Monterrey.- Inútiles encomiendas atosigantes. Sustraer del intolerable dolor a alguien que le incita el placer del sufrimiento. Extrapolar la tristeza de unos ojos yertos para trastocarla en luminosa alegría. Cambiar la rígida actitud mental de un loco obcecado y radical. Abrir con la llave de una sonrisa un indolente corazón de piedra. Enseñar con amor a quien le resulta detestable y odioso aprender. Salvaguardar la honra de niñas empecinadas en entregarse a Zeus. Creer que los infantes y púberes de cristal constituyen el promisorio futuro de un pueblo. Elucubrar en solitario que en el corto plazo tendremos un planeta mejor. Atiborrar con consejos al imbécil desorejado de tu compadre. Convencer a una fémina sobre el tema que quieras, aunque seas un experto. Pretender eliminar las inequidades de un país plagado por la corrupción. Ofrecer el cielo a creyentes y profanos y percatarte que prefieren el infierno. Persuadir a un cáustico lector de que eres un buen escritor.