GOMEZ12102020

La Hacienda de Canutillo y Francisco Villa
Víctor Orozco

Ciudad Juárez.- Canutillo fue una de las haciendas más conocidas de Durango desde el siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX. Está cruzada por los afluentes del alto río Conchos y a principios del siglo XX, era una propiedad gigantesca, prototipo de los latifundios característicos del paisaje social y económico norteño. Muy al estilo de estas fincas señoriales, a su entrada se encuentra el zaguán, que da acceso a un gran patio en cuyo derredor se encontraban las habitaciones y mas adelante galeras, caballerizas y cocheras. Fuera del recinto se localizaban las humildes viviendas de los peones, así como aquellas de los partidarios y un poco menos modestas las de los rancheros arrendatarios.

Su fama y notabilidad por encima de otras de su género, deriva de que fue la casa de Francisco Villa desde julio de 1920, año en el cual la recibió en propiedad del gobierno federal como la principal condición para deponer las armas. Allí habitó el general revolucionario hasta su asesinato ocurrido el 20 de julio de 1923 en la ciudad de Parral, a unos setenta kilómetros de distancia. Fue la única residencia donde vivió por un lapso mayor a un año quizá, desde su infancia en otra hacienda duranguense.

Me paseo por el patio, recorro las habitaciones en las cuales se ha instalado un museo dedicado al legendario personaje, compuesto por fotografías de las diferentes etapas de su vida. Miro la capilla ubicada a un lado de la entrada principal y le doy la vuelta al perímetro limitado por los muros. Es un bello sitio, con el río corriendo por el valle que se desplaza a los pies de la finca. Entiendo porqué fue éste el premio exigido por Villa para rendirse. Cerca de ochenta mil hectáreas con sus ranchos, cubiertas de pastos abundantes y montes, con potencialidad para alimentar miles de cabezas de ganado. De aquellas, dos mil hectáreas de tierras de riego. El hombre conocía muy bien de todo esto. Largos años había frecuentado estas colosales propiedades para robar caballos y vacas, pertenecientes a los patrones, abusivos y apoltronados en los puestos de gobierno o con funcionarios bajo su mando e influencia. Como consecuencia, no le faltaban entre peones y rancheros, informantes sobre producción, número de animales, trabajadores, riqueza. Tenía Canutillo otro mérito: estaba bien comunicada, con su ubicación en una mesa sobresaliente del llano, desde la cual podía advertirse la llegada de intrusos.

Medito sobre el contexto en que se produjo la capitulación villista ante el gobierno y los propósitos de cada parte para celebrar el trato. Los motivos de Villa parecen claros. Se convenció de que seguir sobre las armas carecía de futuro y en cambio, valía la pena pasar por fin a una existencia tranquila, asentada, con la compañía de esposas e hijos, a quienes luego reunió en Canutillo o sus alrededores. Era en 1920 un hombre relativamente joven, con una vida en especial intensa. De bandolero había devenido en revolucionario en 1910, luego en 1913-1914 en jefe de la División del Norte, el gran ejército popular formado en los estados de Chihuahua, Durango y Zacatecas. En 1915, fue derrotado en las grandes batallas del Bajío por Álvaro Obregón y confinado a Chihuahua y norte de Durango. Dispersó entonces sus escasas fuerzas transformadas en pequeñas bandas que atracaban pueblos, se llevaban hombres a la leva y vivían a salto de mata. Así durante casi cinco años. Partes militares iban y venían dando por liquidada la guerrilla villista, pero ésta resurgía de la nada, juntando hombres y atacando incluso a las ciudades de Chihuahua, Juárez y Torreón. Muerto Venustiano Carranza en mayo de 1920, el enemigo acérrimo del Centauro, se removió un obstáculo para alcanzar su pacificación. Villa dio su último golpe en el distante pueblo de Sabinas Coahuila y se rindió. Diez años de guerra con pocos intervalos desde 1910 y otros catorce prófugo de la justicia, asaltando ranchos y haciendas, cobrando extorsiones, asesinando, terminaban para el duranguense aquí. Tenía a la vista la gran oportunidad para retirarse y guardarse de los graves peligros y asechanzas entre los cuales había transcurrido su pasado.

Por su parte, al gobierno federal, presidido por Adolfo de la Huerta, le era bastante más costoso, en términos políticos y pecuniarios, combatir sin cesar a la guerrilla villista, enviando un destacamento militar tras otro en su persecución, que el pago de los 600,00 pesos oro fijado por los hermanos Jurado (Uno de los herederos fue Bernabé Jurado, aquel famoso abogado penalista, cuyos negocios siempre lindaban entre la delincuencia y la ley) como precio de la hacienda, lo cual significaba para estos propietarios un espléndido negocio. Me asalta la pregunta: ¿Cuántos se murieron, quedaron lisiados o debieron abandonar sus lares, durante los años de la guerrilla? ¿Cuántas viudas y huérfanos se originaron? Al final, el sistema de la propiedad privada operó como siempre: un embudo gracias al cual los grandes dueños siempre recogen la cosecha.

