Monterrey.- Crecieron al amparo de la necesidad. Del autoempleo. Con la improvisación como universidad. Muchos de los graduados comenzaron a destacar con sus creaciones.
Le fueron ganando el espacio a las estéticas unisex y hasta a las peluquerías de antaño. En la zona periférica brotaron de la noche a la mañana. Sus
consumidores son la chaviza. Imitadores del peinado de Bad Bunny, de Maluma y de muchos de los héroes del reguetón. También de los jugadores de futbol soccer.
A las barberías les cercaron algunas células del crimen organizado. La ley de plata o plomo. Así convirtieron en centros de distribución. De narcotienditas disfrazadas.
Detectados por los competidores, los carteles, han implementado el reino del terror. Cobran la cuota, colocan sus productos y eliminan a quienes deciden no participar en el negocio.
Nuestras barberías siguen la huella de sangre. Los consumidores determinan el menú de servicio. El disfraz perfecto aún en época de pandemia.
En las barberías no se lava dinero. Muchas de ellas ni siquiera son independientes para pagar la renta o los servicios.
La expresión de la moda corre el peligro de otra generación al servicio de los criminales profesionales. Añadido al exterminio cuando estos jóvenes ya no les sean útiles. Como lo hicieron antes.