Monterrey.- Lo había perdido todo, familia, amigos, dinero, dignidad. La vida lo había dañado tanto, tanto, que no mostraba ni un ápice de arrepentimiento por el macabro ritual que ejercía entre las tinieblas nocturnas, empalagadas con tabaco y alcohol, en aquel antro de mala muerte. Grotesco y deslumbrante, disfrazado de Drag Queen, sin pudor y sin condón, poseía o se dejaba poseer lujuriosamente por un hombre cada noche, noche de perversa pasión que él marcaba con el signo de la muerte, plenamente consciente de que era portador del VIH/SIDA.