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¡ES LA POLÍTICA!*
Rolando Cordera Campos
La nueva legislatura del Congreso de la Unión tendrá poco que celebrar y mucho de qué preocuparse. La crisis fiscal del Estado, por mucho tiempo larvaria gracias al endeudamiento y, luego, a los excedentes petroleros, ha irrumpido en municipios y gobiernos estatales y es recogida puntualmente en los diversos proyectos de recorte del gasto federal que la Secretaría de Hacienda promueve o lleva a cabo por la vía de los hechos mediante el subejercicio. El desempleo formal se extiende de las zonas modernizadas del norte y el centro-norte mexicanos a todos los ámbitos de la actividad económica, a los servicios o la construcción, y ahora al sector público, donde las tijeras emiten su sonido letal. Las multinacionales meditan sobre sus planes futuros pero, por lo pronto, ante la duda que les suscita la violencia y la fragilidad del orden público, la mayoría se abstiene y prefiere esperar para ver cómo sortea el gobierno la nueva fase de la crisis. Mientras que en el gobierno del presidente Felipe Calderón juegan a las encuestas y pretenden (re) descubrir en versión panista la glorias del priato tardío, que combinó el autoengaño de la sana” distancia con un autoritarismo presidencial libre de toda forma y consideración para su militancia, lo que sin duda contribuyó a acelerar el desplome priísta a escala nacional que auspició la alternancia y la entrada de México a la dimensión desconocida.
Las transiciones por las que ha pasado la sociedad mexicana son todas ellas de gran envergadura y nada virtuales, aunque también en este plano de la realidad se haya vivido y se vivan momentos de significativas mudanzas. Sin dejar de insistir en que tanto en la demografía como en la economía y la política sufrimos los efectos demoledores de una transición inconclusa, que nos ha dejado perdidos en el tránsito, vale la pena anotar esta vez un dato inicial sobre el vuelco registrado en el sistema de comunicación social dominado por los consorcios electrónicos. Nos guste o no, es ahí donde se jugará en gran medida el futuro de la política, donde a la vez se dirime nuestro destino como Estado nacional y sistema económico-social.
El hecho mayor es una hiperconcentración de la propiedad y el control de los medios electrónicos de comunicación masiva, que ha derivado ahora en la constitución de nuevas constelaciones de poder político que distorsionan la capacidad del Estado y del poder constituido para regularlas, y que a pleno sol reclaman, y actúan en consecuencia, un lugar protagónico en el ejercicio y la conformación de la autoridad legítima. La confusión resultante es insultante, porque desnuda toda pretensión de soberanía de los gobiernos y arrincona por igual a todo intento por hacer valer la soberanía popular que, según la Constitución, da origen al gobierno de la sociedad.
Se dice fácil, pero la contrahechura y déficit de la reglamentación primaria y secundaria de las concesiones en materia de medios nos ha ubicado, por si algo nos faltara, en los linderos de una inconstitucionalidad flagrante que pone a su vez en jaque al conjunto del edificio institucional en que se sostiene el orden político nacional. Afrontar esta falla, conscientemente asumida como tal por la legislatura anterior, es tarea central de la nueva, si es que en efecto vamos a tener un mínimo concierto para conducir el fin de un gobierno fracasado sin incurrir como sociedad en destructivos descalabros.
La probabilidad de un desplome que dé al traste con el proyecto de administrar una decadencia pausada, que tan caro parece ser a los ojos del panismo corriente, crece con los días a pesar de las extrañas cuotas de popularidad que le asestan a una presidencia que no puede con la conciencia cotidiana de su ineficacia y soledad. Evitar un desplome constitucional y a la vez llevar a la comunidad nacional por el rumbo de una reconstrucción del orden estatal para volverlo democrático, debería estar en el centro de la preocupación de la renovada representación nacional, porque sólo desde ahí podrá acometerse la labor de rehabilitación de las finanzas públicas y lograr una recuperación productiva y económica en general que impida que de la “tormenta perfecta” que según Calderón dejamos atrás, pasemos a vivir una negra y triste noche.
A pesar de los datos de los catastrofistas del FMI, la OCDE y Banxico, ¡es la política!
* La Jornada, 9 de agosto de 2009
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