Porque es aquí donde el destino quiso que pasáramos la vida, y pareciera que no nos importa actuar ante nosotros mismos como si actuáramos ante un extraño, pareciera, hermanos regios, que no tenemos ambiciones ni pasiones ni deseos ni esperanzas, ¿qué tal si esa energía con la que gritamos gol en los estadios, o la satisfacción de apagar la sed y la soledad con una cerveza, la dirigimos y la empleamos hacia estar contentos con nuestros sueños sólo cuando no estemos soñando? Veámonos como parte del paisaje y combatamos la aridez  –el paisaje es un estado del alma- porque este ritual de intuiciones en que se ha convertido Monterrey nos convoca a asumir más que murmullos indiferentes; reacciones de calidad y esas se ubican exclusivamente en el terreno de los sentimientos.
¿Desde cuándo dejamos de sentir algo al ver el cerro de la Silla? ¿ Desde cuándo dejamos de tener orgullo de ser del norte del mero san Luisito…? ¿Cuántas veces hemos marcado el 072?
Y no quiero parecer moralista, ni tampoco interpreto falsamente la realidad. Más bien creo que algunos políticos, que algunos empresarios, que varios comunicadores y que millones de regiomontanos, tratan de decirnos que la realidad no es necesaria.
Nada más sencillo que convocar con el ejemplo silencioso lo queremos: calidad de vida, sólo la que nos merecemos, sólo la necesaria, (acto seguido le soplo a las velitas).