524 26 de abril de 2010 |
Estudiantes al grito de paz Luis Valdez Y los muertos gritan a coro: ¡Estudiantes al grito de paz! Y siguen gritando a pulmón abierto desde el suelo, a las puertas del Palacio de Gobierno, mientras una de las organizadoras les pide que guarden silencio para continuar con el performance. Y tiene toda la razón… cabrones, los muertos no hablan.
-Esta es una mínima interpretación de las más de 22 mil muertes en el país en lo que va en los últimos tres años. Pero por favor, compañeros, guarden silencio. -¡Estudiantes (muertos) al grito de paz!
Algunas horas antes… Las dos de la tarde. Los patios de Ciudad Universitaria están repletos de estudiantes cargando libros que les acaban de regalar. Es el Día Internacional del Libro. No se vislumbra por ningún lado la intención de irse a parar a un lado de la Antorcha Universitaria para congregarse a las personas que irán al Aula Magna a la marcha estudiantil Ponle fin al silencio. ¿En dónde más puedo saber de esto, sino en la Facultad de Filosofía y Letras? En un jardín del patio trasero, al lado del Consejo Universitario, una estudiante sobre una manta de papel cartón y al ritmo de La Maldita Vecindad escribe: ROMPE EL SILENCIO. En el patio de junto, un grupo de estudiantes de la misma facultad jugando con raquetas y gallitos. Parecen divertirse tanto, que incluso seguirían jugando aunque fuera el fin del mundo.
-Vamos a salir a las tres a la Antorcha.
Y a las tres ya se han reunido en los escalones de la Antorcha Universitaria, alzando sus pancartas de papel cartón, mientras a sus espaldas, desde el edificio de Rectoría, les señalan con sus narices los bustos de Gonzalitos, el Dr. Aguirre Pequeño y Genaro Salinas Quiroga: buenos padrinos para su causa de hoy día. Además (a manera de fondo), está la Biblioteca Universitaria Capilla Alfonsina, con un mensaje curioso: Defended, contra las nuevas barbaries, la libertad del espíritu y el derecho a las insobornables disciplinas de la verdad. Alfonso Reyes. Bueno, aquí tenemos una disciplina de la verdad. Los estudiantes quieren saber la verdad, no sólo de las muertes de los estudiantes del Tec, sino de muchas cosas que se han callado en las oficinas de redacción. No sólo es una barbarie el permitir un estado de impunidad de la violencia, sino encumbrarlo y hasta justificarlo. En las pantallas que dan las noticias en los vagones del Metro, aparece un titular de que el gobierno nos pide a los ciudadanos: “Sigan con sus vidas de manera normal”. Suena sencillo, aunque en el siguiente titular se lea: “Cadereyta deja seguridad a militares y 100 policías estatales”. Eso quiere decir que al menos Cadereyta ya dobló las manitas. Una seguridad municipal, administrada por su propio municipio, ya es formalmente considerada como nula. ¿Lo mismo sucederá con el Estado entero? Porque quienes marcharán en este evento no están convencidos de que una intervención de la milicia nos salvará el pellejo.
Tres treinta de la tarde. A abordar camiones rumbo al Aula Magna. Es un trayecto desde el municipio de San Nicolás (al norte del área metropolitana) hasta el centro de Monterrey, el ombligo de la Universidad Autónoma de Nuevo León, las calles de Washington y Colegio Civil. Aquí nos esperan otros estudiantes que ya han escrito algunas pancartas: “Mi protesta es mi propuesta”, “Por un México diferente”, “Paz y justicia social”. Al menos ya son más de los quince estudiantes de Filosofía y Letras. Ya están las cámaras de los medios, y los manifestantes de la vieja guardia: sesentaiocheros (uno) y setenteros (varios) que claramente reconocen más los rostros de enviados de la prensa, que de los representantes estudiantiles actuales. Algunos de los jóvenes se ponen pañuelos color amarillo en los antebrazos cuando un fotógrafo les pide que posen con las pancartas a todo lo que da. Aparece el último mensaje que escribieron los de Filosofía y letras (y que podría asegurar que acabó con sus colores): HAY QUIENES CREEN EN EL RUIDO DE LAS BALAS Y AMENAZAS. OTROS, EN EL RUIDO DE LA PALABRA.
Vamos, pues… Las pancartas se han repartido y se forma una línea en Colegio Civil para tomar Washington. “¿No íbamos a la Macroplaza?”… “Primero le daremos una vuelta a la Alameda”. Me encantan los mensajes irónicos. Tienen algo de humor Negro: ¿DAÑOS COLATERALES?
También hay otros que hablan de una ciudad mejor (me abstengo de opinar sobre éstos, porque a final de cuentas cada quien pide lo que le viene en gana): MÁS BECAS. MENOS BALAS, QUEREMOS UNA CIUDAD DE PAZ. Es una marcha en silencio. Los manifestantes se han puesto tapabocas y caminan sin platicar. Dejan todo al poder de su presencia física y de los mensajes escritos a mano. Hay de la UDEM, la UR, la UANL y el TEC. Estos últimos piden que se diga la verdad en el caso de sus compañeros asesinados (“Por respeto a su memoria, la verdad”). Siguen sin hacerse notorios estudiantes de la Escuela Normal Básica o Normal Superior, aunque ya pasando frente a la Alameda Mariano Escobedo, un hombre se asoma desde su ventana del tercer piso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE Sección 50) y alza su puño a manera de lucha. Las personas que acostumbran tomar la sombra en las bancas de la Alameda, miran sin entenderlo del todo. Un cuidador de coches le grita a un hombre al final del contingente: ¿Tú también andas ahí? -Ya ves… Vente, güey.
