El niñito con pelo de hongo empujó levemente el carrito casi vacío y apenas tocó a la bruja gorda quien, después de emitir un escandaloso y exagerado grito, comenzó a escupir víboras y arácnidos por su desdentada boca contra el terroncito de azúcar.
La bruja flaca le propinó una fuerte bofetada al niñito de ojos claros, quien comenzó a sollozar en silencio y de la boca de aquella maldita también brotaron cucuarachas y gusanos y alacranes, que irremisiblemente cayeron sobre aquel serafín. ¿Cuántos golpes habrá soportado para llegar a ese límite de resiliencia que ni siquiera le permitía llorar?
Apretó las mandíbulas con rabia y sus dulces ojos se llenaron de furia, como haciendo un conjuro contra aquellas poderosas hechiceras, quienes seguramente hacían de la vida de aquel ángel un horroroso infierno.
Pensé en intervenir y denunciarlas, pero me ganó el miedo a ser víctima de un malvado embrujo. ¿Sabe usted cuántos niños de México habitan en esos ambientes sociofamiliares tan deleznables y deprimentes?
Uno en la escuelita se da cuenta de tantas cosas inenarrables. Y siempre, siempre nos ganan el coraje y la impotencia.
Nada podemos hacer contra ese devastador mal social en el que habitan muchos niños maltratados física, emocional y espiritualmente.