La Quincena No. 46
Agosto de 2007
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Mineros en huelga

Jorge Ibarra

 

La comunidad de San Martín, en el municipio de Sombrerete, Zacatecas, es un pueblo minero de unos ocho mil habitantes. Su principal actividad es la extracción de cobre, zinc, plata y plomo. La producción fue interrumpida hace algunas semanas, generando una pérdida de más de 100 mil toneladas de estos metales, y salarios caídos por unos 10 millones de pesos. La principal causa de la huelga, que inició el último día de julio, es la falta de condiciones adecuadas de higiene y seguridad, así como la omisión de la revisión al tabulador salarial, lo cual no ocurre desde hace tres años, de acuerdo a Vicente Mena Mercado, integrante de la Comisión Mixta de Higiene y Seguridad, de la Sección 201 del Sindicato de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana.

Esta visión contrasta con la que tiene el delegado de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social en Zacatecas, Arturo Ramírez Bucio, quien señala haber inspeccionado hace dos meses, y encontrar todo en orden, en 67 observaciones referentes a comedores, servicios, sanitarios y regaderas. Sin embargo, se pudo constatar en el interior de la mina una situación deplorable: equipo obsoleto y múltiples riesgos para la seguridad de los trabajadores, mismos que se mostraron a medios nacionales e internacionales.

Actualmente se encuentran en huelga 482 mineros, de los cuales algunos proceden de la Comunidad de San Martín, otros de Sombrerete, algunos más de Chalchihuites, y otros del vecino estado de Durango; ellos perciben un ingreso promedio de 700 pesos semanales, incluido el bono de productividad, cuando la mina está activa. J. Jesús Jiménez, delegado del sindicato minero, señala: “a don Germán Larrea Mota Velasco (dueño de Industrial Minera México) le preocupa el eventual desplome del mercado de los metales; a nosotros el desplome de la mina que se encuentra mal apuntalada y con numeroso ‘caídos'”, al explicar que así se le llama a los derrumbes y desprendimientos de roca.

Mientras baja hacia el interior de la mina, enclavada en las entrañas del cerro, en un tractor improvisado como medio de transporte de los mineros, Aurelio Domínguez Longoria, de 56 años, 28 de los cuales lleva trabajando como “yumbero”, casi no presta atención al camino: se diría que se lo sabe de memoria y lo podría recorrer a oscuras. Desciende unos mil 500 metros, en medio de una humareda producida por el motor diesel del tractor, que hace casi irrespirable el ambiente; quienes viajan con él, lloran por el humo que desprende a diestra y siniestra el vehículo, mientras don Aurelio, casi impasible, fuma un cigarro y mira a la nada. Aunque afirma contar con 56 años en su haber, su aspecto es el de un hombre mucho mayor, tal vez 80. Y es que según Jesús Jiménez, “la mina te come la vida; aquí la gente que trabaja tiene una esperanza de vida de 25 por ciento menos que el resto de la gente; las principales enfermedades de los mineros son la silicosis y la plumbosis, además de que nunca nos han realizado un examen de sangre, para ver la cantidad de plomo que tenemos”.

La Marranera

Del equipo motriz, ni hablar: observamos una camioneta, con antigüedad de varias décadas, que luce un engomado de Nuevo León de 1993; se dice que fue utilizada en sus mejores tiempos en la Fundidora Monterrey; ahora fue adaptada para introducir personal a la mina y es conocida como

“La Marranera”, porque se le agregó una jaula de no más de un metro y medio de altura, y los trabajadores tienen que ir agachados hasta dos horas para llegar a su lugar de trabajo. En la superficie se pueden observar los “vestidores” y baños, totalmente antihigiénicos, algunos de ellos rebosando de desechos; los “closets” son costales que contuvieron químicos y explosivos, donde los mineros guardan sus ropas, y los cuelgan con mecates de las vigas de los altos techos. La tensión se hace evidente entre el personal de confianza y los sindicalizados; Jesús Jiménez pregunta a un supervisor por los cascos y lámparas mineras, y éste le responde: “el equipo es para emergencias”; Jesús amaga imperativo: “¡vamos a agarrar las lámparas!”

En las oficinas administrativas se pueden ver manifiestos y panfletos en contra de la huelga, exhortando a los mineros a volver al trabajo, señalando que se trata de un asunto político, provocado por Napoleón Gómez Urrutia.

A este respecto, J. Jesús Jiménez, señala: “no mencionan para nada las condiciones de seguridad e higiene, tampoco la falta de revisión al tabulador salarial; dondequiera hay esquiroles que por unas monedas se venden, hasta siete sindicalizados que ya identificamos se vendieron a Germán Larrea”. Y añade: “tan apolítico es este movimiento, que 45 sindicalizados se encuentran laborando en la mina para atender emergencias y contingencias que se pudieran presentar; no queremos dañar nuestra fuente de trabajo”.