La carroza fúnebre Cinco veinte de la tarde. Ya pasamos la Alameda, doblamos en la calle Álvarez. El sol ha bajado un poco y nos detenemos en la esquina de Arreola el tiempo suficiente para tomar aire… y para que los que van al frente con la manta de “Sin derechos humanos no hay seguridad”, tengan un buen fondo: Frente a ellos hay una carroza fúnebre con un empleado esperando el féretro en turno en la puerta trasera del vehículo. Apenas distingo la riqueza de la imagen, cuando de un costado del auto aparece una reportera que me dice: Está muy ad hoc con la manifestación. Sí, la escena tenía su gracia. Nunca falta el empleado que con la seriedad requerida, espera al cadáver maquillado del día.
Ya son más de trescientos manifestantes, que por la calle Aramberri retornan al centro de la ciudad. Los oficiales de tránsito atoran el tráfico de Cuauhtémoc y reciben (populares y melódicos) sonidos de claxon, que cambian de ritmo cuando pasan los (y las) estudiantes. También los automovilistas están molestos y necesitados de seguridad. Resienten lo que es moverse en esta ciudad, donde las balas alcanzan a conductores que sin deberla ni temerla, son los civiles no implicados, las bajas anónimas. Los peatones sienten respeto por los manifestantes. Saben que la marcha no es por pedir estacionamientos públicos o una baja de cuotas escolares, sino el derecho a la seguridad. Uno de estos peatones intenta cruzar al otro extremo de la calle justo cuando el contingente va a la mitad.
-¿No se puede meter pallá? -Métete braveao, loco. -No, son un chingo.
¡Y vamos por Juárez! ¡Y vamos por Juárez! La calle donde aluciné ser parte de una marcha que se diera a notar. Nada de que callecitas del Barrio Antiguo o calles “donde no se moleste” al turista (como me habían argumentado un par de semanas antes para la autobloqueada Primera Marcha Zombie). El sentir de la gente debe darse a notar y si las cartas a los periódicos, las llamadas telefónicas a los noticieros de tv y radio, no son suficientes, pues vamos, amigos. ¡Vamos por Juárez! Que nos cubra la sombra de la Iglesia de la Purísima, que suene el cláxon de los camiones, que lean las pancartas las señoras que salen de comprar chucherías.
Ante un Palacio de Justicia y un Congreso del Estado Marchen, marchen. Bajamos por Juan Ignacio Ramón hasta la Macroplaza y ya somos más de cuatrocientos. Marchen, marchen. Suena una banda de guerra y llegamos marchando al Palacio de Justicia. Hay lectura de una carta: “No estamos conformes con un sistema legal enmohecido por su falta de uso (…). Desde la calle les exigimos que cumplan con la Constitución, con salvaguardar la justicia”. Ahora al H. Congreso del Estado: “No estamos conformes… Desde la calle les exigimos…”
Marchen, marchen. A darle la vuelta a la Macroplaza. Hacia Constitución y luego retornar. Marchen, marchen. Que nos vea el Palacio Municipal, que nos vea MARCO, que nos vean la Catedral y el Casino Monterrey. Marchen, marchen. Ya vamos por Zuazua hacia la parte baja de la Macroplaza… ya vamos a quitarnos los tapabocas y a gritar…
¡Ni una muerte más! De pronto se quitan los paños de las bocas y comienzan a gritar: Ni una muerte más, retumbando la parte baja de la calle Zuazua, y aparece un grupo de personas asomándose por el estacionamiento de los bajos de la Macroplaza. Una mujer alza el puño y comienza a gritar a coro con el contingente que se dirige al Palacio de Gobierno y exige a todo pulmón: ¡Ni una muerte más! ¡Ni una muerte más! ¡Ni una muerte más!
¡Estudiantes al grito de paz! Seis cuarenta de la tarde. Estamos ante las columnas del Palacio de Gobierno. Los manifestantes se tiran al suelo simulando ser cadáveres caídos a mansalva, en uno de esos tiroteos donde te toca estar en medio y no importa a dónde te muevas, alguien caerá. No importa si no estás implicado, no importa si conduces una camioneta Lobo, una Hummer o andas en tu auto (que no es del año) con toda tu familia. Todos somos víctimas. Incluso los que tirados en el suelo, en posturas de acalambrados estirando la pata, y que ahora se han puesto a gritar: “¡Estudiantes al grito de paz!”
- Por favor, compañeros, guarden silencio. Esto es un performance en silencio… Y a continuación, este es un mensaje (de un estudiante del TEC) dirigido al Ejecutivo: “¿Dónde está su compromiso que por voto y ley está obligado a cumplir? En esta ciudad, vivimos una ola de inseguridad que ha dejado 55 muertos en marzo, y usted, por ley tiene que responder, pero no sólo hablando en los noticieros ni buscando culpables entre los ciudadanos… Y sin promesas de campaña, porque le recordamos, que usted ya no está en campaña”.
Y entonces los muertos se levantaron, y los engolosinados fotógrafos de periódicos y tv dejaron de tomar fotos. La muerte ya no estaba en el suelo, al menos a diez metros a la redonda.
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