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LA AUTOCRÍTICA FÁCIL*
Sara Sefchovich**

pltkEn Estados Unidos están de moda dos personajes, una mujer llamada Suze Orman y un hombre llamado Ram Charam, que ofrecen consejos para sortear la crisis económica, ella a la gente común, él a las grandes empresas. Los dos dicen que no hay que endeudarse.
Pero hace unos años, los gurús recomendaban exactamente lo contrario: la moda era abusar del crédito y los préstamos, las personas para comprar casa propia y dos autos, tres televisores y ropa de diseñador hasta para los bebés, y las corporaciones para adquirir a su competidor, jugar en la bolsa y moverse en números rojos. La prudencia se ridiculizaba con el argumento de que quien no arriesga no gana.
En España está de moda un fiscal, Emilio Sánchez Ulled, quien ha volteado por completo nuestra idea de la ley. Según se dice, ella está hecha para defender los intereses de los ricos y en las películas se muestra lo difícil que es que un trabajador pueda ganarle a un patrón, un negro a un blanco o un individuo a una corporación y por eso hacen gran escándalo cuando alguien lo consigue, pero según este señor: “Lo progresista es defender la ley porque esa es la única garantía que tienen los débiles. Los poderosos se las componen solos”.
Estos cambios en la perspectiva con que entendemos el mundo parecen sin embargo nunca llegar a nosotros. Aquí sucede lo contrario y no hay quien esté dispuesto a modificar su manera de mirar las cosas. Por ejemplo, en un artículo reciente, el ex presidente Ernesto Zedillo escribe: “Durante casi dos siglos de vida independiente, los latinoamericanos hemos probado ad nauseam que los gobiernos autoritarios y las buenas políticas nunca vienen en paquete. Nuestra nutrida experiencia a lo largo de casi 200 años sugiere exactamente lo contrario”. Esa frase, aunque políticamente correcta, ha mostrado ser falsa.
Basta con mirar para atrás: el partido que puso a Zedillo en el poder, considerado autoritario por todos los analistas políticos (hasta dictadura perfecta se le llegó a llamar), hizo obra pública, sistemas de salud para los trabajadores y de asistencia social para los pobres, vivienda, servicios y un sistema educativo que funcionó durante años. Y si bien todo esto fue insuficiente y estuvo envuelto en la corrupción, el clientelismo, el caciquismo y otros ismos nefastos, de todos modos fue y funcionó. Hoy, por el contrario, tenemos una democracia y varios partidos en distintos niveles del poder, pero no tenemos políticas públicas respecto a ninguno de esos rubros; lo que tenemos son algunos programas, la mayoría consistentes en la moda impuesta por los organismos internacionales de dar a las personas de escasos recursos dinero en efectivo. Como diría Sami Naïr, ser una democracia consensual no nos libera de las aberraciones.
Pocos ejemplos más claros de esta incapacidad para cambiar el modo de pensar (así la realidad insista tercamente en mostrar que ya no sirve) que las reacciones frente a los resultados electorales del domingo pasado. En los partidos han decidido que la culpa de su fracaso es de sus dirigentes y de las malas campañas publicitarias que hicieron. No hay voces que consideren que la escasa asistencia a las urnas o la baja votación por este o por aquel candidato se deba a que los ciudadanos quisieron decirles “no me gusta cómo haces las cosas”, “no me parece que te postules sin programas ni ideas”, “no estoy de acuerdo con la gente que elegiste como candidato”, “estoy harto de que mientas, robes, no hagas nada, prometas y no cumplas, le des vuelta a la ley, pelees”.
En los países de cultura individualista, lo fácil es echarle la culpa al consumidor de los problemas económicos o al ciudadano de la falta de cumplimiento de la ley, para así poder decir, como el título de un libro de reciente publicación, “Se cometieron errores, pero no fue mi culpa”. En México, en cambio, un país de cultura corporativista y caciquil en la que el ciudadano no cuenta, prefieren pensar que todo lo que sucede es culpa de las cúpulas. Esto además facilita resolver los problemas, pues basta con cambiar de dirigente o de publicista, en lugar de verdaderamente hacer una autocrítica.

* El Universal, 12 de julio de 2009
** Escritora e investigadora en la UNAM
sarasef@prodigy.net.mx

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