Monterrey.- El zócalo capitalino ya se Puebla de nueva cuenta con la Sonora multitud que aclama a su presidente Andrés Manuel López Obrador. Cuya trayectoria política y su actual gestión siguen siendo descalificadas por quienes se autodesignan como los especializados y suspicaces certificadores de todo aquel y toda aquella organización o movimiento que osen nombrarse como democráticos.
Y quienes, desde su autoengaño tecno-taxativo pretendidamente moderno y sofisticado, se rehúsan a reconocer en AMLO a ese inesperado Hidalgo que, como Guerrero incansable, destronó a la ‘mafia del poder’ a través de una sagaz y arrolladora Victoria electoral y popular. Logrando implantar la bandera de la 4T en lo más alto de la Colima. Pues encarna todo eso que los elitistas tecno-expertos no pueden prever, controlar ni ajustar para, “racionalmente”, sacar provecho en su propio, merecido y exclusivo beneficio.
Personaje carismático que despierta insospechadas e incontrolables pasiones tanto a favor como en contra.
Gobernante que no le Zacatecas en restituir al Estado mexicano su papel rector y garante ante las falacias y los excesos del rapaz modelo neoliberal de compadres. Mandatario que ya dejó a muchos Sinaloa evasora de impuestos y patrimonialista, y sin los negocios gandallas que hacían en lo oscurito. Asuntos por los que, no pocos, le recuerdan airadamente su Chetumal adoptivo.
Prácticas corruptas a las que AMLO ha sabido responder también con sus cartillas Morelos, las cuales ha posicionado como una certera pero endeble plataforma discursiva de supuesta dignificación del quehacer político-partidista y del mismo servicio público. Pulcritud de la que él mismo se pone como ejemplo. Allí su principal y más sensible activo a nivel personal, familiar y de alianzas políticas, que no pocas veces ha sido blanco predilecto para tratar de asestarle una que otra Cuernavaca a su imagen y a su proyecto “renovador” de nación.
Y aunque después de tres años como presidente no todos le hacen Guana Guanajuato pues aún les da Tabasco su “ajento” y les provoca Oaxaca su labia, él sigue siendo muy Querétaro por muchas y muchos conciudadanos; quienes fervientemente creen que les llevará, pasando por Salvatierra y por Paraíso, a una idílica y utópica Villahermosa.
Lealtad popular que resulta un poco asombrosa y desconcertante para quienes todavía preguntan qué Pachuca con La Paz y la seguridad que todavía no se alcanzan. Temas por los que, en 2019, hasta fue tildado de Culiacán por no haberse portado ante el crimen organizado como un Nuevo León justiciero e implacable.
Al día de hoy mantiene tan buena imagen tanto dentro como fuera del país, que ya hasta se lleva de ‘Tampico la panza’ no solo con sus pares progresistas de Sudamérica sino también con sus homólogos de Norteamérica. Con esa popularidad no es raro que ante las Aguascalientes de los señalamientos y las críticas, que en ocasiones parecen insalvables, no dude en exclamar: – ¡Que me Durango!
Será acaso que esos tecno-cuates aún no han podido identificar y dimensionar en su justa Mérida los reales y efectivos pivotes sociales y culturales del efervescente fenómeno AMLO; quien, más allá de cualquier “show montado” al que asistieron auténticos seguidores, a mitad de su sexenio registra entre un 65 y un 70 por ciento de aprobación. Aun y a pesar de los terribles estragos provocados por la crisis pandémica, la cual ha hecho ver como ineficiente y hasta como incapaz a cualquier gobierno en cualquier coordenada del planeta sin importar su color ni su ideología.
Popularidad que no parece haber sido afectada negativamente por el mañoso estigma que le ha sido adjudicado por campañas negras dirigidas en su contra durante años, ni por ninguna perspectiva maniquea y ‘bien Xalapa’ de análisis o evaluación seudoexperta sobre su actual gestión. Inexplicables pegue y arrastre que tampoco parecen menguar ante los justos y muy puntuales señalamientos hechos por diversos sectores críticos, sociales y periodísticos sobre sus desatinos, inconsistencias y desatenciones de políticas públicas.
En fin, cada quien tendrá sus razones por las que admira, detesta o cuestiona a AMLO. Lo que sí parece más claro a tres años de su gobierno, es que cada vez se hace más Homún constatar el rancio rasero clasista de quien pierde el poder y de quien, por acto reflejo, también siente amenazados sus cotidianos ámbitos materiales y simbólicos de poder; pues después de haberse habituado a la forma, postura y textura que siempre le autoatribuyó, les resulta muy difícil reconocer que su particular idea de poder no siempre esté hecha a su propia imagen y semejanza de estatura, tez, credenciales educativas, valores aspiracionales y “buen gusto”.
Pequeños déspotas al borde de un ataque de nervios (muy al estilo de Gilberto Lozano) quienes a falta de su propio gran autócrata a su gusto y medida, se tienen que conformar con la guía de reducidas élites opositoras insípidas, desangeladas y despistadas que se autocalifican de demócratas deliberantes pero que no saben dialogar, mucho menos consensar, pues no quieren ni saben escuchar las razones y demandas de las mayorías ni las de sus propios pares adversarios. Y cuando no están entretenidos en su curul sacándose el Mocorito ni consultando las ofertas del Buen Fin en su smartphone, solo saben conducirse según el Camargo Palenque del Totolac o Nava; y del que AMLO sabe sacar mejor provecho.
Sectores sociales demográficamente minoritarios pero sociológica e históricamente hegemónicos que ni siquiera conciben como posible que el poder –democrática y legítimamente elegido– encarne y encamine, a nivel de piso, las “incomprensibles” formas, gustos y anhelos de una nación mucho más diversa y compleja de lo que cualquiera se pueda imaginar desde su lustroso, evasivo y elevado Torreón de privilegios.
AMLO no inventó la fórmula andariega del triunfo electoral. Y lo que cualquier imitador debe considerar es que no basta con acercarse a la gente para ganar su apoyo y simpatía, sino que también ayuda mucho el tener ‘don de gentes’. Y eso no se prefabrica con calculadas narrativas, gestos y polémicas populistas o populacheras, eso simplemente se nota.
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Crédito de imagen: Héctor Hermosillo para El País.