GOMEZ12102020

La errata nuestra de cada día
Ismael Vidales 

Monterrey.- Durante el sexenio de Felipe Calderón se armó tremendo revuelo a causa de 117 presuntos errores ortográficos detectados a los libros de texto gratuitos. Yo en cambio vi como error más grande que los ortográficos, haber colocado al frente de la SEP a tres secretarios: Josefina Vázquez Mota (1 de diciembre de 2006-4 de diciembre de 2009); Alonso Lujambio Irazábal (+) (6 de abril de 2009-16 de marzo de 2012) y José Ángel Córdova Villalobos (16 de marzo de 2012 al 30 de noviembre de 2012), demostrando con ello poco respeto por una área de la mayor importancia, pero ese es otro asunto.

     Existen múltiples evidencias de que los errores o gazapos se dan con harta frecuencia, sin que llegue la sangre al río. Se han encontrado errores a personajes de la talla de Don Miguel de Cervantes Saavedra, Don Alfonso Reyes, Carlos Monsiváis, entre otros. Viene a mi memoria un refrán que dice "No hay tianguis sin ratas, ni libro sin erratas." Si nos pusiésemos a indagar sobre el tema nos sorprenderíamos de la cantidad de obras científicas, culturales, religiosas y por supuesto escolares que adolecen de calidad conceptual, ortográfica y sintáctica. Hay un periódico regiomontano, que al reseñar un matrimonio en el templo de la Purísima Concepción cambió la "r" por una "t"; un diputado local rindió honores a nuestro “Álvaro” patrio en lugar de nuestro “Lábaro” patrio; en 2001, durante la apertura del II Congreso Internacional de la Lengua Española, el presidente de México, Vicente Fox se refirió en su discurso al célebre escritor argentino Jorge Luis Borges como "José Luis Borgues" y para no quedarse atrás su esposa Martha Sahagún, en diciembre de 2005 se refirió al Nobel hindú Rabindranath Tagore como "Rabina Gran Tagore" en su propio país.

     Las erratas o gazapos, decían en la Edad Media, que las ocasionaba un demonio travieso llamado “Titivillus” que se dedicaba a fastidiar a los monjes amanuenses (que escribe a mano) provocándoles incontables errores en los textos que tan amorosamente estaban copiando. Este diablillo, también provocaba distracciones de los monjes durante los oficios religiosos, equivocaciones en las citas bíblicas, errores en los ritos de la liturgia, despistes y cuchicheos entre los novicios. De hecho se le representaba con un saco que tenía que llenar cada día con los errores que lograba inducir en los amanuenses, escribas, clérigos y religiosos, como equivocaciones en los rezos y erratas en los textos; se aseguraba que tales errores eran apuntados en un libro que se leería en el juicio final.

     Don Alfonso Reyes decía que “la errata es una especie de viciosa flora microbiana siempre tan reacia a todos los tratamientos de la desinfección”, y tenía razón, pues uno de sus libros fue editado con tremenda cantidad de erratas que le valió críticas y chistes de sus detractores. Todos los autores, revisores, impresores y editores, históricamente, se han esforzado porque la errata no aparezca en sus textos, como anécdota, se cuenta que el impresor y humanista francés Robert Estienne (1503-1559) empleaba en su imprenta diez correctores súper exigentes, quienes leían las pruebas con extremo rigor. Una vez leídas se exponían en las ventanas de la imprenta y a quien señalase un error, Estienne le daba un premio. Las pruebas eran irreprochables, sin embargo, cuando se realizaba la tirada, las erratas saltaban a la vista.

     El Papa Sixto V ordenó imprimir una edición de La Vulgata (traducción de la Biblia griega al latín, realizada en el 382 d.C.) en la imprenta apostólica vaticana; él mismo revisó las pruebas con suma minuciosidad. Satisfecho de su obra, insertó al final una bula según la cual excomulgaba a quien quiera que hiciese la menor alteración en el texto. Sin embargo, el Papa hubo de inutilizar la edición, porque había salido plagada de erratas.

     Finalmente le comparto una anécdota referida a un orgulloso editor español que después de múltiples procesos de revisión, convencido de que su libro no tenía ninguna errata, imprimió en la primera página la leyenda: "Esta obra no contiene ninguna erata".

     No estoy promoviendo la edición de libros, revistas o periódicos con errores, solamente estoy diciendo que toda obra realizada por seres humanos está expuesta a gazapos, es más, Dios mismo se equivocó, dice don Armando Fuentes Aguirre “Catón”: nos puso el chamorro por atrás, y los golpes nos los damos en la espinilla.