrique –1477- a la muerte de su padre: Recuerde el alma dormida, / avive el seso e despierte / contemplando / cómo se passa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando; / cuán presto se va el plazer, / cómo, después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parescer, / cualquiera tiempo passado fue mejor. II III V XIII XVI XVII
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