Los herederos Jurado se quedaron con la fortuna en oro y el general Villa con la hacienda. Todavía hay quien -y pienso que hasta la mayoría- que cree a pie juntillas en uno de los mitos asociados a la extraordinaria trayectoria del Centauro del Norte: que estableció una especie de cooperativa o colonia comunitaria con sus últimos seguidores y grupos de campesinos oriundos de la región. Nada de esto aconteció. El general Francisco Villa se transformó en un riquísimo latifundista, quien instaló en su propiedad exactamente las mismas formas de explotación que conocía: trabajadores asalariados, partidarios (a la mitad o a la cuarta) y arrendatarios. Con dos insuperables ventajas sobre otros grandes hacendados: tenía a sus órdenes una guardia personal de cincuenta soldados pagados por el gobierno y recibía crecidos subsidios y favores de éste.
Sagaz y mirando hacia el futuro, Álvaro Obregón, el mandatario en turno y desde cierto ángulo su Némesis, tenía muy claro el panorama: Francisco Villa conservaba un elevado carisma y posibilidades de liderazgo. Debía guardarlo quieto, dejando que se enriqueciera y se abandonara poco a poco a la despreocupada vida sedentaria. Acertó en el cálculo, el infatigable guerrillero quien nunca se dejó sorprender, “a quien nadie tiznaba ni en miércoles de ceniza”, le tomó aprecio a las comodidades de Canutillo, engordó, dejó el caballo por el automóvil, compró un hotel en Parral e hizo declaraciones impensables en sus tiempos de dirigente revolucionario: “…La igualdad no existe, ni puede existir. Es mentira que todos podamos ser iguales […] La sociedad, para mí, es una gran escalera, en la que hay gente hasta abajo, otros en medio, subiendo y otros muy altos… Es una escalera perfectamente bien marcada por la naturaleza, y contra la naturaleza no se puede luchar amigo… ¿Qué sería del mundo si todos fuéramos generales, o todos fuéramos capitalistas, o todos fuéramos pobres? Tiene que haber gente de todas calidades. El mundo, amigo, es una tienda de comercio, en donde hay propietarios, dependientes, consumidores y fabricantes […] Yo nunca pelearía por la igualdad de las clases sociales…”, aludiendo a los bolcheviques, muy de moda en ese momento. Y actuó en consecuencia con esta visión del mundo.

Los lustros que siguieron a la terminación de la lucha armada, vieron a decenas y decenas de antiguos generales de todos los bandos transformados en dueños de grandes propiedades. La mutación habla mal de estos guerreros, pero tampoco es un fenómeno del cual debamos asombrarnos. La mexicana no fue una revolución que atentara contra el régimen de propiedad. Lejos de ello lo reafirmó y garantizó, excepto para los latifundios que fueron afectados por restituciones de tierras a los pueblos y la fundación de nuevos centros de población. Unos dueños, como los hermanos Jurado o Luis Terrazas, incluso salieron ganando con la venta de sus bienes.

Por otra parte, la revolución propició un ascenso en la escala social de quienes ocuparon posiciones dirigentes en la lucha armada, por la vía de la apropiación privada de terrenos otrora pertenecientes a los hacendados porfirianos en su mayoría. ¿A qué podían dedicarse estos antiguos rancheros, labradores, vaqueros, una vez licenciados de los ejércitos?. Eran hombres criados entre las dos centurias, en un mundo de hacendados y peones. Se forjaron como soldados y militares en la lucha y ahora, maduros o viejos, regresaron a sus lares o se instalaron en donde había tierras para explotar, mientras más extensas mejor. ¿Por qué pensar en el general Francisco Villa como alguien diferente?. Nunca dio muestras de que lo fuera a lo largo de su vida. Le gustaba construirse mansiones, mausoleos, comprar propiedades y negocios o tomarlos por la fuerza.

Toda mi vida me ha atraído el personaje y entre mejor lo conozco, más me convenzo de que nada pierde si lo despojamos de los densos mitos construidos en su torno: Que construyó cien escuelas, que era un bandido generoso expropiador de los ricos para dar a los pobres, que repartió las tierras a los campesinos, que podía matar a la familia de sus hombres para que éstos lo siguieran sin ataduras, que las mujeres gozaban de sus secuestros y violaciones, que fue el único invasor de Estados Unidos porque envió a una partida de guerrilleros al ataque de un pueblo fronterizo, que fue antimperialista…Nada de esto es cierto. Francisco Villa fue, eso sí, un hombre extraordinario, surgido desde abajo en la sociedad porfiriana, a la que odiaba por sus desigualdades y sus injusticias, con una inteligencia fuera de lo común, aunada a la astucia y al conocimiento profundo de los hombres, lo cual le permitió desarrollar una incuestionable capacidad de mando como para organizar y dirigir grandes unidades militares y luego sostenerse en la resistencia armada por un lustro, contra tropas norteamericanas y mexicanas. Conquistó cimas inconcebibles desde su punto de partida y a esto debe en buena parte el embeleso popular hacia su figura.

No conoció la derrota última, a la manera de quienes murieron pobres y en el abandono o dejaron a sus familias en tales circunstancias, pues al final sucumbió como un potentado. Es probable que si no hubiera sido víctima del asesinato, habría jugado un papel de gran relevancia en el México de los años treintas y cuarentas.

Después de la muerte de Villa, sus parientes y viudas disputaron agriamente, entre otros bienes, por las extensas tierras de Canutillo, pues estaban inventariadas dentro del caudal hereditario, en tanto figuraban a nombre del general en el registro de la propiedad. A pesar de ello, el gobierno federal les obligó a devolverlas. La lógica de los convenios así lo exigía: el pago por la capitulación había sido para el general Villa no para sus herederos o causahabientes, que socialmente nada ni a nadie representaban. Más tarde se repartieron a colonos y ejidatarios por órdenes del presidente Cárdenas. Algunos "listos" se robaron la valiosa maquinaria agrícola antes de la distribución, entre ellos el general Michel, me contó un anciano en el zaguán de la hacienda, según versión de su padre, uno de los campesinos beneficiados con una parcela. Historia llena de laberintos políticos, económicos y pasionales. Por todo ello, fascinante.

* Texto incluido en el libro del autor: “Por la libre. Viajes y reflexiones”. De póxima aparición.