Mazatlán.- Aquel lunes salimos de casa Lorena, Nicolasa y quien escribe rumbo al restaurante Vía Condotti; desayunamos las delicias que ahí se preparan, con ese aire europeo que tienen sus platillos, y lo acompañamos con un café negro, espeso, reconfortante, que nos dio fuerzas para empujar la silla de ruedas hacia la Plazuela Machado, que en ese momento recibía a grupos, principalmente de norteamericanos y canadienses que habían bajado de algún crucero.
Crucé la plaza y a la altura del quiosco se me acercaron con una sonrisa fresca dos jóvenes de la Guardia Nacional, que me ofrecieron ayuda al ver mis esfuerzos por deslizar la silla sobre las losas. Les agradecí el gesto, y les dije que ya estaba cerca de la banca de mi destino. Todavía el joven me dijo: “si necesita apoyo, por aquí vamos a andar”. Gracias, les respondí.
Seguí el camino cavilando sobre el gesto inesperado de esta pareja de guardias. No recordaba haberlo vivido antes y, menos, cuando aparecieron imágenes de mi experiencia con policías con su expresión taimada, hosca, que los caracteriza y provoca recelo de quienes se le cruzan en el camino.
Me instalé en la banca donde estaba una pareja de visitantes que conversaban en inglés y vi pasar a señoras y señores, con la vista en los edificios aledaños, las mesas y sus comensales en algunos de los restaurantes, o las plantas y monigotes que rodean al quiosco; y Lorena hacia lo propio: observaba a la gente pasar y quién sabe qué pasaba por su mente. ¿Recordaba algún viaje de los muchos que ha tenido a lo largo de su vida?, ¿alguna plaza en especial?; ¿o era el viento fresco que venía de la sierra o el mar? No lo sé, ella solo miraba serena, a los transeúntes.
En esas estaba cuando me di cuenta de que los jóvenes de la Guardia Nacional estaban detrás de nosotros. Volví a verlos y la chica con rasgos árabes, me ofreció una bella sonrisa y le correspondí, mientras su compañero observaba a la gente que pasaba en medio de los laureles de la India (los ficus, como les dicen en Mazatlán); pregunté rompiendo el hielo: ¿de dónde son?
La chica me respondió: “de Ciudad Juárez”, pero su acento no era norteño, sino suave, más cerca del centro que del norte del país. Pero no se trataba de nada, simplemente era una conversación ligera, amable, empática, y el muchacho me preguntó si vivía cerca de la plaza. Le respondí que sí, que mi casa estaba a solo unas calles.
Hablamos de su jornada de vigilancia y rieron cuando les dije que les había tocado el mejor lugar, pues había visto compañeros suyos recorriendo parsimoniosamente el malecón, sufriendo los embates del sol, el suelo caliente, compensado solo con las vistas del mar y sus tres islas, el bullicio de la gente y la música de viento que sale de las palapas instaladas en la playa. “Antes nos tocó ahí”, dijo la muchacha. “Y está fuerte el calor”.
“Bueno, mejor que andar en Culiacán, ¿verdad?” “Sí, está feo el ambiente allá. Este fin de semana mataron a dos compañeros.
–Veo –dije– que no traen armas.
–Así es, andamos desarmados.
–¿Ustedes son civiles o militares? –pregunté.
–Militares.
–¿Y qué prefieren ser, civiles o militares?
–Civiles.
–Vamos, ¿cómo desean que termine la Guardia Nacional, cómo civil o militar?
–Civil –respondió el muchacho.
En ese momento se acercó un gringo sesentero, desaliñado, con el pelo cano y largo, y les brindó la mano mientras les dijo: “thank you very much, for giving us security” (muchas gracias por brindarnos seguridad).
Cuando se fue les comenté que en Estados Unidos tienen un alto apreció por la gente del ejército. Y quizá por eso, el gesto de este hombre que se retiró.
No había pasado mucho tiempo cuando apareció una guía de edad, con algunos kilos de más, que dirigía un grupo de aproximadamente treinta personas y explicaba cosas con un inglés fluido.
Al ver a los muchachos con su uniforme impecable, se acercó a ellos y tocó la solapa del uniforme verde claro, mientras dijo llena de orgullo: “These young people are the ones who take care of us” (Estos jóvenes son los que nos cuidan); pero, además, pidió un aplauso para ellos. Ellos simplemente sonrieron con aire de satisfacción. Me despedí de ellos emocionado, no sin pensar que en este tipo de muchachos, está depositada la seguridad de todos.