Muy temprano en la mañana del domingo 16 de mayo de 1948, un pescador macedonio cuyo nombre ha quedado en el olvido, preparó los aperos y zarpó a las aguas de la bahía de Salónica. Iba alerta como siempre, oteando el horizonte con ojo experto en busca de señales de tormenta… o de lanchas patrulla. Eran tiempos difíciles de guerra civil y no pocos de sus compañeros habían sido detenidos y maltratados por la policía de la dictadura que veía en los obreros de la mar a simpatizantes de la guerrilla comunista a la que combatía en una desgastante guerra civil. De pronto, entre los trazos de bruma que flotaban sobre las tranquilas aguas, un bulto se interpuso en el camino de la lancha. Era el cadáver de George W. Polk, corresponsal de la cadena de televisión norteamericana CBS, atado de manos y con dos tiros en la nuca.
Han pasado sesenta años y las circunstancias de la muerte de Polk, como las del asesinato de Manuel Buendía hace 25 años, siguen siendo un misterio, aunque demasiadas las semejanzas, entre ellas una escalofriante: ambos fueron liquidados para dar una advertencia al gremio, en el mismo mes de mayo con 36 años de diferencia. Un practicante de la cábala no dejaría de notar que Polk pereció en el 48 y Buendía en el 84... números invertidos. Quizá en un futuro lejano algún historiador descubra y publique los detalles de esas y otras violentas eliminaciones de periodistas que caracterizaron al recién pasado siglo XX.
Polk se había convertido en una espina en el costado de casi todos los actores en la guerra civil griega: los ministros de la dictadura; los diplomáticos de la embajada de Estados Unidos; los militantes del Partido Comunista; los guerrilleros… todos detestaban en menor o mayor medida al locuaz periodista y deseaban su salida del país... y algunos de esta vida, como quedó demostrado. Polk debió haber sido un muy buen reportero para haber unificado en su contra a tan dispares actores. Lo usual es que los corresponsales se ganen el odio de algunos y la adhesión –interesada- de otros.
En su tarea como corresponsal durante la sangrienta guerra civil que disputaba el control de la península helénica, ese periodista había acumulado una larga lista de malquerientes. A la guerrilla comunista la caricaturizó como una banda de rufianes; al gobierno griego como un hato de ambiciosos y corruptos políticos; al ministro de seguridad como gángster... y satanizó a Washington por su apoyo a la represora y sanguinaria dictadura griega.
Así pues, resulta entendible que desde su arranque la investigación del asesinato haya tenido mucho de simulación y farsa. La policía levantó cargos contra cuatro ciudadanos griegos: un militante de medio pelo del PC que estaba a cientos de kilómetros de Salónica el día del asesinato; un reportero supuestamente comunista que se encontraba en su oficina cuando el cuerpo de Polk fue arrojado a las aguas; la anciana madre de éste, quien “confesó” para salvar a su hijo de la tortura y un integrante del Comité Central del PC… ¡que había fallecido cuatro semanas antes!
Las reacciones oficiales por la muerte del periodista tuvieron como signo característico una gran hipocresía. El gobierno helénico aseguró que no escatimaría esfuerzos para dar con el o los asesinos a coro con el de Washington, que en ese año de Dios de 1948 invertía un millón de dólares diarios en ayuda para aplastar el levantamiento comunista (cómo se dirá “caiga quien caiga” en griego?) En el mismo tono que la de la Acrópolis, la burocracia del Potomac juró que supervisaría de cerca la investigación. En ambas partes del globo caballeros de adusto semblante y grave continente condenaron casi con las mismas palabras el atroz hecho.
En Washington y Nueva York los periodistas pusieron el grito en el cielo y se movilizaron. Fue creado un comité ad hoc encabezado por el legendario Walter Lippmann y rápidamente se instituyó un premio con el nombre del muerto. En pocos meses el comité aceptó los resultados de las investigaciones oficiales griega y norteamericana y desde entonces cada primavera la crema y nata del periodismo norteamericano se congrega en una brillante ceremonia durante la cual se prenden medallas y se otorgan laureles en nombre del pobre George W. Polk. Hay quien juzga que sus colegas “lo traicionaron cuando validaron las espurias pesquisas y el falaz proceso judicial” incoado en contra de unos chivos expiatorios.
