Monterrey.- Mi vida es muy simple, me llamo Renard y soy vendedor, tengo un local en la Av. Universidad, antes de llegar a una tienda de autoservicio ¿Que qué tiene de especial todo esto? Pues la verdad el asunto no tiene mucha ciencia, te vendo lo que buscas, lo que deseas o lo que nunca has tenido, sea lo que sea, yo lo tengo. Y tengo muchos clientes porque algunas personas no aprenden que a veces es mejor no tener ciertas cosas… mi tienda se llama (la verdad no tiene nombre, solo es un anuncio): Desde una aguja hasta un elefante.
El cliente siempre tiene la razón. Frase utilizada hasta el cansancio y acuñada en un entorno meramente capitalista, donde quien ofrece un producto prefiere la humillación a costa de la venta. En el caso de éste negocio, la razón es remplazada por la elección, de aquí que el cliente suela obtener ventajas o desventajas en su adquisición. Pero hay otro punto, muy singular por cierto, es el de los clientes adversos, esos que solo pueden pagar con aquello que andan buscando y por lo tanto, la venta no puede realizarse de forma satisfactoria, tanto para el proveedor, como para el consumidor.
Era un día caluroso, no es que salga mucho del local, lo sé por el reflejo del asfalto que entra por las ventanas y la campanilla de la puerta sonó mientras acomodaba los libros en su lugar. Había terminado de realizar un inventario (en mi negocio los inventarios son al revés, se revisa la oportunidad de futuros clientes) y limpiaba la superficie de los libros con un trapo húmedo. Entró al local un joven, su nombre era Antonio Escobedo y estaba en la preparatoria, su cara era larga y se le notaba apenas el nacimiento de una incipiente barba, cargaba una mochila negra y sacudía su teléfono celular con desesperación.
—Se me fue la señal… —dijo el joven a la nada, tal vez a el mismo para comprobar que estaba en lo cierto.
Cerré la vitrina donde guardo los libros y aseguré el cerrojo con su llave.
—Tal vez sea por la construcción o algo en los cimientos —dije con sorna—, pero aquí adentro no funcionan esas cosas… Guárdalo, ¿quieres?
El chico me dirigió una mirada de: ¡Tu qué sabes de esto!, pero guardó su aparato.
—Mamá me dijo que pasara por aquí para ver que se me ofrecía —dijo el muchacho—, vengo para poder decirle que ya vine…
—¿Y no era mejor mentirle? ¿Decirle que ya habías venido, que entraste y que no conseguiste nada? —le murmuré.
—Usted no la conoce… lo adivina todo.
Sonreí.
—¡Oh, si! Una mujer muy tranquila, antigua clienta y harta de las mentiras de la gente… de su familia… sus hijos —el chico me miraba con recelo, pero luego le dije—. Pues ya que estamos entrados en negocios… ¿En qué puedo ayudarte? Como ves, aquí puedes comprar lo que sea que andas buscando…
El chico recorrió con la mirada todo el local, suspirando lentamente, sé que le resultaba extraño, pues una tienda con aparadores vacíos no debería ser muy atractiva, pero su mente lo fue asimilando con los segundos. Por un instante deseó sacar su celular, tomar una foto y evidenciar sus actividades, pero se abstuvo de hacerlo, aquí tampoco funcionan esas cosas.
Se acercó al aparador frunciendo las cejas, aparentando seguridad y al fin dijo:
—Pues la verdad si necesito algo… Es por la escuela ¡Quieren que todo me aprenda! Tengo que pasar todos los exámenes… Me regañan por hacer tareas que no entiendo… Los maestros se la pasan corrigiéndote… Llamándote la atención. Ese es mi problema, yo sé otras cosas y algunas no me interesa saberlas ¿Clases de historia? ¡No entiendo para que tanto! Entonces… quiero saberlo todo, poder pasar los exámenes y que ya no me estén fregando en la casa. Así voy a tener tiempo de poder estar con mis amigos, estar en la computadora, salir con mi novia y estar en la casa sin que nadie me moleste.
Le miré por un instante. Era tanta la pasión de sus palabras, que por un momento pude haberme sentido incomodo, hasta donde sé de la incomodidad. Luego le dije:
—Creo que aquí tenemos otro problema, muchacho… Tony, ¿puedo decirte Tony?
El chico me asintió con reservas, pero no dijo nada y no se asustó cuando le dije su nombre, en su casa tenía alguien peor, alguien que todos los días le decía lo que hacía o pensaba hacer, alguien que, algunas veces y sin inquietarse, le mencionaba que debía de dejar a un lado los pensamientos lascivos y enfocarse más en la escuela.
—Estás enredado en muchos conflictos, Tony —le dije—. Quieres saberlo todo para no batallar en la escuela, quieres que te dejen en paz en tu casa, quieres tiempo para poder perderlo a tus anchas y quieres que todo se componga de la forma más placentera que te puedes imaginar. Esos son demasiados asuntos por atender, además, si lo sabes todo, ¿para qué querer ir a la escuela? Entonces… solo tengo dos opciones, que se me hicieron muy singulares para ser de un mismo cliente cuando lo revisé en el inventario, pero es lo que puedo ofrecerte como cliente adverso. Lo que tú buscas es conseguir algo de tiempo y hacer lo que te venga en gana, pero no puedo cobrarte con lo mismo… reglas de la empresa.
El chico me miraba con la boca abierta y el semblante turbado, intentaba, tal vez asimilar mis palabras o coger el hilo tan solo de la idea, su mente eran imágenes llanas. Un cerebro joven, tratando de asimilar la realidad de manera egoísta e introvertida, es como una película sin sentido.
—¿Entonces…? —balbuceó Tony, como si sus esperanzas de desvanecieran.
—Permíteme… Te ofrezco estas dos cosas, pero solo puedes llevarte una —saqué un enorme libro y una pluma dorada—. Este libro, es algo grande y de letra muy pequeña, pero tiene toda la información que vas a necesitar por el resto de tu vida, la ventaja es que leyéndolo de aquí, nunca se te va a olvidar y el conocimiento será permanente. En cuanto a la pluma, te ayudará en tus exámenes, pues responderá de manera correcta aun solo escribas una línea o llenes una hoja de respuestas al azar, la pluma también sirve para ensayos y resúmenes, será solo para ti y dejará de ser útil una vez que dejes de lado la escuela…
Tony tomó la pluma ensimismado.
—Esto es lo que necesito… ¿cuánto? ¿Cuánto debo de pagar?
—El libro tenía precio… la pluma es gratis si la crees necesaria.
—Si —dijo Tony emocionado, sus ojos brillaban al guardar la pluma en su mochila—. Creo que este es mi día de suerte…
Era tu día de suerte, pensé mientras el chico salía del local, sacaba su celular y se ponía a revisarlo mientras se alejaba caminando por la banqueta. A veces resultan obvias las decisiones del cliente. Cómodo y sencillo es la nueva maldición y, como empresa competitiva, creamos oportunidades y futuros clientes que no reclamarán por un alto precio, sino por la factibilidad de cubrir sus necesidades.