493 10 de marzo de 2010 |
Continúan las reivindicaciones Irma Alma Ochoa Treviño A cien años de distancia de la iniciativa de Clara Zetkin, de dedicar un día para reflexionar sobre los derechos laborales de las mujeres, podemos reconocer algunos avances, pero falta todavía mucho por recorrer para que los principios de igualdad y equidad sean una realidad. Para ello, la Secretaría del Trabajo creó la Norma Mexicana para la Igualdad Laboral entre Mujeres y Hombres, instrumento que reconoce la contribución de las mujeres a la economía desde el trabajo productivo y el reproductivo.
La citada norma certifica a empresas e instituciones públicas por establecer reglas y prácticas de igualdad y no discriminación; por cobertura de previsión social, formación y capacitación. Por favorecer la conciliación entre vida personal, familiar y laboral, según la cual no serán rechazadas las solicitudes de permisos para atender a hijas e hijos, para ir a recogerlos de la guardería o del jardín de infantes. Ya no más despidos o regaños por atender a la familia.
Según el documento rector se impulsará el clima laboral libre de violencia y discriminación, ¿eliminará el acoso laboral y erradicará el hostigamiento sexual?, no se sabe aún. Por otro lado, deberá fijar espacios y mobiliario adecuados para personas con discapacidad y mujeres embarazadas. Ya no más botes de basura para levantar las piernas hinchadas a causa de la retención de líquidos por el embarazo, o las peligrosas tablitas a manera de rampas para personas con discapacidad motriz.
Al revisar la relación entre las responsabilidades laborales y las familiares y sus implicaciones en el mercado laboral, y al segregar la información por sexo, se destaca que en las mujeres recae el cuidado de la familia y que ello reduce sus oportunidades de desarrollo profesional y de empleo, por lo cual puede entenderse su baja participación en la fuerza laboral, pero no se entiende por qué la desigual remuneración.
La educación en derechos humanos propone que las mujeres adquieran los conocimientos y habilidades suficientes para defenderlos y eliminar la discriminación; y promueve su participación en lo social, cultural, político y económico. En especial, requiere que las mujeres se reconozcan como titulares de derechos humanos, según lo explicita a partir de 1993, en su artículo 18, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos celebrada en Viena.
Las demandas de las mujeres han sido muchas, como muchas han sido las conquistas. Cuando avanzamos un paso, retrocedemos dos, por eso no hemos logrado los mismos derechos que tienen los hombres; en especial en educación, empleo, salud sexual y reproductiva, participación política y justicia.
Por falta o escaso acceso a una educación de calidad y limitadas oportunidades de capacitación; el cuidado de la familia, en particular, cuando hay varios hijos menores de 15 años; o largos períodos de inactividad y desempleo por cuestión de embarazo o parto, las mujeres no estamos en las mismas condiciones en cuanto a la participación en la fuerza laboral. Lo dicho se apoya en las actitudes tradicionales que restringen el empleo de las mujeres fuera del hogar.
Particularmente vulnerables, las mujeres indígenas están en riesgo de caer víctimas de abuso, acoso sexual, explotación laboral, tráfico y trata de personas. Las indígenas y las discapacitadas tienen más limitado el acceso a la educación y capacitación, sus dificultades para conseguir empleo son mayores, reciben los salarios más bajos; no cuentan con servicios de salud, prestaciones sociales u opciones de conseguir microcréditos.
La discriminación persiste en las formas tradicionales: por razones de sexo, género, etnia, raza, color de la piel, religión, opinión política, situación económica, a las que hay que añadir las formas contemporáneas: edad y obesidad. Para contrarrestarla la OIT aprobó en 1958, el Convenio número 111. No se acata.
Las leyes mexicanas señalan que el empleador, para elegir a una persona para ocupar un trabajo, debe basarse en la capacidad, experiencia o habilidades para realizarlo; en los hechos no es así.
En los últimos años, casi el 50 por ciento de las mujeres participa en el mercado de trabajo, pero por razones de género reciben desiguales salarios, a pesar del Convenio núm. 100 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre igualdad salarial, adoptado desde 1951.
En México, las mujeres ganan 7.8 por ciento menos que los hombres por el mismo trabajo, afirmación basada en el estudio sobre las brechas salariales elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo (2008); aunque la Carta Política que nos rige, en su artículo 123 y la Ley Federal del Trabajo en su artículo 86, establecen salario igual por igual trabajo. Hay avances sí, pero no hemos conquistado la igualdad de derechos. Las reivindicaciones continúan.
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