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9 de abril de 2010
15diario.com  


 

Robar al jodido

Tomás Corona Rodríguez

 

"Cuantas más leyes y ordenanzas se dicten, más ladrones habrá."

Lao-Tsé

 

Robar ha sido siempre un acto vil y despreciable, pero robar a los jodidos es el colmo de la calamidad; es una fea costumbre que se ha acentuado de manera exorbitante, en los últimos meses, en una ciudad que se caracterizó siempre por ser halagüeña y honorable. En lo que va del año, la colonia donde resido (antes clasemediera, ahora jodida, igual que todas, porque como dice un buen amigo, en Monterrey hay dos clases sociales: los que se van de “weekend” en su jet privado a esquiar a Suiza o a tomarse una copita en Hawai; y todos nosotros); como les decía, la cuadra donde vivo ha sido botín de malvivientes casi consuetudinariamente, mientras que las autoridades encargadas de “protegernos” de la delincuencia, se dan baños de pureza votando leyes absurdas, despidiendo policías corruptos y cambiándolos por otros igual de corruptibles (la clave no es cambiarlos, sino reeducarlos) o buscando métodos utópicos para arreglar los graves problemas sociales que nos aquejan.

 

Un día, todas las camionetas de la cuadra, que no son muchas, unas medio viejitas y otra medio nuevas, amanecieron sin espejos. A la vecina de enfrente le robaron sus mecedoras, a la de al lado sus macetas con frondosos helechos. Ambas, la de las mecedoras y la de las macetas, lloraron a moco tendido durante varios días. A otra señora se le metió un viejo hasta la cocina de su casa, dizque para preguntar si la rentaba. Se puso tan histérica que el fulano tuvo que salir corriendo ante el temor de ser linchado por la turba de vecinos que se formó con el griterío.

 

Otro día, el cochecito de mi mujer amaneció sin copas, eran nuevecitas, (dicen que los mismos que te las venden, allá por la “Y Griega”, mandan a sus propios ladronzuelos entrenados a robarlas), lo bueno es que dejaron el resto del automóvil intacto. A una de las vecinas, aunque resulte risible, le robaron la ropa que tenía tendida del patio, incluyendo calzones y “brasieres”, porque no tuvo la precaución de cerrar la puerta del pasillo. A un vecino jovencito, en fracción de segundos, le “pancharon” su bici que había dejado estacionada a la puerta de su casa.

 

El mes pasado, al mecánico de la esquina le “birlaron” su caja de herramienta mientras estaba revisando un motor metido debajo de un coche. A otra vecina, un montón de “pandillerillos” le destrozaron a batazos los vidrios de su carro, dizque por una venganza contra el hijo de ella que es un verdadero demonio. Ayer, a pleno mediodía, al señor de la esquina le arrancaron la mitad de la parrilla que tenía atornillada en el capacete de la camioneta, seguramente a alguien le hacía falta. Jaulas con pájaros, grabadoras, adornos de mesa, botes de basura, celulares, escobas, entre otros objetos, han ido cambiando de dueño irreparablemente.

 

Y así podría numerar una serie de pequeños hurtos de gente desvergonzada y cínica que se disfrazan de pordioseros o mandan a niñas teatreras y lloronas que te conmueven con el hermano enfermo o la madre muerta y sin dinero para enterrarla, mientras que revisan escrupulosamente las cosas o artículos que con suma facilidad pueden robarte. Los otros son raterillos de poca monta, güevones y hedonistas, que no les importa arriesgar el pellejo por unos cuantos centavos; son como un maldito cáncer que va carcomiendo las entrañas de nuestra otrora apacible ciudad.

 

Vaya que se arriesgan los pinches ladronzuelos a que uno les meta un plomazo en las piernas, porque hasta eso, según la ley, debes pescarlos in fraganti, y aún así llevas “las de perder” ante la parsimonia y desparpajo de las flamantes autoridades. Yo creo que, pensándolo bien debían encarcelar a los cabrones manejan a esos malandrines (y que a veces son los mismos jefes policíacos) y los envían a robar sin que les importe su miserable vida.

 

Será la desigual distribución de la riqueza, la pésima forma de gobernar, el alarmante desempleo, la falta de oportunidades de trabajo y áreas de esparcimiento para los jóvenes, las autoridades sumidas en el eterno letargo de la corrupción, la inicua situación de reponer lo robado “echarle dinero bueno al malo” como decía mi abuela; la insoportable sensación de que vamos cayendo hacia el vacío de la barbarie, la necesidad con su cara de hereje, una sociedad indolente que se pudre ante nuestros ojos…

 

Será el sereno, pero ante tanta rabia e impotencia que nos provocan estos deleznables hechos (los pequeños robos de que cada día somos víctimas) y aunque como vecinos no nos llevamos muy bien, hemos decidido marcar un alto a esta tropelía. Ya nos pasamos los números telefónicos de todos y quedamos de avisarnos si veíamos algo sospechoso sin importar la hora; algunos ya compraron pistola, de manera “chueca” por supuesto; y pobre del rufián que se atreva a robarnos los pocos bienes que con tanto sacrificio hemos logrado adquirir. ¿Y las autoridades? Que vayan a chiflar a Tarzán por su inutilidad e ineficacia.

 

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