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EL DESTINO NOS ALCANZÓ

Claudio Tapia

 

Para asistir al parto de nuestra nación, hace doscientos años, los conjurados habían acordado una fecha: el 2 de octubre de 1810, pero como la conspiración fue descubierta tuvo que anticiparse al 16 de septiembre. Para la segunda revolución, la de hace cien años, Francisco I. Madero, en el Plan de San Luis, convocó a los mexicanos a las 5 de la tarde del 20 de noviembre de 1910, para empezar el alzamiento. Y, para la revolución del siglo XXI, la que toca este 2010, hay conjurados que esperan que se señale el día y la hora para iniciarla, sin darse cuenta de que ya empezó porque el destino nos alcanzó.

         Al igual que en las revoluciones anteriores, cuyas emblemáticas fechas fueron innecesarias porque las causas que las originaron se acumularon con anterioridad y los múltiples brotes de inconformidad empezaron con anticipación, la que toca este año, sin darnos cuenta, ya se inició. La hora llegó y sólo falta la fecha simbólica que permitirá su conmemoración.

         Somos un Estado fallido con economía inviable, una nación ensangrentada con población empobrecida, dividida, decepcionada por el fracaso de los intentos vanos para  alcanzar  la justicia, el progreso y la paz social prometida por dos revoluciones que fallaron.

 Nadie puede negar que prevalecen las mismas condiciones de injusticia e inequidad que propiciaron el grito de independencia y despertaron al México bronco. Nuestro intento histórico de crear una nación independiente, próspera y con justicia social, fracasó. 

Los brotes de inconformidad que demandan recuperar el proyecto inicial, crecen y se generalizan encubiertos por otras secuelas de la descomposición social, la destrucción de sus redes, el abandono de la ley, la violencia generalizada y la tierra de nadie, porque la nación colapsó.

Sucumbió el Estado de Derecho. La delincuencia, violencia e inseguridad se volvieron cotidianas. La guerra de baja intensidad, la que se cuaja, la que nadie gana, llegó para quedarse, a tal grado que ha dejado de ser noticia salvo cuando se trata de celebridades afectadas.

Al igual que en las luchas pasadas, no todos los conjurados son simples criminales que se escudan en la crisis temporal para sacar provecho. Sus protagonistas, los más, son los marginados, víctimas de la desigualdad acrecentada durante dos siglos, son los inhabilitados para convivir pacíficamente en  una sociedad que los excluye.

 Más que inadaptados sociales que optan por cometer delitos (que por supuesto los hay, como en todo el mundo) los insurrectos son, una vez más, las víctimas de permanentes violaciones de derechos humanos a los que hay que redimir si se quiere impedir que sigan siendo reclutados para delinquir. Tienen el mismo perfil de marginación que los que fueron seducidos por las promesas de Hidalgo, Morelos, Madero, Villa o Zapata.

Veamos algunas cifras de la violencia que destila la  llaga de la descomposición social. Tan sólo en el pasado mes de enero, en el país, ocurrieron 904 ejecuciones, consecuencia de la llamada guerra contra el crimen organizado. El día último de dicho mes, en Ciudad Juárez, Chihuahua, un grupo de sicarios irrumpió en una fiesta de jóvenes entre los 13 y los 19 años de edad, mató a 16 personas e hirió a 12 más; el primero de febrero, en 13 entidades más, fueron masacrados 52 individuos: 8 en Torreón, Coahuila; en Magdalena de Quino y en Nogales, Sonora, murieron 7 personas en el primero de los municipios y 8 más en el segundo, todos fueron torturados, mutilados y otros calcinados; nuevamente en Ciudad Juárez, 12 personas cayeron acribilladas; en Tepic, Nayarit, 5 sicarios murieron tras una balacera; en Salamanca, Guanajuato, murieron 2 policías y un sicario; lo mismo sucedió en San Luís Potosí; en Quechultenango, Guerrero, murieron en una balacera una niña de cinco años y un adulto más; en Michoacán, una mujer fue ejecutada y mutilada; lo mismo ocurrió en Tijuana; en Lerdo, Durango, fue encontrada la cabeza de un policía en una hielera; en Tula, Hidalgo, fue hallado un cuerpo destazado; y en Cárdenas, Tabasco, cayó muerta otra persona víctima de una balacera. Todo en un solo día. (Datos tomados de El Norte, 2 de febrero).  

Para qué seguir con más notas rojas. Mañana o pasado, lo mismo o algo peor, sucederá en las restantes entidades de la república. Nadie está a salvo. No hay territorio seguro. México tiene miedo. El Estado falló. La sociedad colapsó.

Queda claro que no se trata de combatir a una inesperada plaga de delincuentes que nos tomó por sorpresa, ni de sobrellevar una ola pasajera del crimen organizado. Igual de simplista resulta la intentona de explicar la escalada de actos criminales como la indeseada consecuencia del eficaz combate. Se trata de algo mucho más serio y profundo. El México bronco despertó. El disperso estallido ocurrió. El destino nos alcanzó.  

 El proyecto de nación que nos dejaron las revoluciones anteriores fracasó. Intentar recuperarlo, implica echar a andar, ya, un modelo de educación y  socialización de largo plazo, que adecente a nuestra clase política y a nuestra sociedad que colapsó.

 No queda más que volver a empezar. Retomar Los Sentimientos de la Nación y los ideales del Plan de San Luís. Volver a soñar que lo podemos lograr.

 Pero hacerlo, sin ruptura violenta, requiere de una fuerza y energía política que hoy nadie posee. Me temo que no hay lucidez, voluntad ni tiempo para suscribir el pacto social que nos conduzca al rescate pacífico de la nación. El destino nos alcanzó.

 

claudiotapia@prodigy.net.mx

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