No. 155 Martes 18 de Noviembre de 2008 |
Del baúl de los recuerdos, extraigo un expediente, que aún está abierto: el lunes 3 de enero de 1994, yendo en caravana sobre la carretera Panamericana, de San Cristóbal de Las Casas rumbo a Guatemala, a unos 200 metros del cuartel general de Rancho Nuevo nuestros vehículos, sendos VW, fueron materialmente rafagueados por elementos del Ejército mexicano, no obstante que las carrocerías estaban plagadas con carteles de “Prensa”. Las víctimas del ataque fuimos la reportera gráfica Frida Hartz y el reportero Ismael Romero, ambos del periódico La Jornada; Jorge Tamez, de la Agencia Informativa Lemus, y un servidor, enviado por el diario El Financiero. El ataque – una terrible granizada de balas - en Rancho Nuevo, fue consignado por El Financiero y La Jornada, obviamente. En su página frontal, La Jornada, bajo el encabezado "Combaten a 16 km de Tuxtla", mostraba al Ismael Romero, con el hombro derecho cubierto por una manta blanca y el pecho bañado en sangre, auxiliado por este reportero caminando hacia la puerta del hospital de San Cristóbal, después de una experiencia en la que cualquiera de los cuatro pudo haber dejado la zalea en el pavimento. Para mí es una experiencia realmente inolvidable. El estar cerca de la muerte es algo no tan aterrador como muchos creen. En el momento de la balacera, a mí me inundó una paz interior y una claridad de discernimiento que jamás había vivido y jamás he vuelto a sentir. No nos mataron. Estamos vivos para contarlo, los cuatro reporteros. Pero tenemos la autoridad para hablar de la muerte de compañeros que no han tenido la misma suerte, y que van cayendo como moscas bajo las balas de los poderes fácticos e inclusive, no hay pruebas contundentes, de poderes institucionales. El más reciente asesinato es el del colega periodista Armando Rodríguez Carreón, reportero policiaco del matutino El Diario de Ciudad Juárez, quien como muchos otros ha tenido simplemente el sentido de la responsabilidad del periodista, a quien la dirección de su medio informativo le asigna cubrir una fuente de información. En este y los demás casos, la fuente es la llamada policiaca, que incluye las actividades del crimen organizado. Y van muriendo, uno tras otro, sin que nadie haga nada. Sin que nadie valore la vida de esos reporteros que, por obligación, por el sueldo que ganan, por su vocación, por su oficio de investigar, reportear, redactar y publicar las noticias, se encuentran en un momento de la vida en la mira de un fusil de alto poder, o de una pistola, o de un grupo de secuestradores que simplemente los desaparecen. Rodríguez fue asesinado la mañana del jueves 13 de noviembre, cuando cerca de la 8:20 a.m. salía de su vivienda en un vehículo propiedad del diario que fue interceptado por desconocidos que dispararon al menos en cinco ocasiones. El periodista se disponía a llevar a su hija menor de edad a la escuela. Y mueren los periodistas y todo el mundo condena el hecho y pide castigo para los asesinos. Organizaciones supranacionales como la ONU, organizaciones no gubernamentales, organizaciones de empresarios periodísticos como la Sociedad Interamericana de Prensa, activistas en derechos humanos, pero… pero no pasa nada. El muerto al pozo. Y sigue la cadena. Armando Rodríguez Carreón no será el último, sino más bien el más reciente eslabón de la cadena de ejecuciones de periodistas en este México triste y abonado con la sangre de miles de ejecutados en esta guerra sin sentido que sólo cobra vidas de uno y otro bando, pero que, ya lo sabemos, no acabará con el crimen organizado ni con el narcotráfico, porque estas actividades no son controladas in situ, sino desde los más influyentes centros de poder económico y político, más allá del Río Bravo, en los centros financieros en donde se lavan y blanquean miles de millones de dólares producto del comercio de armas y de las drogas de todo tipo. Suman ya una decena los reporteros asesinados en lo que va de este año en México. Con la ejecución Rodríguez, los periodistas asesinados en México superaron los 40 en los últimos ocho años. Y aunque existe una fiscalía especial creada para investigar esos crímenes, atribuidos en su mayoría al narcotráfico, todos siguen impunes. Mientras, los medios de comunicación del norte del país, donde la violencia de los traficantes de drogas es mayor, mantienen la estrategia de limitar la publicación de temas vinculados con las mafias, para así evitar ataques. Frente a la persistente violencia que sufren los periodistas, "no hay una solidaridad importante y amplia del gremio local, que además no es fuerte ni unido", de acuerdo con el Centro de Periodismo y Ética Pública (Cepet), una organización no gubernamental dedicada a dar seguimiento a las actividades del periodismo en México y particularmente a denunciar las agresiones contra los periodistas. Los 10 periodistas muertos este año son parte de los casi cinco mil asesinatos registrados en México en igual período, relacionados con la violencia entre y contra bandas de narcotraficantes. El equipo editorial del Diario de Ciudad Juárez se dirigió al presidente Felipe Calderón, igual que lo hizo con su predecesor, Vicente Fox. "Es evidente que las medidas y acciones que se han adoptado hasta ahora (en el gobierno) no han dado resultados aceptables, porque la reacción de los criminales ha sido más avasalladora que la respuesta oficial", afirma el editorialista del diario juarense. Pidió esclarecer el crimen y demandó que en Ciudad Juárez, donde hubo 1,400 asesinatos de enero a la fecha, sea declarado en estado de emergencia. ¿Desea dar su opinión? |
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