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No. 155 Martes 18 de Noviembre de 2008

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Fieles creyentes del “Como México no hay dos”, en combinación especial con “lo hecho en México está bien hecho”, llegamos a suponer que la costumbre propia de esperar sexenio tras sexenio la llegada del “nuevo Mesías”, el nuevo Presidente de la República, el que ahora sí, a diferencia del que se iba, llegaba para resolver todos los problemas, a colmar nuestras esperanzas, a agotar todo lo que hasta ahora había quedado en la lista de los pendientes, era algo que nos hacía singulares en el concierto de las naciones.

Cuán equivocados estábamos. Si ese fenómeno no ocurre en otros países, al menos sí se da en el vecino del norte, allá se vive en todo su esplendor con el triunfo de Barack Obama en las pasadas elecciones.

Desde el pasado 4 de noviembre, día tras día se llenan las páginas periodísticas con las más diversas expectativas, no sólo de sus conciudadanos, sino de habitantes de todos los continentes que cifran  sus demandas, anhelos y aspiraciones en la figura del primer afro-americano que llega a la presidencia de su país y a quien, de un modo u otro, se le conceden atributos tales que lo invisten como un nuevo mesías.

A guisa de ejemplo, por igual se espera que resuelva la profunda crisis económica en que está sumido su país y que como una onda telúrica se ha propagado a todo el globo, también que retire a las tropas de Irak y Afganistán, que resuelva el casi insoluble problema de Medio Oriente, que evite el resurgimiento de la Guerra Fría, ahora que Rusia intenta asumir algunas de sus glorias pasadas; que le dé a América Latina el trato que merece, empezando por poner coto a la indiferencia que ha sido lo común en los últimos años.

México, al igual que los demás países del continente que generan  flujo constante de indocumentados, esa mano de obra que les es indispensable a los vecinos, aunque se nieguen a reconocerlo, espera en particular una reforma migratoria con sentido humano; que se detenga la construcción del muro de la ignominia, cortina de nopal o de tortilla, y que haya disposición real y efectiva para revisar el tratado de libre comercio, particularmente en  aquellas cláusulas que han resultado nocivas unas y otras que han resultado imposibles de cumplir.

Un componente esencial para que se haya generado este caudal de expectativas, ha sido el desencanto y la frustración que para los norteamericanos han representado los ocho años de George W. Bush en el poder. En USA se vive, quizás por primera vez, el desencanto y esa frustración que en nuestro país campea desde hace muchos sexenios y ni  siquiera la alternancia partidaria en la silla presidencial pudieron acabar con ello. A dos años de que terminó el primer sexenio no priista, día tras día, el mexicano, panista o no, partidario del voto útil, o no, se da de topes contra la pared y se dice  a  sí mismo: “ cómo pude yo haber creído en ese farsante inútil, etcétera, etcétera.”

A los buenos vecinos, hoy les pasa lo mismo. Después de la fraudulenta forma en que Bush Jr. llegó al poder en su primer cuatrienio, Estados Unidos fue herido en lo más profundo de su orgullo nacional por los atentados del 11 de septiembre y con revanchismo malentendido y mal disimulado, estuvieron dispuestos a entregarle al texano todo el amor y todo el dinero, quien haciéndoles creer que como pueblo elegido no podían permitir que impunemente se les vulnerara, logró que le dieran manos libres para que con el pretexto de la guerra al terrorismo, y su adoración del mercado libre hasta el extremo del capitalismo depredador, los sumiera en un abismo del que hoy esperan que Obama los rescate. Al desencanto le sigue desde noviembre 4  un  nuevo encantamiento.

La llegada de Barack Obama a la presidencia del vecino país, las posiciones que el partido demócrata ha alcanzado tanto en la cámara de representantes como en el senado, dotan al carismático afroamericano, de un inmejorable instrumento para abocarse a la resolución, tanto de lo urgente como de lo importante.

 La determinación de las prioridades será la primera gran tarea que tienen que resolver y por supuesto, ahí mismo van a empezar a aparecer los primeros desencantados, en el momento mismo en que Obama integre su gabinete.

Con la experiencia que nos han dejado los inicios de sexenio plenos de expectativas y los fines llenos de desencanto y de frustración, que vivimos desde hace casi ochenta años, tenemos que aconsejar a nuestros primos para que pongan los pies en el suelo y asuman a Obama como un ser de carne y hueso, que podrá darles muchas satisfacciones, pero también lo contrario, ya que así como da pie a levantar toda clase de expectativas, también se deben de tomar en  los límites, que impiden hacer y que van desde el “no quiero” hasta “el no es posible”.

Mientras tanto, acá de este lado, en sólo dos años ya estamos alcanzando la cuota de desencanto y frustración de todo el sexenio.

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