Algunos reporteros neoyorquinos quisieron recabar fondos y viajar a Grecia para investigar el asesinato. Su propuesta fue eclipsada por el comité Lippmann, cuyos integrantes se limitaron al camino oficial y liquidaron así toda esperanza de una indagación independiente en el asesinato del periodista.
El premio George Polk exige que los nominados hayan demostrado “imaginación y valentía” en el ejercicio del periodismo. Entre otros la han recibido figuras de la talla de Edward R. Murrow, Walter Cronkite, Gloria Emerson, Norman Mailer, Seymour Hersh, Daniel Schorr e I. F. Stone, quien en la recepción en 1968 dijo que estaba muy feliz por la presea y que deseaba decir algunas cosas sobre George Polk, “quien parece haber sido olvidado en estos eventos [...] Polk fue uno de los pocos periodistas norteamericanos que tuvo la valentía de ver más allá de las tinieblas de la guerra civil y apreciar la agonía y lucha del pueblo griego...” (Por cierto, la lista de periodistas mexicanos galardonados con el premio Manuel Buendía es igual de impresionante... y otra coincidencia: también el nombre del columnista era medio incómodo en las ceremonias de premiación.)
En el caso de Polk, como en el de Buendía, se requeriría de reporteros tan eficaces y tan comprometidos como ellos para resolver sus propios asesinatos. ¡Helas, eso no puede ser! Debemos conformarnos con el trabajo de otros periodistas que, como no me he cansado de repetir aquí, se niegan a someterse al silencio de las hemerotecas. En el caso que nos ocupa fue Elías Vlanton -en colaboración con Zak Mettger- quien en 1996 publicó un minucioso libro de 322 páginas que llega a la descorazonadora conclusión de que a medio siglo “aún no existe certidumbre sobre quién asesinó a George Polk.”
En ¿Quién mató a George Polk? (Who Killed George Polk?), nos enteramos de que la Comisión Lippmann y la propia CBS endosaron la teoría de la policía griega de que Polk había sido asesinado por la guerrilla comunista. A lo largo del texto Vlanton y Mettger pasan revista a la comedia de inconsistencias, fallas, ocultamientos y desviaciones que enturbiaron el caso, y sistemáticamente descubren los velos que a lo largo de los años fueron tendidos sobre el caso: un agente secreto norteamericano que estuvo involucrado en las indagaciones declara en 1974 que el juicio fue una farsa para encubrir a los verdaderos autores; en 1976, la corte suprema griega niega la petición de un nuevo juicio al periodista condenado, quien aseguró que la confesión le fue arrancada tras meses de tortura; en 1977 se demuestra que es apócrifa una carta ofrecida como prueba en el juicio; en 1978 el gobierno griego niega la petición de uno de los dos “cómplices” sentenciados en ausencia para volver a Grecia y someterse a un nuevo juicio...
Vlanton y Mettger apuntan: “Una pesquisa de 15 años en los archivos del gobierno norteamericano y el análisis de los documentos particulares de algunas de las personalidades involucradas documentan que el gobierno griego y el Departamento de Estado norteamericano conspiraron para acusar falsamente a personas inocentes en el asesinato de George Polk, y que algunas de las más respetadas figuras del periodismo estadounidense se hicieron de lado y lo permitieron.”
A manera de conclusión exponen tres posibles escenarios del crimen: a) fueron los insurgentes comunistas para minar la ayuda norteamericana a la dictadura; b) fueron los servicios secretos británicos, desplazados por los norteamericanos, para enturbiar las relaciones greco-estadounidenses, y c) fueron altos funcionarios, temerosos de que las revelaciones de Polk sobre la corrupción oficial desestabilizaran al gobierno griego.
Pero la verdad, lo que se dice la verdad, sigue siendo un misterio.
¿Debemos llegar a la conclusión en el asesinato de Polk como en el de Buendía y otros, de que quienes se aplican a la investigación de los crímenes en contra de la prensa sólo gritan en el desierto? Eso es lo que desean propalar los espíritus del silencio. Eso es lo que debemos combatir los reporteros, viejos o jóvenes. Los ejemplos de George W. Polk y de Manuel Buendía son como luces en nuestro camino profesional y personal. Creo que a ellos no les importará haber muerto si saben que su ejemplo quedó entre nosotros.
*Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla.
sanchezdearnas@gmail.com
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