Monterrey.- Como la aterradora sensación de sentir en los ojos agujas venenosas, en las sienes mortíferos dardos, un revoloteo de murciélagos en la cabeza, hachazos constantes en la nuca, como filosos garfios que te jalan hacia el abismo insondable de la angustia, a la cerca de púas de la ansiedad, al fango movedizo de la desesperación… Así es el insomnio. Los minutos se vuelven siglos y las horas milenios. Solo basta un instante para que todo estalle en tu interior, pero no estalla y sigues latiendo dolorosamente en esa horrible sensación de acuciante atemporalidad. La mirada enrojece, las venas sanguinolentas amenazan con reventar tus pupilas, los globos oculares se tornan en duras piedras, los hechos se suceden en tu perturbada mente a la velocidad de la luz. Amanece… Tu cara es una mueca enjuta de payaso triste. Tu cuerpo es un zombi. Tu apariencia es fantasmal. Como autómata, títere de tu propia desventura, te disfrazas de calma para salir al mundo. Y la odiosa y odiada rutina diaria te salva, una vez más, de morir en tu desvelo eterno…