513 9 de abril de 2010 |
Nota roja Luis Miguel Rionda
En la jerga del periodismo la “nota roja” es la información que hace referencia a hechos violentos, criminales o perversos; que de preferencia involucren a una o más muertes de personas inocentes, y mejor con sangre de por medio. Es uno de los géneros que más vende, como bien saben los voceadores o estanquilleros. El morbo (DRAE: “Enfermedad; interés malsano por personas o cosas; atracción hacia acontecimientos desagradables”) es uno de los sentimientos humanos más comunes, y exhibe una de nuestras facetas animales que por rupestre tendemos a negar. Por supuesto el morbo tiene mucho qué ver con nuestro instinto de supervivencia: la violencia y la muerte ajenas nos atraen porque los reconocemos como parte de la lucha natural por la vida. Somos consumidores habituales de sangre, aunque sea de manera virtual.
Hace apenas una década, la nota roja en México transitó de su sitial tradicional en las páginas finales de los diarios y hebdomadarios, a las planas principales. El crimen organizado y los cárteles de la droga mexicanos, que en los años ochenta y noventa se consideraban marginales y subordinados a los intereses de sus patrones colombianos, fueron cobrando un protagonismo social y económico que los convirtió en nuevos y potentes actores en muchas regiones. Se implantó en los hechos una “entente cordiale” entre los agentes del Estado mexicano y los cárteles. Pero eso cambió radicalmente cuando en enero de 2007 el presidente Calderón le declaró la guerra al crimen organizado y desató la peor matanza que hayamos vivido en México en tiempos de paz. El enorme volumen de material para la nota rojo provocó que perdiera novedad y regresara a las páginas interiores de los diarios, sin importar las tragedias humanas involucradas. El morbo público se vio saturado por tantos asesinatos, ejecuciones, degüellos y desmembramientos. Nos hemos acostumbrado a la violencia y el terror.
En una coyuntura como la actual, terrible y desalmada, parece inexplicable que una desgracia particular como la acontecida a la familia Gebara Farah haya llamado tanto la atención nacional. Una pequeña e inocente niña con problemas de habla, con carita angelical –güerita, delicada y simpática como la de los querubines en los cromos religiosos‑, cautivó a los mexicanos y provocó una tremenda ola mediática, primero en torno a su desaparición, y luego por el hallazgo lamentable de su cuerpo exánime.
El caso Gebara Farah se está convirtiendo en la gran telenovela nacional. Las cadenas de la comunicación han explotado al máximo los elementos que surgen día a día: las torpes declaraciones de los “investigadores”, ávidos de protagonismo, más los dislates del procurador; las contradicciones entre los miembros de la familia, los celos del marido, la caradura de la señora, las insinuaciones o acusaciones sin sustento; el oportunismo de algunos, la ineptitud de muchos, la ignorancia de todos…
Ante nuestros ojos atónitos, se desarrolla un thriller mucho mejor que los de Agatha Christie. Se nos plantea el mejor de los misterios de la literatura negra: “¿Quién mató a Paulette?” ¿Fue la madre, el padre, las nanas, el amante… o fue un simple accidente? –y este desenlace le quitaría lo seductor al caso.
La nota roja clásica revive así en los medios de comunicación. Las masacres pierden interés cuando se convierten en hechos regulares, casi cotidianos. A muy pocos medios les importó el terrible asesinato del matrimonio salmantino Monroy Macías, muertos a cuchilladas -treinta para él, cincuenta para ella- el viernes pasado, a manos de tres adolescentes lunáticos. Vendía más el tema del hallazgo del cadáver de la pequeña. Esa sí era nota.
Vivimos en un mundo regido por la percepción, por la pretensión y la imaginación. Las tragedias sólo adquieren dimensión de tales cuando los medios que rigen sobre la atención pública encuentran elementos cautivantes, seductores o de plano morbosos. La mercancía de la información, que depende más de su envoltura que de su contenido real. Queremos historias, más que datos. Y no cualquier historia: una que haga vibrar fibras emotivas como la ternura, la belleza o la inocencia. Nadie se enternece al saber de muertes por docenas, como los 24 descuartizados que lleva el año en Michoacán, o el montón de torsos y cabezas en Guerrero, los centenares de torturados, entambados o “pozolizados” en el país… Ya no son nota roja… son crónica de sociales.
Antropólogo social. Profesor investigador de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – www.luis.rionda.net - rionda.blogspot.com
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