La Quincena No. 46
Agosto de 2007
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Palabras para mi amigo Michell

Guillermo Berrones*

 

“Veo allí mi naturaleza, ya compleja

formada por partes iguales

de instinto y de cultura”.

Adriano

Marguerite Yourcenar

Hace un par de años, mi estimado Michell, abracé el valor de tu amistad considerando el sentido y la extensión de una vieja sentencia: “el amigo de mi amigo…” A Quique le agradezco el honor de las presentaciones. Agradecido de haberte tomado el tiempo para dedicarme un halagador texto sobre uno de mis libros, pensé desde entonces corresponder a tu amabilidad y hoy, que tengo el tiempo suficiente para la lectura y la revisión, he seleccionado algunas líneas de las que me hubiese gustado ser el autor, pero ya una gran mujer (entre mis preferidas) las ha escrito con maestría en una clásica obra de más de cincuenta años, la que seguramente habrás leído y a la que podrás remitirte para volver a disfrutarla: Memorias de Adriano. Sí, es la misma Yourcenar que escribiera apasionadamente sobre la vida y obra del escritor japonés, Mishima; ejemplar, dramática, torturadora y terrible lectura que también gocé hasta acabar leyendo las propias obras de Yukio. Si no lo has leído, te lo recomiendo.

De las Memorias he raptado, al mejor estilo de los ensayistas estudiantiles, una serie de líneas bordadas en contrapunto, que mueven a reflexión en estos días de sobresaltos caniculares. Sin más preámbulos te comparto las delicias narrativas de Marguerite, deseando las disfrutes:

“Te ofrezco, como correctivo, un relato libre de ideas preconcebidas y principios abstractos extraídos de la experiencia de un solo hombre –yo mismo. Ignoro las conclusiones a que me arrastrará mi narración…

“Como todo el mundo, sólo tengo a mi servicio tres medios para evaluar la existencia humana: el estudio de mí mismo, que es el más difícil y peligroso, pero también el más fecundo de los métodos; la observación de los hombres, que logran casi siempre ocultarnos sus secretos o hacernos creer que los tienen; y los libros, con los errores particulares de perspectiva que nacen entre sus líneas. He leído casi todo lo que han escrito nuestros historiadores, nuestros poetas y aun nuestros narradores, aunque se acuse a estos últimos de frivolidad…

“…La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana, un poco como las grandes actitudes inmóviles de las estatuas me enseñaron a apreciar los gestos. En cambio, y posteriormente, la vida me aclaró los libros.

“Pero los escritores mienten, aun los más sinceros. Los menos hábiles, carentes de palabras y frases capaces de encerrarla, retienen una imagen pobre y chata de la vida; algunos… la cargan y abruman con una dignidad que no posee. Otros… la aligeran, la convierten en una pelota hueca que rebota, fácil de recibir y lanzar en un universo sin peso…

“…Los narradores, los autores de fábulas milesias, hacen como los carniceros, exponen en su tabanco pedacitos de carne que las moscas aprecian. Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera.

“La observación directa de los hombres es un método aun más incompleto, que en la mayoría de los casos se reduce a las groseras comprobaciones que constituyen el pasto de la malevolencia humana… Casi todo lo que sabemos del prójimo es de segunda mano. Si por casualidad un hombre se confiesa, aboga por su causa, con su apología pronta. Si lo observamos, deja de estar solo… No me canso nunca de comparar el hombre vestido al hombre desnudo…

“En cuanto a la observación de mí mismo, me obligo a ella aunque sólo sea para llegar a un acuerdo, con ese individuo con quien me veré forzado a vivir hasta el fin, pero una familiaridad de casi cincuenta años (cifra adaptada por mí) guarda todavía muchas posibilidades de error. En lo más profundo, mi autoconocimiento es oscuro, interior, informulado (sic), secreto como una complicidad. En lo más impersonal, es tan glacial como las teorías que puedo elaborar sobre los números: empleo mi inteligencia para ver de lejos y desde lo alto de mi propia vida, que se convierte así en la vida de otro…

“Cuando considero mi vida, me espanta encontrarla informe. La existencia de los héroes, según nos la cuentan, es simple, como una flecha, va en línea recta a su fin. Y la mayoría de los hombres gusta resumir su vida en una fórmula, a veces jactanciosa o quejumbrosa, casi siempre recriminatoria; el recuerdo les fabrica, complaciente, una existencia explicable y clara. Mi vida tiene contornos menos definidos…

“…Pero entre yo y los actos que me constituyen existe un hiato indefinible. La prueba está en que sin cesar siento la necesidad de pensarlos, explicarlos, justificarlos ante mí mismo… en el momento de escribir esto, por ejemplo, no me parece esencial haber sido profesor (término adaptado por mí).

“…Pero el espíritu humano siente repugnancia a aceptarse de las manos del azar, a no ser más que el producto pasajero de posibilidades que no están presididas por ningún dios, y sobre todo por él mismo. Una parte de cada vida, y aun de cada vida insignificante, transcurre en buscar las razones de ser, los puntos de partida, las fuentes. Mi impotencia para descubrirlos me llevó a veces a las explicaciones mágicas, a buscar en los delirios de lo oculto lo que el sentido común no alcanzaba a darme. Cuando los cálculos complicados resultan falsos, cuando los mismos filósofos no tienen ya nada que decirnos, es excusable volverse hacia el parloteo fortuito de las aves, o hacia el lejano contrapeso de los astros.”

Este texto lo he seleccionado, tardíamente, para ti, en reconocimiento a la calidad humana, sensibilidad artística y profesional que te caracteriza, así como a la gentileza de aquel artículo tuyo publicado en la revista del STENSE. Con admiración a la calidad de tu pluma, tu amigo.

*Maestro, historiador y cronista.