Tal vez algunos de mis amigos lectores, al ver el título de esta nota, puedan suponer que me equivoqué al parafrasear el nombre de uno de los libros más recordados de don Daniel Cosío Villegas (El estilo personal de gobernar), mas reivindico mi intención original. Resulta que la Secretaría de Gobernación, por medio de su Instituto Nacional para el Federalismo, ha dictaminado que los municipios de Monterrey, San Nicolás y Guadalupe, son merecedores del Premio Nacional al Buen Gobierno, junto con medio centenar de municipios de otros estados. Según los criterios del Instituto Nacional para el Federalismo, de la SEGOB, todos estos municipios son ejemplares en sus procesos administrativos, prácticas y su normatividad para resolver problemas en sus comunidades. Hoy viernes recibirán el reconocimiento de manos de Felipe Calderón, en León, Guanajuato. Adalberto Madero, fiel a su estilo, ya lanzó las campanas al vuelo, y asegura que esto “es algo que muy pocos consiguen”. En tanto, el contraste entre el presumir y el hacer sigue en veremos, en opinión de los medios locales y la ciudadanía. Pero dejemos que el superalcalde disfrute sus quince minutos de fama. Me interesa más la autoridad moral de quien premia que la del (o los) premiado(s). EN BLANCO Y/O NEGRO El pleno del IFAI (Instituto Federal de Acceso a la Información) se preparaba para decidir si la información debía ser pública, como lo exigió un ciudadano, o mantenerse reservada, como pretende la PGR. El presidente del IFAI, Alonso Lujambio, criticó la acción de la PGR, a la que calificó de “aberrante”, porque se “aleja subrayadamente del margen de la ley”. No me extenderé en tecnicismos legales que a los ciudadanos comunes suelen abrumarnos. Lo esencial está dicho y es claro. Los intereses ciudadanos avanzan, a regañadientes, por un lado, mientras que por el otro, el aparato oficial sigue mostrando que, tricolor o azulado, camina por rumbos diferentes. GUSTOS REFINADOS Durante un cateo realizado en su residencia de La Herradura, en los linderos del Estado de México y el Distrito Federal, aparecieron joyas, esclavas, aretes y demás artículos de marcas exclusivas y supuesto buen gusto, entre los que destacan siete relojes de las mejores marcas y que no menciono porque aquí me acaban de subir las tarifas de publicidad. Pero valga detallar que el más “barato” de los relojitos encontrados se cotiza en unos 45 mil pesos, pero los hay con valor superior a 325 mil pesillos, de esos que componen el salario mínimo al ritmo de menos de 60 pesos por jornada de ocho horas, bien taloneadas. Esta rata ricarda, como decía el “Loco” Valdés en su programa hasta que lo multaron, según datos de la investigación, cobraba entre 150 mil y 450 mil dólares mensuales (con Beltran Leyva), y digamos que “podía darse esos lujitos”. Y ya puedo suponer las carencias que pasó en su infancia y juventud, lo que no justifica la traición. Estoy tratando de imaginar si dos millones de pesos en el cajón del buró me harían dormir más tranquilo, pero a la conclusión que llego es que ahí está el verdadero enemigo de nuestra sociedad, que no lo son tanto los Colorado González y otros como él, sino esa tendencia absurda a atesorar lo que ni siquiera sirve para lo que fue hecho. ¿Siete relojes? ¿Y para qué? (Aparte, seguramente traía otro más al ser detenido.) Sí, me van a decir que hay coleccionistas que tienen setenta, y más. Bueno, pues allá cada quien, y mejor aún si su colección es producto de trabajo talentoso y honrado, desprovisto por completo de abuso y explotación. Porque de otra manera, creo y lo sostengo: esa idea de que me merezco todo lo que pueda imaginar y no hay nada que no pueda obtener, sobre todo si estoy dispuesto a pasar por encima de quien sea y lo que sea, es la idea más peligrosa posible, no importa lo que nos diga el eslogan de moda en el horario triple A de la televisión. POR ÚLTIMO, EL REFINE ¿Desea dar su opinión? |
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