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3 de agosto de 2010
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Crisis de la ciencia y la educación

Héctor Franco Sáenz

 

A unas semanas de que inicie el próximo ciclo escolar en la educación básica, ya que en la media superior empezó esta semana, resulta importante reflexionar en torno a uno de los grandes males de nuestro sistema educativo que afecta al país entero: la falta de amor por la ciencia, partiendo de la premisa de que para curar algo que nos lacera, o al menos intentarlo, es preciso identificar las causas del problema.

 

Rememorando el trabajo Los grandes problemas nacionales, que hace un siglo (1909) publicara Andrés Molina Enríquez con la misma intención, donde mencionaba al “pauperismo como la lepra que nos mata” y donde reside el origen de nuestras revoluciones. En otra dimensión, pero igual sucede, con la falta de aprecio que existe en nuestra sociedad por el cultivo de las ciencias exactas y el pensamiento lógico, lo cual nos ha conducido al atraso técnico científico, a ser una nación que consume pero no crea, y no posee patentes (marcas) como otros países cuyas marcas los identifican, como por ejemplo, Alemania, Japón, Finlandia, Francia, China o los Estados Unidos.

 

El mal o la desgracia no es para menos, en la historia encontramos razones que lo explican, como que mientras en Europa la ciencia empieza a brillar desde el siglo XV (el Renacimiento), en México lo hace, y tenuemente, hasta el siglo XIX, imbuidos en una cultura humanista propia de la iglesia católica y la dominación española, a diferencia de cómo vivieron la técnica y la ciencia los demás países de Europa, en lo que destaca Inglaterra y su “Royal Society”, Academia Científica fundada en 1660 para promover la excelencia en la ciencia.

 

Mientras en la Nueva España los avances técnico científicos fueron leves, conociendo algunos momentos de despegue, como sucede en la segunda mitad del siglo XVIII, con motivo de la Ilustración y las logias masónicas, con oposición de la iglesia, o por ejemplo, cuando Alejandro de Humboldt, geógrafo sabio alemán, la visita los primeros años del siglo XIX y que con instrumental científico, como telescopios, sextantes, barómetros o teodolitos, dio cuenta de los recursos con que se contaba desde la óptica de las ciencias naturales, como la astronomía, meteorología, botánica, orografía, hidrología y zoología.


Humboldt, hasta la fecha sigue siendo en México un desconocido, y en Monterrey el nombre de una calle de la que poca gente sabe a qué se debe. Luego vino José María Luis Mora o Alamán, hasta llegar a los avances que la ciencia, positiva, tuvo en el porfiriato, para luego cifrar en el sistema educativo, la esperanza del avance científico y el pensamiento lógico matemático, lo cual no estuvo mal, mientras los objetivos de la escuela primaria (elemental en su mayoría, hasta mitad del siglo XX), fueron los de enseñar a leer, escribir y hacer cuentas. Esas eran las habilidades básicas de una educación para la vida, tan así que muchas personas “buenas para los negocios”, no sabían leer ni escribir muy bien pero eran buenos para “hacer cuentas”.

 

Sin toma de posición firme, hasta el presente México ha oscilado entre la “ciencia y el espíritu”,  salvo en la época de Calles y Moisés Sáenz en la SEP, así como Lázaro Cárdenas en la Presidencia de la República, desde donde impulsa la ciencia, por ejemplo al crear el Instituto Politécnico Nacional, proyecto diferente al de la universidad humanista a la que Vasconcelos le da su toque moderno al crear el lema: “Por mi raza hablará el espíritu” derivado de su “raza cósmica”, pensamiento que retrata su filosofía educativa que plasma en la obra: De Robinson a Odiseo.

 

¿Qué pasó después? El sistema educativo siguió oscilando entre estas visiones y optar por ver mejor por sí mismo, al basarse en acuerdos internacionales (desde mediados de los cincuenta), experimentó una expansión interminable, hasta la fecha, con poca o nula conexión con la realidad. Paradigma del impulso a esta concepción fue aquel rector de la UANL, que al preguntarle a qué se debía que de cada 10 egresados de una carrera universitaria 8 no tuvieran empleo, contestó: les recomiendo que no batallen, que vivimos en una época de mucha competitividad, por ello deben ponerse a estudiar una maestría.

 

Así, durante varias décadas de expansión educativa no había muchos problemas con los resultados del sistema, se vivía una época de jauja, en todos los grados de la hoy educación básica y con mayor acentuación en secundaria, se decía que la “orden de Secretaría” (¿seguirá siendo?) era que no hubiera reprobados, cuando mucho dos o tres por grupo”, además que “la calificación más alta en las pruebas”, ya fuera el resultado de 70 u 80, o la que sea, ésa iba a ser el 100 y con base en ello se promediara al resto del grupo.

 

Todo estaba muy bien, sin mayores problemas, hasta que llegaron las evaluaciones internacionales estandarizadas, como las de PISA o TIMSS, no escolares, pero sí para medir competencias o habilidades, todo lo cual obligó al diseño o ampliación de las pruebas nacionales como “Excale” o “Enlace” y la creación de un organismo (no faltaba más) para el caso, como viene a ser el INEE (Instituto Nacional de Evaluación Educativa) creado en 2002, para en los hechos, desconocer los resultados que las escuelas entregan periódicamente a sus alumnos, tanto por exámenes parciales como por los de fin de cursos, una especie de contraloría externa.

 

Al jugar con estas nuevas reglas en un sistema educativo con tendencia a globalizarse, se impone la “rendición de cuentas” y empezamos a conocer que somos “un país de reprobados”, como lo planteara Guevara Niebla a principios de los noventa en artículo publicado en la revista Nexos, tesis que luego reiterara en la coordinación del libro La catástrofe silenciosa, de la misma época.

 

La catástrofe educativa ya no es tan silenciosa y cada vez es menos discreta, porque en cada evaluación que se hace, la crisis continúa reflejándose. Si bien en todas las materias, en promedio, México obtiene resultados debajo de la media, las materias que aparecen con más gravedad en sus resultados son: Español y Matemáticas, sin que hasta el momento se conozcan de manera amplia, estrategias concretas para acometer esta lamentable realidad.

 

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