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DOS PESOS, DOS MEDIDAS*
Jean Meyer**

pltkReza un dicho internacional para señalar una injusticia cuando no se aplica el mismo criterio a dos personas, situaciones, gobiernos, países.
Los acontecimientos trágicos ocurridos en Urumchi, capital de Xinjiang, la inmensa provincia occidental de China, ocurridos a principios de este mes de julio, ya pasaron a la historia, si no es que al basurero de la historia. Es que el peso de China es mayor, su economía se perfila como la próxima locomotora del mundo, su mercado y sus inversiones hacen callar a los más valientes.
De por sí no hay muchos valientes. Para condenar a los hondureños, la unanimidad es la regla, eso sí. ¿Quién soñaría en condenar al gobierno chino por lo que acaba de pasar? ¿Quién lo condenó hace un año cuando ocurrió exactamente lo mismo en el Tíbet? Dos territorios coloniales, rudamente colonizados por un imperio. Pero el imperio se llama China. Cuando se acabó oficialmente la descolonización, bajo los auspicios de la ONU, con el desmantelamiento de los imperios coloniales japonés, holandés, inglés, belga, francés, portugués y español, sólo las malas lenguas decían que quedaba todavía un imperio colonial: la URSS. Pero muy pocos especialistas señalaban la existencia de otro, el chino. ¿China es hoy el último imperio colonial? ¡Cállense! ¡Olvídenlo! No he dicho nada.
El historiador no olvida que la conquista de lo que se llamó un tiempo Turkestán Oriental, luego Sin Kiang y ahora Xinjiang, es reciente: fines del siglo XIX; fue precaria hasta 1949, cuando el triunfo de los comunistas encabezados por Mao puso fin a la independencia de hecho de la región. El Turkestán geográfico es un corredor entre China y el Occidente; la antigua ruta de la seda seguía su rosario de oasis hacia Asia central, hasta el mar Caspio; se llamó Turkestán por estar históricamente poblado por naciones turcas. En el siglo XIX las conquistas rusas crearon un Turkestán zarista que la Unión Soviética dividió en cinco repúblicas, ahora independientes; unos 20 años después, en 1884, el imperio chino tomó control de los oasis del Turkestán oriental o Sin Kiang, lo que significa “el nuevo territorio”. De 1912 a 1944 fue independiente de hecho.
En 1950, el ejército de la China roja ocupó definitivamente el Tíbet y Sin Kiang en su “Marcha hacia el Poniente”. La provincia tenía entonces 5 millones de habitantes, de los cuales 98% eran turco-mongoles (75% de la nación uigur) y 2% chinos. Sobre un millón de kilómetros cuadrados, con grandes riquezas mineras, en metales e hidrocarburos, entonces inexplorados.
Hoy el Xinjiang tiene 22 millones de habitantes, entre los cuales 8 millones de uigures, 2 o 3 millones de otros grupos turco-mongoles, y más de 10 millones de chinos.
Desde la inauguración del ferrocarril, el gobierno de Beijing ha mandado y sigue mandando millones de colonos chinos, como en el Tíbet, para volver a los autóctonos minoría y ciudadanos de segunda en su propia tierra. Es lo que explica la explosión de violencia que acaba de ocurrir y que ha provocado una represión férrea. Si nada se hizo a favor del Tíbet, cuando el mundo entero quiere y admira al Dalai Lama y al budismo, ¿qué pueden esperar los uigures y sus primos que son musulmanes desde hace muchos siglos? Prudentemente, los gobiernos de los países musulmanes se quedaron callados, con la sola excepción de Ankara.
Dos pesos, dos medidas… Unas caricaturas en un diario de Dinamarca y en 2005 el mundo musulmán, de Casablanca hasta Yakarta, salió a la calle y los gobiernos multiplicaron las protestas y Osama bin Laden saltó a la palestra. Ahora, cuando se habla de 800 muertos y millares de presos, silencio total en las tierras del islam. Con la sola y honorable excepción de una Turquía unida por lazos históricos, culturales, étnicos a las naciones turco-mongolas, hermanas de los turcos que salieron de Asia central para lanzarse a la conquista del Occidente.
Y China contestó inmediatamente y de manera amenazadora a Ankara: “Si no quieren arruinar la relación entre nuestros dos pueblos, Turquía debe dejar de apoyar estas turbas separatistas. Debe dejar de ser un eje del mal”. ¿Eje del mal? ¿No le recuerda algo, querido lector? Y ya. China tiene una geopolítica del “espacio vital”. Más allá del Tíbet y Xinjiang, piensa en el Kazajistán y la Siberia vecina, donde ya tiene cientos de miles de ilegales para rentar tierras y mandar allá sus campesinos turbulentos desplazados por la modernización. Y también en Madagascar, Mozambique, Zimbabue, donde apuntala al tirano Mugabe. Perspectivas para nada alentadoras.

* El Universal, 26 de julio de 2009
** Profesor investigador del CIDE
jean.meyer@cide.edu

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