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MARTÍ Y LA PRIMERA CRÓNICA EN CASTELLANO DEL FUTBOL AMERICANO
José Martí (1853-1895). Nació en la Habana, Cuba. Fue político, pensador, periodista, filósofo, poeta y creador del Partido Revolucionario Cubano. Su movimiento literario fue el modernismo y es considerado uno de los pensadores más ilustres de América. Entre sus múltiples actividades fue corresponsal en Nueva York de diversos periódicos latinoamericanos. A continuación presentamos la crónica de un partido de futbol americano que, según el libro Futbol Americano que coordinó Cayetano Garza, fue publicada originalmente en el periódico La Nación de Buenos Aires en el año de 1885. En esas fechas el juego era brutal e incluso algunas universidades hablaban de abolirlo; por ejemplo, las sustituciones sólo se permitían en caso de lesión y los castigos eran menos severos. Aquí hacemos algunas divisiones del texto para indicar el subtema que trata Martí. (Jaime Mendoza Martínez, Contacto Norteño, receptor.com.mx)
El juego horrible
“Debajo de mi ventana pasa ahora, en una ambulancia, en trozo unidos apenas, por un resto de ánima, el capitán de uno de los bandos de jugadores de pelota de pies. Dicen que el juego ha sido cosa horrible. Era en arena abierta, como en Roma. Luchaban, como Oxford y Cambridge en Inglaterra, los dos colegios afamados: Yale y Princeton.
El vestido del público
Mujeres, abigarradas en pieles de foca, ricas en pedrería, hubo millares. Naranja era el color de Yale, y el de Princeton azul; y cada hombre llevaban su color en el ojal de la levita; y cada mujer una cinta en el cuello. Caballeros y damas, de seda exterior vestidos, mas sin seda interior, se apretaban contra las cuerdas que cerraban la arena. Detrás de ellos, coronados de gente, doble fila de coches, como en las corridas de caballos. El cielo sombrío, como no queriendo ver.
Los gigantes del circo
Los gigantes entrando en el circo, con la muerte en los ojos. Llevan el traje del juego; chaqueta de cañamazo, calzón corto, zapatillas de suela de goma. ¡Todo estaba a los pocos momentos tinto en la sangre propia o en la ajena! A las dos comenzó el juego: a las seis no era aún terminado.
Todos los del juego, trenzados
Los de un bando se… la bola en el campo hostil, y los de éste deben resistirlo, y volver la bola al campo vecino. Este pega; aquél acude a impedir que la bola entre: otros se juntan a forzarla: otros acuden a rechazarla; uno se echa sobre la bola, para impedir que entre en su campo: los diez, los veinte, todos los del juego, trenzados los miembros como luchadores de circo, batallan a puño, a pié, a rodilla, a diente. Se asen por las quijadas: se oprimen las gargantas: se buscan las entrañas, como para sacárselas del cuerpo; resuenan como duelas de caja rota, los huesos de los pechos. Se patean, se cocean, se desgarran.
El infeliz capitán de Yale
Y cuando se apartan del montón, el infeliz capitán de Yale, caída la mandíbula, apretados los dientes, lívido y horrendo, se arrastra por la arena hecha lodo, como una foca herida: gira sobre la cabeza, apoyada en un calcañal, con el cuerpo en bomba; se revuelca sobre su estómago; muerde la tierra; se mesa el pecho, como si quisiera arrancárselo a tajadas; lo recogen del suelo, con un tobillo junto a la barba. Agoniza en la arena, y lo sacan en brazos. El juego sigue, y el vitor, y el aplaudir de las mujeres.
Los otros ensangrentados
Otro le cuelga el brazo dislocado. A otros les corre la sangre por los rostros. Y pujan, y arremeten, y se revuelven y retuercen sobre la bola, y uno se queda exánime, cuando el montón clarea, con los brazos tendidos, y la vida en vilo. Dos jugadores se arrodillan a su lado, le sacuden el pecho, le golpean sobre el corazón; cambian con él alientos; ya esta en pié, tambaleando. Las mujeres lo saludan y vocean: todo el aire es pañuelo. Toma otro su lugar, y sigue el juego. Si el día no acabase, no cesaría. Yale vence. No se pregunten por los nombres de los combatientes, muchos de ellos de casas famosas.
Befan a los aplicados, admiran a los fuertes
El lucimiento mental se daña, y se apetece el brío del músculo. En los Colegios befan a los aplicados y admiran y regalan a los fuertes. Alarmados, comienzan este año los colegios a poner coto a estos alardes físicos. Ya no habrá este año en Harvard pelota de pies. Pues los niños en Boston, de donde es el púgil Sulivan, ¿no han empezado a ir al matadero publico a beber tazas de sangre porque a uno de ellos, que peregrinó por ver una pelea del púgil, le dijo a éste que para ser fuerte bebía sangre? Y se escapan de las escuelas, y van a ver, en su taberna, llena de cuadros lascivos, al bostonés formidable que de una puñada abate un cráneo. Su cara es roja e informe, como bulbo. Cuando pasa por los pueblos, a dar fiestas de boxear, la gente sale a los caminos, y lo reciben en diputación, y lo aclaman".
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