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26 de agosto de 2010
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Tolerancia a la diversidad
Ismael Vidales Delgado

El 16 de noviembre está instituido como el Día Internacional de la Tolerancia, sin duda una de las más nobles aspiraciones de los humanos en este mundo globalizado, de migraciones incesantes, de intercambios y conflictos, y de presiones económicas que no abonan en nada el camino de la tolerancia a la diversidad, especialmente a los extranjeros, las etnias, las preferencias sexuales, las religiones, las capacidades diferentes y las ideologías.

¿Cuándo llegará el día en que reconozcamos la diversidad, las diferencias de raza, género, edad, condiciones socioeconómicas, culturales y lingüísticas como la base de un tesoro humano, como la semilla que puede germinar en los corazones que borran de sus emociones la discriminación y la intolerancia?

Sabemos que el desarrollo de la cultura tolerante de la diversidad no puede darse de la noche a la mañana; requiere tiempo, esfuerzos y mucho corazón que debiera impulsarse desde la escuela y la familia democráticas.

La intolerancia tiene sus raíces en la ignorancia y el miedo a lo desconocido, a los otros. Es un sentimiento exacerbado de autoestima y orgullo que se forma en la edad temprana; de ahí que el mejor antídoto contra esta ácida actitud de unos contra otros sea el respeto a los derechos humanos y las libertades individuales, que debieran ser enseñados y practicados desde la infancia.

Compenetrada de la importancia del papel que juega la educación en la concreción de esta aspiración mundial, la UNESCO declaró 1995 Año para la Tolerancia y es que si bien la intolerancia es mundial, sus manifestaciones adoptan formas individuales y locales.

Casi siempre junto con la intolerancia va la violencia directa o camuflada, y aquella de carácter cultural que aparentemente no tiene rostro, pero que existe y daña profundamente a las personas y las naciones.

Una de las formas más peligrosas de intolerancia es la religiosa, al grado que llega a provocar derramamiento de sangre entre hermanos, como ya ha pasado en el sureste mexicano. Si es verdad -como afirma la ONU- que todos los países constituyen la “familia humana”, entonces podemos tener la esperanza de vivir juntos y en paz, conocernos y aceptarnos tal y como somos, comunicándonos en diálogo. Tal vez esto llegue a ser realidad algún día.

Otro de los temas omnipresentes en el respeto a la diversidad, es el que se refiere a las lenguas minoritarias, tema en el que por más que se hable y se escriba, nada ha cambiado, especialmente en el sistema educativo. A lo largo de la historia nacional, diversos factores demográficos, militares, culturales, políticos, económicos, religiosos o sociales han logrado la imposición de una lengua sobre otras.

Cada vez contamos con más evidencias de que el currículo escolar vigente en nuestro país privilegia la lengua española y la cultura occidental sobre las lenguas indígenas, y existe una filia especial por la enseñanza del idioma inglés por sobre todas las otras lenguas.

Las políticas educativas están inmersas indiscriminadamente en la globalización, sin tener en cuenta el enriquecimiento que la diversidad supone. Es tal la situación de marginación que sufren las lenguas indígenas en México, que pronto se irán extinguiendo y con ellas se irá nuestra memoria original.

La responsabilidad mayor de este hecho es de quienes ostentan el poder. Las reformas recientes en el sistema educativo dejaron el destino de las lenguas vernáculas en manos de burócratas sin idoneidad profesional.

Los docentes no reciben ninguna preparación relativa a la intolerancia, xenofobia y racismo, opresión cultural y homogeneización lingüístico-cultural, ni consideraron como tema de análisis el rol de la escuela en la construcción de la autoestima y de la identidad, la diversidad socio cultural, ni el papel que tales aspectos tienen en la construcción de los aprendizajes de los educandos.

Los expertos dicen que una lengua se considera en vías de extinción cuando es hablada por menos del 30 por ciento de la población infantil. De acuerdo con datos aportados por Maurais (1992), se cree que más de 300 lenguas de América corren el riesgo de desaparecer. Segregación, silencio, prohibición son elementos de una particular ecuación que sólo puede ser producto del autoritarismo donde el factor violencia no siempre es percibido, porque no es la cultura dominante la que sufre.

Sin duda que hay un trabajo que realizar; es decir, urge volver la mirada hacia la situación actual de las lenguas y culturas minoritarias, para lograr el espacio que merecen en una sociedad que debe reconocerse multilingüe.

Esta tarea significa lograr una actitud integradora y no una mera ‘tolerancia’ por la cultura de los demás. Significa lograr un respeto y no una actitud piadosa. Significa trabajar por el derecho a la igualdad y no una actitud simulada de generosidad.

Las preferencias sexuales diferentes es otro de los temas que más sufren de intolerancia. En 1997 se iniciaron los trabajos para hacer reformas al Código Penal Federal, con el fin de penalizar la discriminación; posteriormente se eliminó la homosexualidad como delito, se logró reformar el Artículo primero constitucional para prohibir la discriminación y se aprobó la Ley de Sociedades de Convivencia.

Estos logros legislativos refrendan la idea de que es necesario que en nuestro país, en términos de diversidad sexual, se luche por garantizar la libre expresión de género, el derecho a la salud y programas especiales para la población marginada homosexual.

Es necesaria una agenda que respete las diferencias y entienda las necesidades de los grupos homosexuales, y que se trabaje para penalizar la discriminación de la que aún es víctima este grupo de la sociedad.

Insistiendo en este inagotable tema: el respeto a la diversidad, termino con una anécdota recogida de mi largo trayecto en los grupos escolares. Me ubico en 1959, en la colonia Estrella:

Mica tomó asiento nerviosamente, esperando que sonara el timbre que indicaba el inicio de las clases. Miró a su alrededor. El salón de sexto estaba lleno de todo tipo de rostros; no conocía ninguno. Ella venía de Michoacán, y recién se había avecindado en la colonia.

Deseaba conocer a las compañeras y compañeros que había detrás de aquellos rostros y hacer nuevas amistades. “Supongo que no estaré tan nerviosa cuando los conozca”, pensó. Se miró la mano izquierda, que tenía más pequeña, torcida y sólo con tres dedos, como resultado del ataque de un cerdo que estuvo a punto de arrancarle el brazo. “Espero gustarles cuando me conozcan”. De pronto, uno de los muchachos gritó: “¡Maestro, la chueca se sentó en mi lugar!”

ividales@att.net.mx

 

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