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• Barack Obama, con su carita de ángel, una posibilidad de cambios radicales
• Aunque, como dicen en mi datcha, todos son coyotes de la misma loma

 
Después de desastre que causó en Estados Unidos y en el mundo el enfermo de George W. Bush, Barack Obama, además de romper el caparazón del racismo americano, ha tomado posesión de la White House y del poder mundial. Fue muy revelador, por ejemplo, el intempestivo cese al fuego que Israel declaró en la Franja de Gaza, días antes de ayer. Obama fue muy criticado por no pronunciarse a tiempo en contra de la invasión, pero hay analistas y observadores que indican que él tuvo que ver directamente con la decisión israelí de parar los bombardeos y los ataques y comenzar la retirada del territorio palestino. Los judíos, por tanto, parece que han perdido esa guerra y el apoyo incondicional que les propinó Bush para apoderarse de los territorios palestinos masacrando a sus habitantes, una contradicción, porque la economía de Israel depende en muy buena medida de la fuerza de trabajo árabe islámica y cristiana.
Una parte importante de la imagen política de Obama es la creencia de que su retórica y sus acciones hacia la reforma política coinciden con su inteligencia política, la cual frecuentemente incluye una medida de conveniencia. En julio de 2008, el artículo destacado de la revista estadounidense The New Yorker, escrito por el periodista político Ryan Lizza, estableció: Obama hace una campaña a favor de reformar un proceso político fracturado; sin embargo siempre ha desempeñado la política siguiendo las reglas existentes, y no como quisiera que existiesen.
Pero como la única certidumbre del futuro es la muerte, mejor esperaremos, veremos y diremos, porque, en el caso de México, a los gobiernos mexicanos les ha ido peor con los demócratas que con los republicanos, un contrasentido porque los demócratas se presentan como liberales y amantes de la justicia y de la paz pero en la práctica hacen todo lo contrario, como la invasión a Bahía de Cochinos ordenada por el "ínclito" John F. Kennedy. Y otra cosa es cierta, que el gobierno de México no la tendrá nada fácil con Obama, en el terreno del apoyo económico y logístico para la lucha contra el narco, pues el nuevo Presidente de los Estados Unidos tiene sus dudas en cuanto a los métodos para combatir a las bandas de traficantes de drogas ilícitas y en cuanto al uso que México pueda darle al apoyo económico. Tendría Calderón que dar un golpe de timón en su gobierno para adaptarse a las exigencias del nuevo inquilino de la Residencia ubicada en el 1600 Pennsylvania Avenue NW de Washington.
La lucha en contra de las bandas organizadas ha producido éxitos notabilísimos en lo que se refiere a detenciones de capos importantes, confiscaciones de arsenales de armas de alto poder y de grandes cantidades de drogas, pero el narcotráfico es como la Hydra, a la que cuando le cercenaban una cabeza le brotaba otra. Y los capos de alcurnia, los verdaderos barones de la droga están intocables hasta ahora. Un ejemplo es "El Chapo" Guzmán, que es como Dios padre, que está en todas partes pero nadie lo ve.
El segundo tema toral es la migración de mexicanos indocumentados en su mayoría a los Estados Unidos, que ha querido ser presentada por los conservadores estadounidenses como un lastre para ellos y para su economía, cuando el fenómeno resulta en todo lo contrario, ya que los migrantes contribuyen de manera sustancial a generar riqueza en ese complejo mundo de la economía estadounidense y además hacen los trabajos que los blancos desdeñan. Qué pasaría en Estados Unidos sin mexicanos, sin hispanos, sin migrantes de todo el mundo. La economía se paralizaría y eso no les conviene, menos en tiempos de una gravísima recesión económica como la que empezó a afrontar ayer el nuevo Presidente. Tendrá que haber, a fortiori, una reforma migratoria integral para acabar de una vez por todas con ese estado de excepción que crea polémicas bizantinas y atiza el odio y el racismo contra los morenitos que les llegan de a montones, pese a que Bush construyó una cerca de láminas de acero para detener la migración, so pretexto de que con ella llega a territorio estadounidense lo peor del mundo y con ella la polución, la contaminación, las drogas, los terroristas, infortunios que seguirán llegando como circulan los estupefacientes desde México a todos los estados de la Unión, pese a retenes, a combates callejeros contra las bandas, a cateos, a confiscaciones. Obama entiende, o deberá entender, que la lucha contra las drogas debe ser una responsabilidad compartida: el gobierno de México, intentando debilitar a los cárteles de la Droga por donde más les duele, por sus estados financieros; Estados Unidos, deteniendo el trasiego masivo de armas de alto poder hacia México, algo que le importó un comino al gobierno saliente.
Felipe Calderón y Barack Obama tendrán que preguntarse, como lo hace el inmemorial León Felipe: Esta pantomima sangrienta y desgarrada, este truco monstruoso y despiadado que está aquí ahora en la piqueta del escarnio, para qué, qué significa, adónde vamos, adónde nos lleva todo esto. ¿A la justicia? Pero qué es la justicia.  ¿Existe la justicia? Si no existe, para qué estoy aquí yo. Y si existe, ¿la justicia es esto? ¿Un truco de pista? ¿Un número de circo? ¿Un pim-pam-pum de feria? ¿Un vocablo gracioso para distraer a los hombres y a los dioses?
Barack Obama entra en la historia como el político prometeico que se escapa de su crónica y es hecho símbolo y carne. Y Oh paradoja monstruosa: todas las voces de la tierra zumbando en coro, haciendo rueda en los oídos de este Presidente prometeico, que se presenta como el gran defensor de la justicia. Pero ni Calderón ni Obama deben olvidar lo que es la justicia, más allá de las consideraciones penales. La justicia es amor y el buen gobierno sólo gobierna si pone amor en sus juicios y actitudes y no ve más allá de sus conveniencias personales y de partido. Si ve al pueblo, a la comunidad, que son entes concretos, integrados por seres humanos que viven en las contradicciones, entre la opulencia y la pobreza y la miseria.
Bienvenido, señor Obama, a la Gran Realidad…

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