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No cabe duda de que nuestra cultura inmediata muestra vestigios de tiempos que quisiéramos ya haber superado. A veces nos quejamos, pero la verdad es que somos muy violentos. Nos seduce la violencia.

Un incidente de tránsito muy menor -que prácticamente ni atención mereció en los diarios-, pero que fue capturado por el video de un informativo local, motivó el cese fulminante de un oficial de Tránsito Municipal de Monterrey. En los hechos captados por la cámara se vio claramente la forma alevosa en que el agente del orden (tránsito también es parte del orden público, no nada más la policía) le surte tremendo derechazo en la boca al joven presuntamente alcoholizado que había cometido para ese momento varias infracciones.

Ya después, durante los distintos noticieros (o noticiarios mejor dicho), la escena se repitió varias veces al aire, en velocidad normal y también en cámara lenta, acompañada naturalmente de comentarios improvisados, no en todos los casos bien fundamentados o expresados, pero bueno, eso ya es harina de otro costal.
 
El punto central es que tres señores agentes de tránsito, uniformados y frente a la cámara, no lograban someter al infractor, quien arrastrando la lengua repetía que había sido víctima de agresión por parte de los señores representantes de la autoridad. La escena, hay que decirlo, era un pequeño sanquintín a cuadro, con todos los bip, bip, del caso para que no se escuchara donde uno les decía güey a los otros, o hasta alguna otra de nuestras muy socorridas y altisonantes palabras que usamos cuando andamos encajonados. Ya saben ustedes: hay que cuidar las buenas costumbres. Eso sí.

Como la escena fue repetida y por lo tanto amplificada por la tele, la evidencia llegó a los ojos y oídos del director de la dependencia, quien en una rápida decisión anunció el despido del agente boxeador. Pero entonces lo que siguió fue lo más interesante.

Como su opinión es lo más importante, el público comenzó a llamar al noticiero para protestar por el despido del pobrecito agente: que porque el joven andaba alcoholizado, que porque aquél tenía muchos años de servicio, que porque su expediente estaba limpio, por lo que ustedes quieran. Según todas estas opiniones el uniformado tenía derecho a callar al jovenzuelo borrachín a punta de madrazos. Y esto fue lo que me puso a pensar.
 
El infractor andaba mal y actuó mal. ¿Eso justifica que la autoridad también lo haga? A ver. Si un delincuente de a devis, de esos que les llaman organizados, en sus cinco sentidos se pone al tiro y les dice hasta de qué se van a morir los agentes, ¿eso concede autoridad para la golpiza? ¿No nos hemos indignado cuando vemos a los azules gringos batir a tantos compatriotas con sus garrotes? Sí, ya sé que todos son casos distintos, y son muy distintos; pero queridos amigos, en todos estos casos que ahora cito EL COMÚN DENOMINADOR ES LA FALTA DE CAPACITACIÓN de los señores agentes.

Ni las amenazas, ni los insultos y ni aun siquiera los golpes a priori, deben formar parte del trato de un detenido. Y por favor léanme bien: cuando hay que REDUCIR a algún delincuente realmente peligroso –que es una chamba para especialistas, no para el vigilante de la esquina-, hay técnicas, hay métodos, y deben ser aplicados por gente preparada.

Ante la cámara lo que se vio fue a un trío de agentes de tránsito perplejos y frustrados porque no sabían que hacer, y de ahí se produjo una reacción hasta cierto punto normal, pero que de ninguna manera corresponde a un digno representante de la autoridad. Por ahí en uno de los informativos se dijo que el agresor había sido el muchacho que porque les había recordado el diez de mayo. Faltaba más. El joven andaba tomado, se puso grosero, tan grosero que lo único que la autoridad supo hacer fue regresarle la ofensa con golpes a puño cerrado.

Eso se llama falta de criterio y falta de capacitación. Y ya me puedo imaginar: si así se portan frente a la cámara, ¿cómo van a hacerlo –o cómo lo hacen- cuando no hay testigos? Por esta vez, creo que el jefe de Tránsito actuó bien, pero ahora el responsable de esta importante dependencia ya pudo comprobar (ya lo sabía) que hace falta mucha, muchísima capacitación. Y esa también es su responsabilidad.

Más, en lo personal, a este servidor de ustedes lo que le preocupa es esa violencia permisiva, que es, como dice el diccionario, la violencia que permite o consiente. Y ésa fue la que manifestó la mayoría de las personas que opinaron cuando vieron la escena reproducida en su aparato televisor.

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