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TRANSICIONES
FRONTERA DE ESCAPARATE                   

Víctor Alejandro Espinoza

Rolando Cordera refiere que la actual crisis ha venido a poner en claro la ilusión del desarrollo sostenido de nuestra frontera norte: “Los embates de una crisis global que no cede ante los placebos estadísticos, las tragedias sucesivas que ponen al descubierto la dura verdad de una modernización de escaparate y epidérmica en el otrora orgulloso norte de México” (La Jornada, 7 de febrero).
          Durante muchos años los datos del crecimiento económico sirvieron para difundir una imagen idílica del norte mexicano. El dinamismo industrial –sobre todo basado en la industria maquiladora- y comercial generó un estado de cosas en los seis estados norteños que hizo pensar en que se trataba de un modelo “exportable” a otras regiones del país. Una amplia clase media, al lado de indicadores de pleno empleo, llevó a pensar que habíamos encontrado la llave para la entrada al paraíso.
          Las crisis sucesivas (1982, 1987, 1994, 2009) fueron minando las bases de un crecimiento dependiente del exterior. Las maquiladoras dejaron de ser el sueño mexicano y pronto nos dimos cuenta que estábamos ante la generación de empleos precarios, mal remunerados. Pero también, ese boom del modelo maquilador atrajo a cientos de miles de compatriotas que llegaron a asentarse a los nuevos cinturones de miseria; presa fácil de los voraces “desarrolladores” que tuvieron la vía libre para construir casitas que parecen jaulas, donde la calidad de la vida es lo que menos importa.
          El “milagro económico fronterizo” tuvo su correlato político: los partidos tuvieron un escenario propicio para ver crecer el clientelismo: hubo corporativismo de todos colores; era una forma de allegarse votos y ganar espacios de poder. Así sucedió en las principales ciudades fronterizas: Tijuana y Ciudad Juárez son ejemplos paradigmáticos. Hablando de Ciudad Juárez, Alberto Aziz Nassif escribe en El Universal (9 de febrero): “En los años 80 esa frontera brillaba como una anticipación de futuro; la sociedad civil se organizó para tener democracia electoral, para crear alternancia en el gobierno municipal y estatal. La industria del ensamble maquilador generó cientos de miles de empleos y la bonanza de esta frontera atrajo a miles de mexicanos de otros estados que migraron para encontrar un empleo en esa frontera. Hace 25 años, en los mítines de las campañas políticas, llegaban a participar más de 50 mil personas en una plaza pública. Hace unas semanas, cuando se convocó a una marcha en contra de la violencia, es probable que no hayan asistido ni mil personas”.  
          El deterioro económico y un crecimiento sin bases solidas se sintetiza en los miles de pobres que viven en condiciones deplorables, en lugares inaccesibles apenas cae un poco de agua; hacinados en fraccionamientos que crecieron sin observar norma alguna para la construcción o sin ningún tipo de supervisión; donde las zonas verdes se cuentan con los dedos de una mano, la falta de servicios es desesperante. En otro ámbito, también fuimos vistos como el ejemplo de la participación ciudadana, ejemplificada con las primeras alternancias nacionales. Pero la depresión política se observa  en la desidia ciudadana y en la abstención electoral que nos lleva a ocupar los primeros lugares en los recientes procesos.
¿Cuándo terminó la ficción y el cuento de hadas en la frontera? No sólo las causas del naufragio han sido las crisis económicas. Esas condiciones precarias, la falta de oportunidades para los jóvenes, el empleo mal remunerado, la corrupción; todo ello permitió el auge del narcotráfico y el crimen organizado. De ser una ruta natural para la exportación de drogas, los grupos delincuenciales encontraron la puerta abierta para reclutar a cientos de jóvenes sin futuro y autoridades corruptas que les permitieron crecer y consolidar poderes paralelos. Hoy nadie en su sano juicio puede afirmar que la frontera es un ejemplo de modernización a nivel nacional. El caso de Juárez es quizás el más estridente, pero ejemplifica bien lo que sucede en nuestras ciudades fronterizas. 60 mil juarenses se han ido a vivir a El Paso, Texas, paradójicamente, una las ciudades más seguras de Estados Unidos. ¿Cuántos más en Tijuana o Nuevo Laredo o en el resto de la frontera? ¿Quién compra ahora la idílica visión de ciudades prósperas y democráticas? 


Investigador de El Colegio de la Frontera  Norte. Correo electrónico: victorae@colef.mx

 

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