GOMEZ12102020

AL OTRO LADO DEL CUENTO
Todo pasa por algo
Aureo Salas

Monterrey.- Después de tanto tiempo, de nuevo camino por la calle empedrada, y la volví a ver sobre el alféizar de su ventana, como hace años.

     Las primeras veces que pasé por la calle empedrada, fue porque estaba aprendiendo a forjar herraduras con don Antonio, no es viera un futuro en la herrería, tan solo lo hacía para ganar dinero. Entonces, esa calle me sacaba a la plaza y de ahí tomaba para mi casa. Todas las jornadas las hice a pie, el caballo lo usaba papá para los trabajos del campo y, sin sufrir las consecuencias, lo tomaba de buena gana.

     Y un día, ya cuando pardeaba el sol, la vi sentada sobre el alféizar, mirando al horizonte como una persona soñadora suele hacerlo, con una felicidad distante puesta en la esperanza. Tenía el pelo lacio, que le caía por debajo de los hombros y un semblante tan dulce como misterioso. Miraba pasar a las personas, con curiosidad, como si pensara sus vidas haciéndose parte de ellas. Entonces, de entre toda la gente que avistaba, a mí me sonrió. No sé si por la cara de bobo que pensé estaba poniendo, o porque siempre que terminaba mi jornada estaba tan sucio que parecía me había arrastrado una yunta. Pero esa hermosa sonrisa bajo el dintel fue una sorpresa que no esperaba.

     Pasó el tiempo, supe que ella solo salía al pardear el sol, así que todos los días me quedaba a trabajar para pasar por la calle empedrada antes de que anocheciera y verla ahí, repasando a la gente con su mirada. Un día me acerqué a ella y no me fue tan mal. Supe que se llamaba Paloma y que le gustaba ver las estrellas.

     ―Me gusta pensar que cuando veo la luna, alguien más la ve conmigo ―me dijo una tarde Paloma―. Si eso pasa es por algo… Todo pasa por algo, ¿sabías?

     Yo sonreía si entenderlo del todo, pues siempre tuve prisa por irme, ya que eran otros tiempos y no me quedaba mucho, tan solo pasaba y la saludaba, haciéndole preguntas o dejando que ella las hiciera. Tenía todo lo que quería al estar un rato con ella, no necesitaba nada más.

     No es que me conformara con solo verla, pero Paloma se volvió un sueño, de esos que uno tiene despierto. Siempre sentada en el alféizar, ya sea peinándose o dibujando la luna. Un invierno, el herrero me dijo que su hijo estaba interesado en el oficio y que no podía seguir pagándome si Jonás entraba en las labores. Le di las gracias y me fui a trabajar con Juvencio el carnicero, al otro lado del pueblo. Dejé de pasar todos los días por la calle empedrada, y las pocas veces que lo hacía, la imagen de Paloma sentada en la ventana era algo que siempre me aliviaba. Todo pasa por algo, me repetía a mí mismo cada cruzaba por su casa, pues ya no era lo mismo que otras veces. Aun así, uno conserva una esperanza vaga de que, algún día, todo será como antes. Lo cual deja de importar cuando sucede eso que tanto anhelaste durante toda la semana que no la miraste y sabes que puedes aguantar otro tanto sin verla ¿Por qué? Porque así somos algunas personas.

     Pero una tarde ya no estuvo más… dejé de verla cuando pasaba por ahí. Pregunté en el pueblo, por aquella muchacha de la calle empedrada que se sentaba en su ventana para ver al cielo. Algunos me lo dijeron: Se matrimonió y se fue del pueblo. La ventana de repente se quedó sin nada, así como mi corazón.

     Pasaron los años, sucede que el tiempo no es muchas veces el que cura, sino otros ojos, otra sonrisa. Me dejé arrastrar por la vida y la vida me dio mi arrastrada. A veces uno entiende a la mala que ser miserable tiene mucho que ver con la felicidad que llevas sujeta al lomo. El tiempo se empeñaba en dejarme solo y muchas veces me decía, ya no como un consuelo, sino como una mala broma: Todo pasa por algo…

     Pero la vida son constantes círculos, perpetuos vaivenes que nos hacen ser y recordar. Así que un día, después de años y sin saber porque, pasé por la calle empedrada. Y ahí estaba Paloma, sentada en el alféizar de la ventana como hace tanto tiempo, mirando al cielo. Muy cambiada, al igual que yo, con algunas nostalgias a cuestas. Miraba las estrellas que apenas se pintaban en el infinito con una mueca tensa, en su mirada se notaban las marcas de la vida, cicatrices de heridas pasadas. Algo se estrujó dentro de mí, me la habían cambiado, pero al igual que yo, sabía que dentro estaba la misma persona que alguna vez y hace miles de años, me había sonreído la primera vez que me vio como si me conociera de toda la vida.

     Ese día pasé de largo, no sabía si podía acercarme como antes. Supe luego que ella había regresado, que la vida también había insistido en dejarla sola, y supuse; bien o mal; que podía llenar su vació con mi corazón roto. Que podíamos regalarnos mutuamente esas sonrisas que dejamos de ofrecernos. Que podíamos iluminarnos un poco el camino remendándonos las heridas. Todo pasa por algo después de todo…

     Al día siguiente decidí llegar, pero sin saber que decir. Paloma estaba en la ventana, mirando la noche sin esperanza. Me vio e hizo una mueca, luego su mirada se iluminó un poco, después afloró esa sonrisa que ya solo recordaba en sueños. Nos dijimos algunas cosas, que la vida a veces no resultaba como la contaban y que, de alguna forma, extrañábamos esos tiempos inocentes. Coincidimos en que todo pasaba por algo y que estar otra vez en la ventana, yo afuera y ella sentada desde adentro, nos hacía sentir muy bien. De entré mis ropas saqué una rosa roja y se la ofrecí, la había comprado en la plaza. No hubiera hecho eso…

     Paloma miró la flor y su semblante cambió, como si un pasado rutilante la atropellara. No dijo nada, tan solo agitó la cabeza torciendo los labios. Puso sus manos abiertas frente a mí, como si quisiera detener una bola de nieve que se abalanzaba sobre ella. Se levantó sacudiendo si lacio cabello y, mientras cerraba la ventana, con una mueca amarga me dijo:

―No… Esto no…

     Me quedé afuera unos momentos, ella no salió. Dejé la rosa en el alféizar. Pasé al día siguiente y varios días después. La rosa continuaba ahí, se secó con el tiempo y el viento se llevó los pedazos. La ventana nunca más se abrió y no volví a ver a Paloma. Esa última noche que nos vimos creo hubo magia, tal vez la hubo, pero faltó algo. Sigo pensando que todo pasa por algo, pero también podemos hacer algo para que todo pase, ya que la vida no es el pasado ni el futuro ¿Pero por qué a veces eso no sucede? Porque así somos algunas personas.