Territorio de leones
Asael Sepúlveda
Monterrey.- Disfruté por partida doble la lectura de Territorio de leones, de Luis Valdez. En parte, porque podrían ser los apuntes autobiográficos de dos o tres buenas personas que conozco. En parte, porque fue el punto de llegada de 40 días de búsqueda de cómo leer un libro en los tiempos de la tecnología.
El personaje de la obra, Joaquín Vicente, vaga por la calles de Monterrey, se piensa poeta y se bebe cuanta cerveza tiene al alcance.
Entre divagaciones que van de lo literario a lo delirante, camina y dialoga con una surtida fauna de personajes que lo mismo pueden estar frente a él, que ser sólo habitantes de su imaginación.
Mi lectura de Territorio de leones tiene sus orígenes hace muchos meses, cuando vi un espectacular de Conarte por la avenida Gonzalitos. Al llegar a casa, bajé la app correspondiente y lo primero que instalé fue el calendario del mes, que pasó sin pena ni gloria. El 26 de octubre entré a la sección de libros en la página de Conarte y me llamó la atención el texto de Luis Valdez. 54 páginas, 49 pesos. Lo compré en línea a través de iTunes, de Apple y acto seguido lo descargué.
La portada se veía hermosa en la sección “Mis libros”. Al abrirlo, la bendita app preguntó por el programa con el que debía abrirlo. Sólo tenía a la mano el Bluebird, en mi Smartphone. Por supuesto, lo único que pude leer en pantalla fue la clarísima leyenda de: “Acceso no autorizado”.
Luis Valdez, en complicidad con Joaquín Vicente, nos lleva a pasear por el centro de Monterrey, con vista panorámica a los pensamientos del personaje. Le motivan, de manera permanente, su amor platónico por los versos y su amor material por la cerveza. La cerveza siempre está presente. Los versos, platónicos al fin, no los veremos a lo largo de la obra.
Por supuesto, a fines de octubre yo no había podido leer esto. Previo correo a Conarte, una amabilísima Jenniffer Córdova me escribió que todo parecía estar en orden y que el técnico requería detalles como el sistema operativo usado por mí, el programa usado para leer el libro y de ser posible, un screenshot.
Correos fueron y vinieron. El dedicado técnico de Conarte mandó decir, Jenniffer mediante, que intentara abrir el libro con eBooks, de Apple. Claro, contesté yo, ya lo intenté, pero el eBooks no se da por enterado de la existencia del libro. La aplicación no veía el libro. Quienes sí lo vieron, y muy bien, fueron los de cobranza de Apple, que por correo me notificaron el 29 de octubre que habían cargado 49 pesos a mi cuenta.
Desde las entrañas del libro que Apple no podía abrir pero sí pudo cobrar, Joaquín Vicente seguía con sus ires y venires, interactuando con la variada fauna de personajes salidos de la fértil imaginación de Luis Valdez (¿o sería de la imaginación de Joaquín Vicente?) y que iban desde un amigo taxista hasta un borracho mandón y por supuesto, cornudo. Joaquín Vicente, borracho pero no mandón, pone en práctica una escala de valores personales que no le sospechábamos en las primeras páginas de la obra.
A principios de noviembre, 8 días después de comprado el libro (y seis después de que Apple me notificara la cobranza), yo seguía aún sin enterarme de la primera línea de la obra de Luis Valdez. Mi hada madrina, Jenniffer Córdova, sufría por mí y ofrecía proporcionarme un ejemplar en físico del libro. O bien, visto que ya había pagado, enviarme el archivo electrónico, cosa que acabó haciendo. El mismo archivo que yo ya había bajado de conarte.org.mx y que Bluefire se empeñaba en decir que era de acceso prohibido. El mismo que eBooks de Apple no había visto y que cobranzas de Apple sí había visto (¿por qué Apple cobra para Conarte?). La verdad, ese día no tuve ánimos para informarle al hada Jenniffer que su obra de buena voluntad al enviarme el archivo del libro, no había rendido frutos.
Joaquín Vicente, como dije, podría ser el biógrafo de dos o tres personas reales que conozco. Me lo imagino caminando por Juárez y Ruperto Martínez, por los puestos banqueteros de Colegio Civil, o por las cantinas de La Fama, en Santa Catarina. Presto para mudarse de un restaurante cuyas marcas de cerveza no le gustan, para meterse en la cantina de la vuelta, que tiene mejor cerveza y a mejor precio. Poeta y enamorado, tendrá tiempo, entre sus ocupaciones de taxista, de irse a vivir con Diana, a consecuencia de lo cual acabará en manos de unos matones que lo llevarán a pasear por los rumbos de la Huasteca.
Llegó un fin de semana largo (Buen Fin, dicen los comerciantes y el gobierno federal). El caso es que me propuse actualizarme con los correos de la computadora. Por primera vez en mes y medio se me ocurrió abrir los correos de mi buena Jenniffer en una computadora con Windows y no en los artilugios de Apple. Casi en automático, bajó el archivo electrónico de Territorio de leones y Windows propuso abrirlo con Adobe Digital Editions, el programa que uso para algunos de los libros que compro en Gandhi. Sin muchas ilusiones, acepté y para mi sorpresa, se desplegó el texto de Luis Valdez. Así, cuarenta días después de haberlo comprado, pude leer Territorio de Leones.
Supongo que en alguna parte, Jenniffer Córdova, el hada de Conarte, sonreía sin saber del todo la razón de su sonrisa. Mientras, en alguna parte, estoy seguro que Joaquín Vicente alza su botella de cerveza y brinda por la salud de Jenniffer, de Luis Valdez y de la mía.