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No. 159 Lunes 24 de Noviembre de 2008

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Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos muchos más que dos.
Mario Benedetti

Te amo, sin embargo no te amo
¿lo comprendes?
Marguerite Durás

En una contradicción constante, casi incomprensible, transitaba la mayor parte del tiempo nuestra amiga Bárbara –la doctora Bärbel Brinckmann, esposa de Lutz-; así la conocimos. Procuraba dejar fuera de la vista de los demás las debilidades, seguramente, con el afán de no faltar a la herencia de sus padres y los otros hijos de la guerra que dejó en Alemania.

Habló alguna vez escuetamente del hambre de los niños, entre los que estaba ella, durante los años cuarenta de aquel país, pero prefería no abordar el tema de su infancia. Viajó con su marido a México a principios de los setenta y se instaló aquí en Monterrey, siempre –a diferencia de Lutz- con la nostalgia de su país y quizá con la amargura de estar lejos. Nunca nos dejó saber por qué no regresó.

Sin embargo parecía que uno de los motivos de mediana o profunda felicidad, sin aceptarlo abiertamente, consistió en sumarse a los “domingos rojos”, donde trabajaban en comunidad, con los rebeldes vecinos que recién habían fundado la colonia Tierra y Libertad. La recuerdo recontando con cierto brillo de pasión reprimida, por aquello de la germanidad, en torno a la alfabetización de los niños.

Cuando nuestra amiga Regine, también alemana, nos invitó por primera vez a su país, para participar con otros artistas en el Kultur Market 1991, Bárbara trabajó también, como si fuera penitencia, en la traducción inicial de los poemas que presentaríamos en aquella ocasión; era obsesiva, el trabajo le significaba un campo de batalla que asumía como soldado.

Precisamente hoy, sin digerir del todo la noticia de Inti, su hijo, quien nos avisó que su madre Bárbara falleció, escribimos a Regine avisándole; sirva igual este conducto, para enterar a nuestras amigas y amigos mutuos que: Bärbel Brinckmann, aquella testaruda, “terca como las mulas”, a la que quisimos incluso en contra de su voluntad, ha muerto este 18 de noviembre.

Fue su deseo morir en Vallarta, allá en La Cruz, Bahía de Banderas, Nayarit, donde pasaba el invierno durante los últimos años; mirando al mar.  No hemos confirmado aún si tuvo a mano el churro que imaginó alguna vez para ese viaje, esperamos que sí; porque para los amigos se desean siempre cumplidos sus deseos. Nosotros la recordaremos siempre que oigamos a sus cantantes favoritos y esa canción de Benedetti que tampoco sabemos bien, tratándose de un edicto de amor,  por qué le gustaba tanto. Quizá, porque en el fondo, era lo que le costaba mostrar.

Graciela Salazar Reyna

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