Eran de esos niños “bien”(pendejos), esos que no les ha tocado sufrir, que nada más estiran el brazo para cortar el fruto dorado, esos que son “hijos de papi” que todo les resuelven con solo un chasquido. Volviendo al convertible. Está de más decir que a estos chicos que mal entonaban las horrendas y lascivas pseudo canciones solo les faltaba rebuznar.
Llegaron al cruce de un semáforo en rojo. Se acercó un viejecito indigente en su destartalada silla de ruedas, sucio, andrajoso, tullido, vulnerable, a pedirles “una ayudita”, no le dieron nada, por el contrario, se burlaron del anciano, mirándolo con repugnancia y se fueron cantando, rechinando las llantas del precioso auto.
Resulta extraño ver cómo pueden cohabitar dos mundos opuestos. Qué doloroso contraste entre la miseria y la opulencia, entre la riqueza y la ignominia. Así pervive esta ciudad cosmopolita, llena de discrepancias inconmensurables.