Mi recuerdo de don Miguel León-Portilla
Eloy Garza González

Monterrey.- Antier murió don Miguel León-Portilla, humanista mayor, quizá el más grande del México moderno. gran tlacuilo, viejo sabio. Dejaré para otra ocasión la reseña de su provechosa vida. Por lo pronto, mencionaré que lo vi varias veces en Filosofía y Letras de la UNAM. La última vez, ya entrado en años, fue durante una cena en su honor. Nos contó a alguno privilegiados una historia erótica, cachonda, que halló en el Códice Matritense del Real Palacio. Don Miguel nos refirió la leyenda nahua del año 6-Conejo, de sexo explícito. Se titula “La historia del Tohuenyo”.

     Cierta princesa tolteca (buscadora de marido), quedó inflamada de deseo por un hechicero, huasteco, que vendía chiles en el mercado de Tula, completamente desnudo, sin el maxtlatl que le ocultara sus partes nobles.

     El Tohuenyo no necesitó urdir ningún “tetzáhuitl” (portento) para que cayera rendida a sus pies la cándida doncella. Simplemente le mostró la cosa inmensa que le colgaba entre las piernas. En mis clases de náhuatl aprendí que “tlapilotinemi” es una palabra compuesta de “nemi” (andar) y “tla-pilloli” (cosa que cuelga). Lo que quiere decir: “el que anda con la cosa colgando”.

     Contaba don Miguel que la princesa (como ocurre en estos casos) enfermó, deliró, se puso en tensión, “entró en gran calentura” y su padre, el Señor Huémac, clamaba a los cuatro vientos por la pócima que espabilara a su hija. “Es el Tohuenyo” le advirtieron las mujeres que cuidaban a la jóven: “El que vende chiles, ese le ha metido el fuego, le ha metido el ansia, con eso es que quedó enferma”.

     El Señor de Huémac ordenó a los toltecas que buscaran al vendedor de chiles por toda Tula. Pidió que lo llevaran a su presencia. El Tohuenyo se postró desnudó frente a él y Huémac comprendió porqué estaba tan enferma su hija. “Tápate tu pajarito” le dijo. “Ponte el maxtlatl”. A lo cual el Tohuenyo respondió: “nosotros somos así”. Huémac soltó su veredicto: “Tú le has despertado el ansia a mi hija, tú la curarás”.

     Al cabo de unos días, con sus noches. como por arte de hechicería, la hija de Huémac, princesa de Tula, sanó. Y acabó cohabitando en el palacio con su sanador. Todos estaban contentos: el Señor de Huémac, la princesa y su nuevo yerno, el forastero Tohuenyo.

     Pero decía don Miguel León-Portilla que la vida nunca tiene final feliz. Los toltecas recelaban del oportunista extraño; se burlaron de él y del Señor de Huémac por darle cobijo en su casa. Persuadieron al desventurado padre, quién terminó avergonzado de confiar en un Tohuenyo, “el que anda con la cosa que cuelga”. Dejaron al huasteco en la tierra de los enanos y tullidos, en Zacatepec, zona enemiga, en espera de que lo destrozaran vivo.

     Dejaré para un artículo posterior cómo acabó este enredo sexual que nos contó don Miguel. Por lo pronto, diré que me duele hasta el alma la muerte del maestro. Y que sus enseñanzas perdurarán hasta el final de mis días. Descanse en paz, don Miguel León-Portilla.