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El descanso obligatorio del día primero hizo que ayer ni siquiera en Internet pudiéramos encontrar información sobre el festivalote de fin de año que se regaló a 120 mil capitalinos al pie de la Columna de la Independencia, financiado por las autoridades del Distrito Federal, con cargo al erario y por lo tanto pagado con los impuestos de todos nosotros, los habitantes del resto del país.

Nomás no pude encontrar ninguna referencia sobre cuánto costó el numerito. Seguramente los Tigres del Norte y Joan Sebastian cobraron muy bien, situación normal, pues los señores son profesionales y ni hablar. Pero entre estos honorarios y el costo de la producción seguramente estamos hablando de algunos milloncejos aplicados con el más puro espíritu populista. La transmisión exclusiva a través de Televisa, le puso además, el tono exacto a la fiestecita.

Fue un evento trágico, que quedó en evidencia cuando dos niñas “a nombre del jefe de gobierno” ofrecieron el evento al de alguna manera respetable público, pero el locutor de la televisora tuvo que soplarles el nombre del funcionario, porque a ellas no se le fijó en la cabeza; pero lo importante es que se le quede a la gente, ¿verdad, Marcelo?
 
Durante varios días, la prensa capitalina reprodujo las múltiples protestas de la gente que se queja por el secuestro de tan importante avenida por casi cualquier excusa. No me extiendo. Ya han de saber ustedes que hasta por desfiles de la coca-cola y otros claros ejemplos neocircenses les cierran tan vistosa y estratégica arteria de nuestra capital.

Pero volvamos al show. ¿Lo vieron? ¡Cuánto desfiguro! ¿Qué opinan de la joven bien pasadita de kilos que Joan Sebastian subió al escenario, no tanto para bailar sino para cometer una serie de contorsiones que culminaron con una buena sobada de trasero a la muchacha, y que seguramente bajó muy agradecida?

Y faltaba el clímax que llegó, obviamente, cuando los tremendos Tigres aparecieron con sus varoniles trajes color entre rosa y mamey, llenos de lentejuela y pedrería para ofrecer uno de los conciertos más desabridos y desangelados que yo recuerde. Hubo problemas con el sonido, especialmente con los monitores, y el grupo sonó descuadrado con sus vocalistas fuera de tono.

Pero eso no fue todo, ni lo peor. Se les ocurre a los hermanos Hernández invitar a la gente a  solicitar sus canciones favoritas, y ¿cuál creen que pidió el público a voz en cuello? Pues “Camelia, La Texana”, canción que no se llama así, sino Contrabando y traición, y que es, como todos bien sabemos, una canción de narcos. Uno de nuestros más famosos e importantes narcocorridos.

Nosotros estábamos en reunión familiar, con la tele de fondo, y la verdad pocos ponían atención a la pantalla, pero en mi fuero interno me asaltó la pregunta: a como están las cosas con la narcoviolencia en el país, ¿será un acto sanamente divertido convertir la fiesta oficial de bienvenida al año nuevo en un narcofestival? Si la respuesta es sí, yo le preguntaría a Marcelo, ¿por qué entonces él no ha querido manifestarse a favor de la legalización de las drogas? Recordemos que cuando su propio partido propuso el debate respectivo fue de los primeros en deslindarse.

Pero si la respuesta es no, entonces la pregunta para Ebrard es: ¿quién demonios tomó la decisión de contratar a los Tigres y al populachero de Sebastian, en lugar de ofrecer otro tipo de calidad en el espectáculo, como podría haber sido, digamos, Oscar Chávez, o alguien así?

En el evento, realizado la noche del año viejo en el Ángel de la Independencia, (que ya sabemos que no es un ángel, sino una Victoria Alada) se expresó esa profunda contradicción esencial que parece condicionar casi todo lo que hacemos los mexicanos. Ahí esta la realidad, clara y contundente frente a nuestros ojos, pero no queremos verla y ni siquiera describirla como es.

Seguramente hoy viernes, cuando los diarios y demás medios vuelven a su normalidad, aparecerán los titulares destacados: ¡Un éxito el festival capitalino! ¡Triunfan los Tigres y Joan Sebastian! Y también triunfa Casaubón, en una victoria pírrica que nos demuestra que ni por la derecha ni por la izquierda, no por el centro ni por arriba, sino por abajo, sólo muy por abajo, seguimos avanzando.

Y ya ni siquiera se reparten pan o tortillas. Basta con el circo, mucho circo. No le hace que sea al estilo de las películas de los hermanos Almada: bajo nivel en todos sentidos.

¿Qué se puede esperar de gobernantes con tan notoria falta de imaginación y sensibilidad? Esta manera de hacer las cosas al trancazo, al aventón, o con terrible perfidia, que podría ser, me lleva a suponer que el enemigo está en casa.

Ante este panorama desconsolador, me acuerdo del gran José Alfredo y quisiera cantar: ¡Que me sirvan de una vez…!

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