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No. 155 Martes 18 de Noviembre de 2008

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DOMINGO DE RÁFAGAS
Llegaron por la tarde, un poco después de la hora de la botana. La marisquería “El Negro Durazo”, famoso restaurante de Tijuana, tanto por su larga historia, que invoca a un policía de triste memoria del sexenio lopezportillista, como por los platillos que preparan: pescados y mariscos de la costa californiana, de Rosarito y Ensenada.
Ese día domingo 12 de octubre, en una de las mesas, dos comensales sedientos y alegres, festejaban quizá el día de la raza. Fecha importante para todos, pero sobre todo para la gente que vive en la franja fronteriza y más allá de los límites geográficos mexicanos. Las charlas, las risas y las conversaciones cesaron de pronto, cuando entraron dos hombres con armas largas. En menos de dos minutos localizaron su objetivo y descargaron sobre aquellos sus armas.
Uno de los clientes que también saboreaba sus mariscos, entró en pánico cuando en fracción de segundos miró hacia adonde apuntaban los cañones de las R 15, para su mala suerte su mesa estaba contigua a la de los dos hombres que murieron fulminados por las ráfagas. Los pistoleros interpretaron, tal vez, -especuló después la policía local- que el hombre de oficio fotógrafo, formaba parte del grupo y también cayó abatido. Los demás, hombres, mujeres, niños, se quedaron asombrados ante esa desfachatez y solamente una persona rompió unos de los cristales para huir de aquella locura. Fue el único herido.
Los matones salieron caminando del lugar. Abordaron su camioneta y partieron con rumbo desconocido, como dicen las malas crónicas de la nota roja. Porque los rumbos son desconocidos para el resto de los mortales, pero para quienes huyen no.

Ustedes no dejen la parranda
“El Negro Durazo” está ubicado a trescientos metros de la Plaza Río, la zona comercial “chic” de Tijuana, y se puede observar desde ahí, con sólo caminar unos pasos y lanzar nuestras miradas por encima del Mercado Hidalgo, uno de los edificios orgullo de los tijuanenses, la sede del Centro Cultural de Tijuana, más conocido como el CECUT. Lugar destinado para la música, las artes plásticas, teatro, literatura, exposiciones de tesoros de la humanidad como la cultura hindú, cine Omnimax, ustedes saben, pantallas gigantescas en donde acuden los fines de semana, más aún los domingos, una gran cantidad de niños para ver dinosaurios y viajes al espacio.
Pues el viernes 14 de este mes, acudí al CECUT, nomás de curioso, a una reunión de escritores del norte mexicano. Y uno de quienes leerían sus poemas era nada más y nada menos que Guillermo Meléndez, quien con ojos cansados, quizá por la borrachera de la noche anterior, ya que fueron recibidos unos treinta narradores y poetas con una etílica bienvenida en la Casa de la Cultura. Bueno, después del abrazo de rigor por tan feliz encuentro, le dije que me hablara de ladito. Ese viernes por supuesto era obligado por ser el primer día de labores - después de hablar de poemas y cuentos, además de revistas culturales de las entidades del Noroeste y Noreste-, los creadores se fueran a conocer la Tijuana de noche.
Y nada, que el sábado por la mañana, segundo día de literatura, nuestro estimado Meléndez se cargaba un aliento de dragón, pero el mío tampoco era producto de comer dulces mentolados, y se juntaron las pláticas con el ansia contenida de lluvia de cebada para terminar con ese típico malestar.
Pues el sábado no pudo haber terminado mejor. Mis amigos tijuanenses me invitaron a la Casa del Túnel (lugar del cual les platicaré en otra ocasión) y nada, que era un encuentro con cineastas franceses y canadienses que tenían el encargo de cambiar impresiones con creadores norteños para un video sobre “Literatura y Frontera”, o algo parecido. La sorpresa fue mayúscula porque entre carcajadas y tequilas reían al borde de la locura, Eduardo Antonio Parra y David Toscana, amigos escritores regiomontanos con reconocimiento nacional, incluso Toscana ya es leído en otros idiomas gracias a su libro Estación Tula.
Los visitantes, por más esfuerzo que hacían, no lograron arrancar nada interesante para su video (eso creo) dada la cantidad desmesurada de tequila y cerveza de nuestros estimados amigos; por cierto, también estaba en el festejo Cristina Rivera, quien en días próximos presentará su último trabajo, algo sobre la frontera, y el anfitrión Leobardo Saravia, cronista y promotor cultural, además de Carlos Saravia, crítico de cine.
Bueno, pues fíjense que Parra y Toscana, quienes en aquellos tiempos de Coloquio tomaban únicamente cerveza, ahora con la alcurnia que otorga la fama, exigían tequila e indagaban en dónde cenar; yo recomendé un lugar para comer tacos, y de esa manera se acordaran de nuestro querido Monterrey, porque según rememoro, después de las parrandas a todos nos daba por buscar algún lugar de tacos o menudo. Lo más probable es que hayan terminado esa larga noche en el Zacazonapan, puesto que en la reunión andaban un par de buenos músicos invitando a ese lugar poco recomendable para familias, pero sí para aventureros fronterizos, y los regiomontanos no daban señales de arrepentimiento, todo lo contrario. Yo ahí la terminé y corriendo vine a escribir algunas notas para esta crónica. Después les cuento otras andanzas en esto de Balazos y Placeres.
Quisiera terminar con las palabras proféticas, aunque las leyó con profunda sequedad en la garganta, nuestro estimado Meléndez, ya recuperado, ese sábado en el CECUT:
Bebamos hasta encontrar el vellocino
que vigila un rebaño de tarántulas
Hasta que las muchachas de Dyoniso
nos exciten con furia de leopardas
sin que las enfermeras las adviertan…

Fragmento de “Discurso etílico”, de su libro El legajo de la noche.

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