PROYECTO NACIONAL
José Luis Calva
El documento básico del XVIII Congreso Nacional de Economistas, que comienza mañana (hoy) en Querétaro, propone someter a “una revisión profunda el paradigma” aplicado en México, que ha traído consigo “un cuarto de siglo de semiestancamiento […] pérdida constante de competitividad […] desindustrialización y creciente dependencia alimentaria y energética, desempleo, migración, aumento de la pobreza y la desigualdad”. De hecho, el tema general del congreso es: “Hacia la reforma económica para revitalizar el proyecto nacional”. Enhorabuena.
Hay que recordarlo: el modelo económico precedente al neoliberal, que trajo consigo un crecimiento económico a tasa media del 6.1% anual durante casi medio siglo (1934-1982), se consolidó en el contexto de un consenso internacional favorable a la intervención gubernamental en la economía, después de que la Gran Depresión puso en duda la eficacia del capitalismo de laissez-faire.
En los países desarrollados, el consenso keynesiano —que continúa vigente— otorgó confianza a las políticas macroeconómicas activas (monetaria y fiscal) para regular el ciclo económico y conseguir un alto nivel de ocupación, al tiempo que el Estado de bienestar, basado en impuestos progresivos sobre el ingreso, fue aceptado como instrumento de cohesión social, ampliando las funciones tradicionalmente asignadas al Estado como proveedor de bienes públicos. Además, las políticas sectoriales de fomento económico fueron adoptadas para contrarrestrar fallas de mercado que obstruyen la asignación eficiente de recursos e impiden alcanzar niveles óptimos de crecimiento y bienestar.
Sin embargo, la aplicación en México del paradigma de economía de mercado con relevante intervencionismo gubernamental, no ocurrió como resultado de la sumisión a presiones externas ni por obra de la imitación acrítica. Más bien, el modelo económico de la Revolución mexicana (como puede denominarse sin abuso), si bien abreva en las corrientes del pensamiento universal, emergió como un genuino proyecto nacional, que antecedió al consenso keynesiano de la posguerra y al estructuralismo latinoamericano.
No es casual que el reconocido fundador de la corriente estructuralista, Raúl Prebisch, se haya permitido largas estancias en México para estudiar directamente la estrategia del desarrollo mexicano, como laboratorio natural del edificio teórico estructuralista. La fundación del banco central en los años veinte y de la banca nacional de desarrollo en los treinta; las políticas macroeconómicas contracíclicas (monetaria y fiscal) aplicadas resueltamente desde 1932 (véase A. Ortiz Mena, El desarrollo estabilizador: reflexiones sobre una época, México, FCE, 1998); el fuerte activismo estatal en la construcción de la infraestructura básica (hidroagrícola, carretera, etc.); la resuelta promoción de la educación y la salud públicas; las políticas sectoriales orientadas al fomento de la agricultura y de la industria manufacturera (con sus múltiples instrumentos específicos); la estricta regulación y supervisión de la banca comercial; la intervención directa del Estado en el desarrollo de la industria energética, que arranca con la fundación de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en los años treinta y la nacionalización de la industria petrolera; fueron acciones plenas de audacia e iniciativa histórica de ese proyecto nacional.
El viraje radical hacia el neoliberalismo económico significó la cancelación del proyecto nacional, para abandonar a un México sin destino propio a la deriva de la mano invisible del mercado global. Los resultados están a la vista: durante los veintisiete años de experimentación neoliberal (1983-2009), el PIB mexicano apenas creció a una tasa media de 2.1% anual.
Es necesario poner punto final a este modelo económico ineficiente, excluyente y polarizante. El horno está para bollos: el cataclismo financiero de Wall Street, que trajo consigo los espectros de la Gran Depresión, ha derrumbado, en su último reducto de país desarrollado, los principios básicos de la economía del laissez-faire.
Desde luego, no se trata de regresar al pasado, sino de construir el futuro con una nueva estrategia endógena de desarrollo, firmemente asentada en las realidades del presente, en las enseñanzas del pasado y en las experiencias internacionales de desarrollos económicos exitosos.
No es ciertamente una tarea menor: la restauración de la cohesión social y de la convivencia fructífera entre los mexicanos exige un magno esfuerzo de inteligencia colectiva, de buena fe y de voluntad ciudadana para diseñar e instrumentar una nueva estrategia económica que genere mayor riqueza y asegure a cada mexicano la opción certera de una existencia digna.
Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM
El Universal
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