Guanajuato.- Jürgen Habermas, en su clásica Teoría de la Acción Comunicativa, describe un modelo donde el imperativo categórico de Kant en torno a la ética del deber racional se traduce en normas sociales, que sólo son aceptadas si se reflejan en la construcción de una intersubjetividad, donde la acción colectiva se exprese en códigos comunicativos que racionalicen la intención de los actores. Es decir, normas compartidas reflejadas en estructuras sociopolíticas que parecen no sólo política y sociológicamente funcionales, sino también moralmente legitimas, deseables y justas. Las normas y su expresión comunicativa deben ser aceptables para sus destinatarios, para que no sólo sean moralmente válidas, creíbles para el cuerpo social y políticamente practicables.
Sin embargo, la comunicación política debe responder a los intereses de los emitentes, más que a los de los recipientes. Ante esa realidad, la acción comunicativa se aleja de las aspiraciones de la ética política idealista kantiana, y se acerca mucho más al pragmatismo de Maquiavelo con su ética de los medios y los fines, la preservación del poder mediante recursos que van desde la fuerza bruta, hasta el manejo de la ley, el discurso y la imagen del príncipe. La mentira es un recurso muy importante para el príncipe: “Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira”; “hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.” “No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable que aparente poseerlas”. “Todos ven lo que pareces ser, mas pocos saben lo que eres”.
Ya en el siglo XX, los nazis alemanes fueron los maestros de la comunicación política que darían sustento a la manipulación profesional de las percepciones. Su gran gurú, el siniestro ministro de “Educación Popular y Propaganda” Joseph Goebbels, explicitó sus sus once principios de la propaganda, que son una joya de la antiética comunicativa. Pero no se puede desconocer la efectividad de esos principios, que fueron expresados de manera sistemática por el ideólogo, aunque ya se practicaban histórica y empíricamente por los comunicadores del poder.
En las democracias contemporáneas la competitividad electoral transita necesariamente por las estrategias de la mercadotecnia moderna, como bien lo han destacado los teóricos del paradigma teórico identificado como del rational choice. Nacida como reacción a la corriente de la socialdemocracia económica y política en los países europeos en la posguerra a partir de los años cincuenta del siglo XX, la Teoría de la Elección Racional tuvo un efecto duradero dentro de la ciencia política. La cuestión principal que aborda es que la conducta individual ayuda a comprender la conducta agregada y comunitaria; la acción racional es de orden instrumental guiada por intereses particulares, y su agregación constituye preferencias coherentes de acción colectiva.
Continuaré en mi siguiente entrega…
*Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato, y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío. Investigador nacional. Exconsejero electoral local del INE y del IEEG. luis@rionda.net – @riondal