El negocio de la muerte
Hugo L. del Río
Monterrey.- Rodrigo Medina cantará ópera en italiano o cabalgará con sus colegas norestenses, pero aunque gaste cien millones de pesos –nuestros– al día en infomerciales, no podrá tapar el sol ni con los veinte dedos: los norteamericanos volvieron a colocar a Nuevo León como entidad de peligro.
Ellos cuidan a su gente: lección que nuestra burocracia política se niega a aprender. No bajaron los delitos, ni los cometidos por el crimen organizado, ni los que se le atribuyen al hampa desorganizada. En catorce días llevamos quince narcoasesinatos (de lo que conocemos, porque se puso en claro que el gobierno está ocultando la matanza) cinco de los cuales han sido perpetrados en Apodaca. Esa cabecera municipal ya está en competencia con los penales a ver de dónde salen más cadáveres.
La Marina no se va, ni de Monterrey ni del estado, y el Ejército se queda en lo que fue el municipio ejemplar de San Pedro, “hasta que se corrijan”. Rodriguito volvió a hacer el ridículo al anunciar el retiro de la tropa naval. Uguito Ruiz tampoco se queda atrás. De hecho, no se salva ningún alcalde: corruptos, mandaderos de los capos, y para cerrar con broche de oro, buenos para nada: Rodolfo Ambriz no hace la excepción, sino la regla.
Eso lo dicen Juan y Pedro en todos los lugares públicos. Pero volvamos al niño que cobra como gobernador. Los federales no están aquí para obedecer sus caprichitos inspirados en la más barata de las grillas. Sufrimos, México entero, esta guerra que ya va para siete años. ¿Por qué, qué está pasando?
Tenemos a nuestra disposición los satélites que ahorita les dicen a los operadores de qué color son mis calzoncillos: los drones. Toda la alta tecnología de punta de los vecinos, además de una nutrida colección de espías de todas las agencias civiles y militares de nuestros socios –je je–comerciales. Y ni juntos podemos con los narcos.
Esto ya no es un juego de policías y ladrones. Los malos cobran impuestos, violan mujeres y niños, extorsionan, secuestran, se adueñan de pueblos y controlan tramos del ferrocarril y las carreteras federales. Y en sus ratos libres venden narcóticos. Ellos mandan y le quitan espacios al Estado mexicano. A ver quién se anima a viajar a San Fernando, Tamaulipas.
La fuerza de los cárteles y el peso político de los peces gordos que los administran, necesariamente nos llevan a pensar que estos delincuentes no sólo quieren dinero: buscan el poder político. ¿Es posible esto sin el apoyo de Washington?
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Plácido Domingo está cantando, y nada menos que Il Postino. Su voz es una mar donde navegan todas las emociones humanas, y su hombría de bien, hace perfecta simbiosis con belleza de su canto. Bienvenido, Plácido. Algún día visitará esta ciudad de montañas que fue como la segunda casa de su madre, la inolvidable Pepita Embil.