Al fondo de la mina

En el interior de la mina, a una profundidad de mil 500 metros, luego de pasar por calles lodosas, derrumbes apenas contenidos con malla o láminas, se puede observar el taller de soldadura, a un lado de los tambos que contienen combustibles y lubricantes. “Se imagina lo que pasaría si una chispa de la soldadura alcanza los tambos, que ni siquiera tienen tapa y están fuera de toda norma de seguridad, a un lado de este taller”, dice Lino Juárez Méndez, secretario de Fomento Cooperativo del sindicato nacional.

Posteriormente muestran el equipo con el cual se inyecta la dinamita y los explosivos a los barrenos, que van colocando en los orificios realizados por los “yumberos”. Jesús Jiménez, inesperadamente toma una piedra larga que recoge del suelo, agarra un mecate de plástico y lo amarra al recipiente, mismo que servirá para bombear los químicos; mientras cierra la tapa, aprisionada por la piedra que cuelga y hace presión, dice: “aquí tenemos pura tecnología de punta… ¡a punta de chingadazos hacemos trabajar estas

mugres!” El recipiente debe cerrar herméticamente; si hay fuga de los químicos, te queman la piel, y si te caen en los ojos, te dejan ciego. Luego muestra otro recipiente que llama “jarra de cemento”, donde se coloca el material de construcción que a su vez se inyecta para apuntalar las áreas donde van los cortes, reforzándose con varillas. Tampoco se cumple con las condiciones de seguridad que se requiere, porque si se desprende la tapa, en el mejor de los casos puede golpearle la cara al minero, y en el peor, “jalarle” los ojos y dejarlo ciego, como ya ha sucedido. Mientras observamos estas condiciones de trabajo, nos percatamos de que el cableado eléctrico que conduce la corriente 440 se encuentra entre el agua del suelo; nos dicen que ello provocó, en enero de 2006, la muerte de Darío Fabela Borjas, quien al introducir una varilla de refuerzo a un corte, hizo tierra y murió fulminado .

Los “comedores” carecen de higiene abajo de la mina. El agua que beben está contaminada con polvo y metales en el interior de un rotoplas ; los sanitarios están peor y para quien anda alejado del área de sanitarios, dispone de una “letrina”, que no es más que un tambo metálico de 200 litros, cortado a la mitad, donde los mineros defecan al aire, sin mayor apoyo, y luego vierten un puño de cal, para evitar la contaminación. A veces los encargados de vaciar el depósito se tardan en su limpieza, por lo que a veces los desechos permanecen largo tiempo.

A más de un mes de huelga, los mineros de San Martín dicen tener el apoyo de la comunidad, aunque reconocen que “al principio la gente nos insultaba y nos gritaba güevones”, porque la empresa había hecho convenios de publicidad con los medios locales; “pero una vez que se logró romper el aislamiento informativo, la actitud ha cambiado, y ahora hasta nos dan apoyo económico, que recolectamos a través de brigadas. Para sobrevivir, contamos con un fondo de resistencia del Sindicato Minero, además de recibir apoyo del resto de las secciones, por lo que esperamos llegar hasta el final, pues ya no hay retorno, y este movimiento lo tenemos que ganar”, dice Vicente Mena Mercado. “También hemos tenido el apoyo de la gobernadora Amalia García Medina, cuya intervención logró evitar el desalojo de los mineros en huelga por parte de las fuerzas de seguridad federales, como se pretendía”.

Pese a estas evidencias sobre las condiciones de trabajo, que a la fecha han provocado la muerte de 33 mineros en San Martín, el delegado de la STyPS, Arturo Ramírez Bucio, señala que los accidentes se han debido principalmente a la combinación del error humano y a la naturaleza. En ningún momento se refiere a las condiciones de seguridad en que trabajan los mineros. Descarta que esta mina pueda convertirse en otra Pasta de Conchos, pues según él las condiciones son diferentes; aquí se extraen metales, y en Coahuila se obtiene carbón, lo que la hace más riesgosa. También indica que nunca le han invitado a realizar una inspección en el interior de la mina, lo cual es desmentido por varios oficios recibidos por la STyPS, mostrados por los dirigentes sindicales, donde puntualmente se le conmina a realizar esa tarea.

Mientras tanto, en San Martín, Zacatecas, la vida continúa, pese a la huelga que enfrenta la mina, principal fuente de empleo de esta comunidad minera.

La gente espera el arreglo del problema laboral, antes de que el movimiento se desgaste, o que transite irremediablemente hacia un escenario fatal para los trabajadores.